Prerrafaelita y simbolista. El cuadro Poción de amor (expuesto en De Morgan Centre, en Londres) tiene todos los ingredientes para cautivar al espectador. Evelyn De Morgan (Londres, 1855-Londres, 1919) ofrece una lectura primaria, que se comprende en el primer vistazo, pero se trata solo de la primera capa de todas las que contiene la composición. ''Además de lo que se ve a simple vista'', explica la historiadora del arte y divulgadora cultural Sara Rubayo, ''tenemos una capa muy prerrafaelita, en el sentido de que muestra su preocupación con el bien social, los problemas de su tiempo y la política, y, por otro lado, tenemos otra capa mucho más simbolista''. Los colores, los elementos que pinta De Morgan en el lienzo, los pequeños detalles y los gestos no son baladíes: todos tienen un significado. Pero, ¿cuál? ¿Cuál es la información que nos da cada una de esas capas? ¿Se trata de capas independientes entre ellas, o se cruzan? Todas estas son preguntas que los historiadores del arte han tratado —y tratan— de resolver y, aunque siempre es difícil descifrar a una artista del perfil de De Morgan, ya han encontrado algunas respuestas.
Las capas se entrelazan y se alimentan las unas a las otras. ''De primeras, lo que vemos en esta pintura fechada en 1903 es una hechicera preparando una poción'', observa Rubayo. Sin embargo, ahí encontramos ya el primer mensaje subliminal que lanza De Morgan. ''No estamos viendo a una prostituta ni a una diosa ni a una bruja'', apunta: ''Lo que estamos viendo es una mujer sabia, que sabe lo que hace y que, además, tiene poder''. Pero, ¿en qué vemos eso? Para empezar, el gesto serio y concentrado de la hechicera la dibuja como alguien diligente y con una misión concreta. Los libros que colocó De Morgan justo debajo del cáliz son, también, símbolo de sabiduría. La malla que cubre su cabeza, espalda y parte de su brazo denota fortaleza. ''Y no solo eso'', avisa Sara: ''El esquema cromático que utilizó —negro, blanco, rojo y amarillo—, según las leyes de la alquimia comprende los cuatro colores que marcan las etapas progresivas que hay que seguir hasta la meta, o el éxito, que sería la iluminación''. Todo eso pertenece a la capa simbolista, pero también a la prerrafaelita, en el sentido de que De Morgan, muy comprometida con el sufragismo y la primigenia lucha feminista, quiso despojar a la mujer de la —algunas veces— divinidad y —otras— erotismo con que siempre solía representársela para dibujarla como un ser sabio.
Con todo, vemos que las capas no son independientes, sino que se entrelazan. De todos modos, quizás eso sea empezar la casa por el tejado. ¿Cuál es el tema central del cuadro? ''La hechicera'', relata Rubayo, ''está preparando una poción de amor. Eso lo sabemos porque, a través de la ventana, observamos a una pareja de enamorados que se da un abrazo''. La chica lleva un vestido blanco al que le falta un trozo de tela, seguramente el mismo pedazo que tiene la hechicera al lado. ''Y todos sabemos'', remata la historiadora del arte, ''que los hechiceros y las hechiceras utilizan objetos personales de las personas a las que dirigen el encantamiento con tal de que sea efectivo''.
Los prerrafaelitas y el rechazo al renacimiento
Si bien Miguel Ángel o Da Vinci son dos de los artistas más valorados y apreciados de toda la historia, hubo un grupo, los prerrafaelitas, que renegaron por completo de sus valores artísticos y Evelyn De Morgan se vinculó al movimiento. ''Los prerrafaelitas adoptaron, a cambio de rechazar el renacimiento, los valores medievales, es decir, todo lo anterior a Rafael de Sancio, de ahí su nombre'', explica. Además, este grupo de artistas tenían tintes herméticos y ocultistas, incluso constituyeron la denominada Hermandad Prerrafaelita, de la que, por supuesto, formaba parte Evelyn De Morgan, siendo una de las primeras mujeres en ser aceptada junto a Eleanor Fortescue-Brickdale, Marie Spartali Stillman, Elizabeth Siddal, Marianne Stokes y Emma Sandys. Los prerrafaelitas estaban preocupados por los grandes problemas de su tiempo y trasladaban ese pensamiento a sus pinturas. Por eso De Morgan encajó tan bien en la corriente. ''Hay que destacar'', recuerda la historiadora, ''que fue muy activa en la lucha sufragista y siempre trató de dar visibilidad a la mujer''.
La artista londinense creó su propio estilo y llenó, en palabras de Rubayo, ''sus pinturas de gran espiritualidad a través de composiciones muy detalladas, colores puros y tonalidades muy intensas''. Todo eso se encuadra en el marco prerrafaelita. Sin embargo, ''ella utilizó el color como un reflejo de los estados de ánimo de los personajes y le dio un sentido concreto según el esoterismo, una práctica muy extendida en la época victoriana''. Y todo eso —tanto el carácter de la pintora, como sus rasgos artísticos principales— lo vemos perfectamente en Poción de amor, un lienzo en el que todos los detalles son importantes y que no huye en absoluto de la reivindicación social, en este caso, feminista.