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LA PLAYLIST DE…

Nerea Barros: “¡Culpables, los políticos por abandonar a nuestros mayores en residencias, y nosotros, por mirar hacia otro lado!”

María Granizo

17 de abril de 2021 06:00 h

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En una isla mínima se moldeó su primer Goya, el ascenso al firmamento cinematográfico avalado por una docena de exitosas series y otras tantas películas, un libro, un documental y la dirección de un largo en el que reclama Memoria para sus abuelos y para los de todos nosotros: “Olvidar a nuestros mayores es perder su legado, cuanto tenemos y cuanto somos”.

Su aroma favorito siempre ha sido el de su húmeda terra galega, pero aun teniéndola muy presente, después de doce años en Madrid ya olía más a Chanel y, en vez de zocas para evitar charcos, sus tacones de firma se paseaban por el olimpo de las estrellas. En marzo de 2020 regresó de un rodaje en Uzbekistán, aterrizó en la capital y un thriller con nombre de COVID se apoderó de su vida tanto como de la nuestra. No contrajo la enfermedad, pero descubrió que repentinamente al arte de envejecer le habíamos arrebatado el de conservar la esperanza: “De pronto me encontré una ciudad apocalíptica, donde solo circulaban ambulancias, coches fúnebres, militares, bomberos y policías. El olor a muerte era palpable”.

Como la madre coraje de la cinta de Alberto Rodríguez que la elevó a los altares del cine, acostumbrada a mojarse no quiso esperar entre cuatro paredes a que escampara. Junto a su compañero Hernán Zin salió a la calle y con miedo, mascarilla en boca y cámara en mano, grabó un documental que es ya uno de los capítulos más negros de nuestra historia, una cinta que a todos nos gustaría que fuera solo una macabra ficción. En la improvisada morgue de Ifema, en residencias de ancianos y en una saturada protectora que recogía las mascotas de los ingresados y de los fallecidos por la pandemia, grabó el silencio que genera el miedo. También puso rostro a los escalofriantes datos que nos llegaban como losas a través de periódicos e informativos: “Dejé de ver los telediarios porque me generaban mucha ansiedad, y en la política veía y veo mucho ego, busco políticos que me hablen ‘de tú a tú’”. Detrás del objetivo palpó el dolor, la desesperación, la soledad y la necesidad de ayuda. El impacto de la pesadilla fue tal que la actriz no volvió a conciliar el sueño: “Siempre vi la cara de mis abuelos reflejada en la de todos aquellos ancianos”. Entonces, desempolvó sus juveniles estudios de enfermería y ofreció sus manos y esfuerzo a una residencia: “Como dice Jane Goodall, creo firmemente que ninguna acción es suficientemente pequeña, todas cuentan y cualquiera de ellas se puede convertir en el efecto mariposa”.

Durante tres meses y medio se olvidó de claquetas, de alfombras rojas, de maquillajes, de los focos y del glamour. En aquella parábola tan increíble como real, solo había un guion: el de la supervivencia. Lo superfluo ya no tenía razón de ser.  Pese a su directa exposición al virus ha vivido para contarlo, pero no olvida la impotencia de familias que no sabían del estado de salud de sus mayores y la desesperación de la mayoría cuando recibían la noticia de la muerte de sus padres por un WhatsApp. Pero, sobre todo, le sigue estremeciendo la soledad de aquellos abuelos que apretaron su mano porque ni en su padecimiento ni en la despedida pudieron estrechar la de sus familiares: “Para ellos el mayor problema no era la enfermedad sino no poder ver, ni para decirles adiós, a sus hijos, a sus nietos… Deberíamos exigir responsabilidades a los políticos que permitieron todo esto, pero también a nosotros mismos como sociedad que, sin querer darnos cuenta de lo que sucedía, miramos hacia otro lado. ¡Fue terrorífico!”.

Una infancia mágica en O Eixo: la fuerza para dar aliento

En el tiempo en el que bastaba jugar a ver figuras en las nubes y encontrar El aliento del cielo entre las páginas de Carson McCullers para disfrutar de la vida, un paraíso verde con nombre de aldea gallega, O Eixo, arropó su infancia. También sus padres, dos hermanos mayores, los abuelos maternos con los que convivió, los amigos de la escola, unos cuantos gatos y tanta naturaleza como los añorados empachos que sufrió “comiendo cerezas a cuatro metros sobre el suelo”. Entre árboles frutales, suaves praderas y el universo imprescindible de los libros firmados por Cortázar y Borges, sus favoritos, creció una cría menuda que encontró, en una vieja bata y en unos zapatos rojos de su madre, el atrezo de un sueño que quiso hacer realidad: ser actriz. A los dieciséis años, el pasaporte al celuloide tocó a su puerta de la mano del director Xavier Bermúdez. Protagonizó Nena, se convirtió en la nueva cara del cine español y entonces entendió a la perfección a su paisana Rosalía de Castro: “Es feliz el que muere soñando y desgraciado el que muera sin soñar”.

