Aspirante a ingeniero, obrero de la construcción, maestro industrial, responsable sindical, profesor de Geografía e Historia y, sobre todo, ciudadano “comprometido con la defensa de la libertad” de la que el franquismo le privó. Varios caminos se abrieron ante él, pero tomó el menos transitado y eso marcó la diferencia. Descartó suceder a Marcelino Camacho en 1987 y rechazó ser coordinador general de Izquierda Unida, a propuesta de Julio Anguita, en 2008. Acabó eligiendo el sendero de la docencia porque “cuando se enseña, se aprende”. Acertó porque tuvo el privilegio de ir, durante más de veinte años, “cantando al trabajo”. Apostó “por un modelo inclusivo de educación”, en aulas muy alejadas de las de los colegios elitistas, convencido de que “no hay buen aprendizaje si no va acompañado de afecto”. Ejerció su oficio los últimos ocho años en la capital, en centros de especial dificultad, con chicos en situación compensatoria y parte del alumnado procedente de la Cañada Real“. Con el uniforme de la camiseta verde en defensa de la escuela pública y sin constituir ningún Club de poetas muertos, pero con su esencia, inspiró el cambio sin limitarse a impartir materias: ”Es fundamental encender en los chavales el fuego del conocimiento, sobre todo en un momento de desesperanza. El paradigma de la educación como ascensor social se ha roto“.
Con setenta rejuvenecidos años “por el contagioso entusiasmo de los jóvenes”, se jubiló hace poco más de tres, cuando lo habitual es hacerlo con sesenta años. En diciembre de 2017 dejó atrás su “otra casa”, el madrileño IES Villa de Vallecas, recorriendo un pasillo repleto de afectos y aplausos: “Creo que nunca he dado tantos abrazos y tantas veces las gracias. La emoción de la despedida me produjo tal congoja que tuve que ir a refrescar los ojos a un parque. Como dice un amigo, no había llorado más desde que vi ET. Pero no serán lágrimas que se pierdan en la lluvia, son sentimientos fuertes para cuando me asalten las dudas sobre las cosas que merecen la pena en la vida”. Desde entonces no se acerca al encerado ni corrige exámenes, pero le ilusiona recibir mensajes de sus antiguos alumnos que no olvidan su mejor lección: “Más importante que decirle a alguien ‘te quiero’ es decirle ‘creo en ti’”.
Hace un mes, “por compromiso y coherencia”, aceptó la propuesta de entrar en política que venía rechazando desde hacía años. Su decisión le ha convertido en el candidato número cinco en la lista de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid: “Yo ya me considero un reservista, pero si hay que ir a detener una ofensiva peligrosa para la libertad y la convivencia de nuestra sociedad, pues hay que hacer la aportación que podamos”.
Incapaz de resignarse frente a las dificultades, cuando tenía la misma edad de los chavales que asistían a sus clases, se tomó “como algo personal la injusticia y la falta de libertades de la dictadura”. Aquello empezó a complicar su existencia. Con poco más de veinte años ya supo lo que era tener que vivir fugado “con orden de búsqueda y captura”. También ser condenado “a dos años de cárcel en rebeldía” y expedientado en su carrera de Ingeniería, lo que le impidió acabar sus estudios: “Que la gente sepa que la libertad no es un bocadillo de calamares y unas cañas, como dice Díaz Ayuso. Esa es una banalización que ofende a las personas que sufrimos la dictadura. La libertad es algo sagrado y nadie nos la puede arrebatar”.
Soñando con Senderos de gloria
Llevaba pantalones cortos y jugaba con sus indios de goma en el patio de la casita baja en la que nació, en el madrileño barrio de El Zofío del distrito de Usera, cuando se rodó la película que ha visto tantas veces que hasta puede repetir “con precisión” casi todos sus diálogos: Senderos de gloria. Aun siendo su favorita, no pudo disfrutarla hasta ser adulto. Prohibida durante casi tres décadas en nuestro país, “ese alegato antibelicista tremendo de Stanley Kubrick” fue la última cinta en estrenarse de la lista negra de la censura. Agustín Moreno se estremece cada vez que la revisa y se reconoce, cuando fue testigo directo del franquismo, en una de las célebres frases del coronel Dax a quien Kirk Douglas se empeñó en dar vida sin querer cobrar ni un dólar por su interpretación: “Hay ocasiones en que me avergüenza ser miembro de la raza humana”.
