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Campeones

El domingo fuimos al cine. “¡Menuda novedad!”, pensará usted que me lee camino del trabajo en el metro. No suelo frecuentar mucho las salas. Solo cuando hay estrenos infantiles. Pero aquí el acontecimiento fue ir toda la familia a ver Campeones, la nueva película de Javier Fesser. Es la primera película no infantil que llevo a ver a mis hijas, que ya van dejando atrás la primera infancia. Una película para mayores de siete años, que generaba bastante expectación en casa. Después de haberla visto, ruego encarecidamente que vaya con su familia a realizar un poco de pedagogía consigo mismo y con sus hijos.

Solo sabíamos de ella que contaba la historia de unos chicos con discapacidad intelectual, que formaban un equipo de baloncesto. Llegamos con media hora de antelación y apenas quedaban butacas libres en la sala. Buena señal.

A los diez minutos del principio de la película, lo que tenía alrededor era una sala que se reía al contemplar una realidad que a más de uno hubiera dejado sin palabras en otro contexto. Naturalidad, perplejidad, singularidad, surrealismo, blancura. La vida misma ante nuestros ojos.

Mi hija pequeña se enfadaba en la butaca porque no pillaba que era eso que nos hacía reír al resto. Pero no me importaba. Lo que me interesaba es que ella viera la normalidad de esas personas diferentes. Logrado, porque sus comentarios al final de la película no aludían a las diferencias, que las asumía, sino a la incapacidad del que era supuestamente normal para comprender que, mientras no cambiara su enfoque, iba a seguir golpeándose contra un muro. Justo. El típico que va de listo por la vida hasta que esta se le impone.

Mi otra hija salió encantada de comprobar que las personas con discapacidad también dicen tacos. ¡Bravo!

Campeones, además de mostrarnos lo más obvio, que compartimos vida con personas muy diferentes, se hace eco de los abusos laborales a los que, muchas veces, más de lo que sospechamos, están sometidas las personas con discapacidad, y situaciones que deberían avergonzarnos, porque son fiel reflejo de lo que aún hoy mucha gente hace ante la discapacidad: quitar la cara, quejarse, sentirse molesto porque la realidad de otras personas les obliga a modificar su propia forma de hacer las cosas. Cuando vean la escena del autobús sabrán a lo que me refiero. Para mí es una metáfora perfecta del “¡ay!, ¡cuánto nos queda por hacer!”

Cuando vean la película, seguro que recuerdan haber conocido a alguien como Marco, el entrenador, que va de sobrado, como tantos individuos de nuestra sociedad, que lleva sobre sus hombros la mayor discapacidad, la que sí tendría remedio y la que, al final, menos remedio tiene, porque para curarla, primero de todo, hay que afrontarla: la inconsciencia personal y la social. No le falta de nada al muchacho. El listillo que siempre huye hacia delante, cargando con todos sus miedos y llevándose por delante la felicidad del resto. Uno de los personajes dice que “la discapacidad le acompañará toda la vida, pero por lo menos va aprendiendo a manejarla”. Es, en mi opinión, el gran mensaje de Campeones.

El entrenador, la sociedad, tiene que trabajar con este equipo, un equipo singular, diverso, con sus manías y sus rarezas, como usted, que me lee ahora, y con esos mimbres tenemos, entre todos, que hacer el cesto. De todos depende que seamos unos auténticos campeones… de la vida.

El domingo fuimos al cine. “¡Menuda novedad!”, pensará usted que me lee camino del trabajo en el metro. No suelo frecuentar mucho las salas. Solo cuando hay estrenos infantiles. Pero aquí el acontecimiento fue ir toda la familia a ver Campeones, la nueva película de Javier Fesser. Es la primera película no infantil que llevo a ver a mis hijas, que ya van dejando atrás la primera infancia. Una película para mayores de siete años, que generaba bastante expectación en casa. Después de haberla visto, ruego encarecidamente que vaya con su familia a realizar un poco de pedagogía consigo mismo y con sus hijos.

Solo sabíamos de ella que contaba la historia de unos chicos con discapacidad intelectual, que formaban un equipo de baloncesto. Llegamos con media hora de antelación y apenas quedaban butacas libres en la sala. Buena señal.