Para superar la oposición de su padre a que abandonara sus estudios por la interpretación y la danza, y asegurarse “un futuro menos incierto”, dejó aparcada su vieja bicicleta de cross con la que comenzó a ensanchar su mundo de rapaza: “La mejor bici que he tenido y que seguro tendré”. También renunció al frecuente deleite de recorrer el monte recogiendo setas y de disfrutar del agua clara del río Santa Lucía, “el sitio al que siempre quiero regresar”. Compatibilizando su formación como actriz con la de Enfermería, se graduó y comenzó a trabajar en la UCI y Neonatología del Hospital Clínico de Santiago: “Gracias a esa carrera descubrí muchos matices del ser humano que me han ayudado a desarrollarme como persona y como artista”. Pero su hoja de ruta estaba clara: mientras disfrutaba del cine de Sorrentino, de los hermanos Coen y tarareaba la melodía de Nino Rota en una de sus cintas favoritas, Ocho y medio, seguía el camino que desde muy niña la impulsó. En 2001 su nombre ya encabezaba los créditos de su siguiente película, Bellas durmientes, a la que se sumó una larga lista de títulos que crecieron como la espuma después de recibir la estatuilla a la Mejor Actriz Revelación en la XXIX edición de los Premios Goya. Tras el reconocimiento, sus interpretaciones también se hicieron más frecuentes en laureadas series de televisión, desde El secreto de Puente Viejo a El tiempo entre costuras, El Príncipe, Apaches y Días de Navidad. Pero ni alcanzar el universo del cine ni el sustrato de aquella infancia dorada han sido suficientes este último año para que Nerea no haya tenido que recitar interiormente “a Garcilaso para combatir la presión, el estrés y encontrar la serenidad y la emoción correcta” mientras retrataba a la pandemia: “En tanto que de rosa y de azucena se muestra el color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara la tempestad serena”.

Recién estrenado 2020 se embarcó en el rodaje de su primer trabajo como directora, Memoria, un largo con exteriores en Asia Central. De regreso, a comienzos de marzo, aterrizó en Madrid: una ciudad tan secuestrada por el virus que poco tenía que ver con aquella que unas semanas antes había dejado. El futuro tiene muchos nombres, pero en ese momento solo respondía “al del miedo y al de la incertidumbre”. Superado un primer momento de impacto, decidió prestar sus ojos a los de una cámara y testimoniar lo que intuíamos, pero no veíamos, “lo que jamás debería haber sucedido, lo que no quiero volver a ver más”.

Ancianos aislados, animales abandonados y cementerios saturados

Los recuerdos no son la llave del pasado sino del futuro. La actriz y directora compostelana ni olvida ni quiere olvidar 2020. Con solo invitarle un instante a echar la vista atrás recuerda a Enrique, “un homeless que vivía en la desconcertante soledad de la madrileña Plaza de Neptuno” cuando nadie asomaba la nariz a la calle si no era por una urgencia: sin donativos, sin comida, sin refugio, sin medios para informarse, sin nadie que le mirase ni siquiera de reojo, sobrevivir era una tarea aún más épica. También tiene muy presente a Carolina, la directora de la protectora de animales ALBA: “Impactante su actividad incansable y su sufrimiento por atender a perros y a gatos que morían de inanición cuando sus dueños eran trasladados a hospitales y nadie quería hacerse cargo de ellos por miedo a que fueran transmisores de la enfermedad”. Difícil es también borrar las imágenes de la frenética actividad de los enterradores del cementerio de la Almudena cuando se agolpaban como nunca coches fúnebres, el humo de las incineraciones y la soledad de los funerales. Y presente “como una obsesión que no deja de doler, el desconsuelo de tanta gente que suplicaba noticias de sus familiares recluidos en residencias y lo que me impactó muchísimo y me decidió a ofrecerme a trabajar en una residencia: la impotencia que sentí cuando vi que las personas más vulnerables eran aquellas a las que debemos todo y a las que en algunos momentos se prohibió que fueran tratadas en hospitales o que se les atendiera adecuadamente. Entendí que era una situación muy difícil y que hubiera que tomar decisiones muy duras, pero no que llegara a suceder aquello y tampoco que la sociedad no se volcara en ese momento. Ni siquiera nos hemos parado a dedicarles un minuto de silencio, se merecen muchos para honrar su memoria y para pedirles perdón. Lo peor de nuestro país es que salimos y nos unimos por el fútbol, pero no cuando realmente necesitamos unirnos. Nos dejamos llevar por la pasión y nos cuesta mucho vernos frente a nuestro propio espejo”.

Convencida de que cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos, Nerea deja que sus deseos, más que sus heridas, den forma a nuestro futuro: “Haber tenido la oportunidad de aliviar la enfermedad y acompañar en la muerte a algunos ancianos ha sido muy duro, pero también me ha transformado: he redescubierto a mis abuelos que tanto quise en las personas que tenía a mi cargo y, aunque mi vocación siempre ha sido la de actriz, he corroborado que la Enfermería es una profesión imprescindible, muy dura, muy generosa y que hay que poner en valor”.

Con la serenidad del piano de Yann Tiersen y dispuesta a continuar leyendo Mongo Blanco, la novela de Carlos Bardem que le ha revelado “la historia del mayor esclavista del mundo que salió de España”, Nerea Barros, la neniña que en un edén verde soñó con ser actriz y a la que la pandemia sumió en un desierto del dolor, despide su Playlist. Apostando por la esperanza como un riesgo que es imprescindible tomar, acaricia con ternura a uno de sus gatos mientras comparte el sueño de que pronto estemos vacunados contra la COVID-19 pero también contra el olvido: “La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”.

LA PLAYLIST DE NEREA BARROS:

- Un libro: Mongo Blanco (Carlos Bardem)

- Un disco: “Cualquiera de Ludovico o de Yann Tiersen”

- Una películaOcho y medio (Federico Fellini)

- Una serie: Antidisturbios y Hierro

- Un aroma: “El de las filloas que hace mi madre”

- ¿Qué quería ser de mayor? “Actriz”

- Un tuit que le gustaría recibir: “Uno de los hermanos Coen, ¿os imagináis?”

- Lo mejor y lo peor de nuestro país es….

- “Lo mejor es España, un país alucinante”

- “Lo peor es que no nos unimos cuando realmente necesitamos hacerlo y no nos ponemos frente a nuestro propio espejo”

- Una cita: “Es feliz el que muere soñando y desgraciado el que muera sin soñar(Rosalía de Castro)