Hijo de desplazados toledanos por la Guerra Civil y nieto de un asesinado republicano, tuvo una primera infancia feliz “porque fui un niño protegido de las penalidades de la posguerra que mi familia intentó que no conociera hasta ser mayor. En mi casa, como en otras de derrotados, se hablaba muy poco de la contienda. Era también un mecanismo de protección para evitar que nos metiéramos en líos”. Sin embargo, el compromiso social implícito en su ADN nunca le permitió minusvalorar “la importancia de no olvidar nuestra historia”. De la suya hablan hoy las flores blancas que visten las acacias estos días de primavera. Su belleza le recuerda “el sabor dulzón y el olor del pan y quesillo” que tantas veces comió en un tiempo en el que se aficionó a la lectura, en la obligada hora de la siesta, y en el que soñaba ser de mayor el mismísimo indio Gerónimo: “Me dicen en casa que hasta quería hacer la Comunión disfrazado de él”.
Menos rebelde que el apache, pero también con afán de combatir la injusticia, creció escuchando “las chapas estupendas de Historia Sagrada de don Vitorino”, el maestro de su primer colegio estatal. Mientras, él y sus compañeros de pupitres tomaban “la ración diaria de leche en polvo y queso americano” en una España que trataba de recuperar los niveles alimenticios anteriores a la guerra. Cumplir diez años supuso acabar un primer ciclo escolar y continuarlo “en una academia privada, con tantos alumnos como carencias educativas”. Sometidos a “un modelo repetitivo y autoritario de educación”, presidido por el concepto generalizado de que “la letra con sangre entra”, el hijo de Moreno, el trabajador metalúrgico de Méndez Álvaro que había pisado la cárcel por alistarse en el ejército republicano, fue siempre un estudiante disciplinado. Sus calificaciones le acercaron a una beca de la Universidad Laboral: “Era un invento de Franco para captar a los hijos de los trabajadores para que dieran soporte a la industrialización y al sistema productivo desempeñando trabajos que los hijos de la clase pudiente nunca iban a hacer”.
En aquel tiempo en el que a los niños se les obligaba a dejar de serlo muy pronto, el pequeño Agustín se despidió de sus padres en la antigua Estación de Atocha sin haber cumplido aún catorce años. Desconcertado, y con más temores que años, subió a un tren de carbonilla, “como si fuera un convoy de ganado, con otros mil quinientos críos. Parecíamos los niños del coro. Nos llevaban a la Universidad Laboral de Sevilla para estudiar Oficialía y Maestría Industrial”. Con aquel viaje comenzó a pagar el precio del desarraigo familiar, pero “aquello permitió que pudiera continuar estudiando cinco años más hasta comenzar la carrera de Ingeniería Técnica en la Universidad Laboral de Huesca”. Los centímetros de estatura que creció en aquellos años le recuerdan que “olvidamos con facilidad” que solo una generación nos separa de la pobreza generalizada: “Alojado en régimen de internado, del que solo salía en Navidad y en verano para ver a mi familia, allí nos daban cama, comida y ropa. Alimentarme mejor creo que hizo que mi estatura acabara superando a las de mis dos hermanos”. Alejarse también de la protección familiar le demostró que “depende de dónde nazcas tienes más posibilidades de estudiar o no tienes ninguna”. Aquel aprendizaje le llevó años más tarde a vestir todos los miércoles la camiseta de la Marea Verde y a convertirse en uno de los principales activistas de “la Escuela Pública de todos y para todos”.
“Abrazando al sindicalismo”
Crecer en un país en el que a la libertad le llovían piedras hizo que no tuviera La mejor juventud, pero como los protagonistas de la serie de Marco T. Giordana, su favorita, quiso mejorar el mundo y aún hoy no se resigna a dejarlo tal y como es.
La historia de su familia, la suya propia y el universo de los libros de las bibliotecas de fábrica que le traía su padre y que él devoraba, le evidenciaron, siendo solo un crío, que “el pensamiento y la palabra deben ser libres”. Dando un paso hacia adelante en su lucha contra la dictadura, participó en una huelga universitaria: “Cuando te tomas como algo personal la injusticia y la falta de libertades, te empieza a cambiar la vida y a complicarse”. Su caso no fue una excepción: pese a ser un buen estudiante, perdió su beca, pero no se resignó a abandonar su carrera. Para costearla trabajó en una empresa de construcción, en una de gas y en varios barcos de pesca. No fue suficiente. Inscribirse en el Partido Comunista, “el único de oposición de izquierdas realmente existente”, le colocó en el punto de mira del Régimen. En 1973, la aparición de una pintada reclamando la libertad de los encausados en el Proceso 1001 le condujo a la Dirección General de Seguridad: “Allí había un manual que decía ‘si te detienen niégalo todo y cómete los papeles que lleves’. Así lo hice, pero recibí una buena manta de golpes”. Después de estar detenido tres días en Sol y dos más en Las Salesas, creyó que se le abría el cielo cuando llegó “un ángel” para ofrecerle asistencia: la joven abogada del PC, Manuela Carmena, que le acompañó a comparecer ante el juez del Tribunal de Orden Público. Fue procesado “por propaganda y asociación ilícita”.
Sin dejar nunca “de arriesgar más allá de lo razonable”, apenas un año después, el veinticinco de abril de 1974, mientras Portugal se sublevaba contra cuarenta años de dictadura, otra mujer se enfrentaba, en la puerta de su casa de Usera, a la temida Brigada Político Social para tratar de evitar una nueva detención de su hijo: “Yo tenía veintidós años y un proceso anterior así es que, mientras mi madre se resistía a que la policía entrara en casa, salté por la ventana del tercer piso en el que vivíamos. Me salvé. La consecuencia es que estuve fugado en orden de busca y captura durante el tiempo que hubo hasta que se promulgó la amnistía tras la muerte de Franco. Fui condenado a dos años en rebeldía de cárcel y expedientado en el tercer año de Ingeniería Técnica Industrial y no pude acabar la carrera. Los que luchamos por la libertad, los que vivimos aquello, no queremos que nadie nos la arrebate. ¡Fascismo nunca más! No olvidemos nuestra historia”.
“Nunca se deja de ser maestro”
Condenado en rebeldía, regresó a Madrid para trabajar en la construcción de la madrileña Delegación de Hacienda de Reina Victoria, pero enseguida tuvo que volver a poner pies en polvorosa por participar en la organización de una huelga de cientos de trabajadores “por un accidente laboral”. Militando en CCOO de la construcción conoció a líderes como Macario Barjas, Arcadio, Tranquilino y al cura Paco. Luego trabajaría codo con codo con Marcelino Camacho, “que personificaba lo mejor de la clase trabajadora”, y a varios históricos del sindicato. De ellos, y de su padre, aprendió que “primero hay que cumplir y luego reivindicar”. En 1977 se legalizó el sindicato y Agustín se convirtió en el responsable de la Secretaría de Acción Sindical. Cuando el histórico líder de CCOO decidió dar un paso atrás, “ ofreció su cargo a Antonio Gutiérrez y a mí. Rechacé el ofrecimiento y apoyé a Gutiérrez”. El resultado de la huelga del 14-D de 1988, “la mayor movilización sindical de la historia de este país”, demostró que eran los años dorados del sindicalismo“. Pero la llegada de Felipe González, ”un personaje lamentable“, y las reformas laborales de Solchaga, condujeron al sindicato al Congreso de 1996 en el que ”echaron a Marcelino de la presidencia“ y a Moreno ”de toda responsabilidad en la dirección por liderar el llamado Sector Crítico de CCOO“. Una puerta se cerraba, pero otra se abría. Opositó al cuerpo de profesores de Secundaria y consiguió una plaza de profesor tras haberse licenciado en Historia: ”Después del sindicato, encontré en la escuela un refugio maravilloso“.
Entregado al oficio de maestro durante más de dos décadas y “al auxilio de una Comunidad en emergencia educativa por los recortes en el gasto, pero sobre todo por la privatización”, el candidato a diputado madrileño insiste en que “se necesita con urgencia un gobierno decente que desaloje a una derecha que se está cargando la educación pública: en Madrid hay ahora mismo menos alumnos matriculados en ella que en la concertada y privada. Eso supone quince puntos menos que la media de España y cuarenta menos que en Europa. En los países más potentes de nuestro entorno, la educación es pública. Esto es una anomalía que tiene que ver con una visión clasista de la educación y con un negocio no solo económico sino ideológico de la Iglesia y de los sectores conservadores”.
Con la belleza del susurro del bandoneón de Astor Piazzolla entonándole al olvido y releyendo Si esto es un hombre de Primo Levi, “para que nos vacunemos de la barbarie”, Agustín Moreno García, el niño que hizo de la libertad su bandera y defendiéndola ha vivido varias vidas, despide su Playlist. Insistiendo en que “la educación tiene que ser lo primero”, abraza al morado de UP para que hable la mayoría el 4 de mayo, y parafraseando a Fito Páez pregunta: “¿Quién dice que está todo perdido? Se responde citando a Gandhi: ”Sé tú el cambio que deseas“.