Lucía Balado es psiquiatra en la Unidad de Salud Mental Infantojuvenil del Hospital Virgen Macarena de Sevilla y profesora asociada de Psiquiatría Infantil de la Universidad de Sevilla. A sus 48 años, esta madrileña afincada desde hace años en el centro de la capital hispalense ha participado recientemente en la mesa 'La salud mental en la infancia, una responsabilidad colectiva', dentro de una jornada para abordar la materia organizada por la Defensoría de la Infancia y Adolescencia de Andalucía y Save The Children. Su experiencia profesional y personal (es madre de dos adolescentes y “otro camino de serlo”) le hace ser consciente del considerable aumento de demanda de ayuda médica especializada por parte de un colectivo que crece rápido al mismo ritmo de una sociedad donde las redes sociales y la imagen han cobrado verdadero protagonismo.
¿En qué consistió la jornada donde participó con la Defensoría y Save the Children?
Se trataba de conocer cuál es la foto de la salud mental infantojuvenil en Andalucía. Fue bastante diversa, con diferentes experiencias profesionales. Incluso al final participó en una mesa gente con muchos seguidores en las redes sociales para aportar también su visión en ese sentido. Abrí mi presentación con una foto de la parábola de los seis sabios ciegos y el elefante que, dependiendo de qué parte está tocando, cada uno tiene una percepción totalmente diferente de cómo es el elefante. La mía es desde una unidad de salud mental infantojuvenil, teniendo en cuenta que al primer lugar donde llegan los niños y adolescentes es por atención primaria, médico de cabecera o pediatra, luego pasan a los equipos de salud mental y, si hay una situación un poquito más compleja, llegan a nosotros los casos de diagnóstico de intervención terapéutica más compleja. Mi foto, como decía, es desde uno de los sitios más complicados.
¿Cómo es esa foto de la salud mental infantojuvenil desde su perspectiva?
Es una foto que, desde unos pocos años antes de la pandemia, ya estaba empezando a cambiar. Después de la pandemia, la foto es muy diferente a lo que tratábamos hace diez años. Hemos visto un aumento de toda la conducta autolítica en adolescentes, es decir, de ocasionarse un daño físico a sí mismo. Eso ha subido un montón. Todo el tema de las autolesiones no suicidas también ha llegado mucho, todas las dificultades de regulación emocional de los adolescentes, los trastornos de conducta alimentaria también se han disparado, así como los trastornos sociocomunicativo del espectro autista y problemas en la comunicación también se han disparado después de la pandemia. De hecho, hemos tenido que reorganizar bastante la asistencia porque esa demanda nos tenía bloqueadas las unidades. Ha aumentado tantísimo la demanda de patologías graves que, aunque ha aumentado un poquito el número de profesionales que nos dedicamos porque hay algo más de sensibilidad y se están poniendo un poco más de dinero y de recursos, sigue siendo totalmente insuficiente.
Cuando los jóvenes de esta generación sean padres y madres lo tendrán muchísimo más claro con respecto a sus propios hijos, pero nosotros estamos aprendiendo sobre la marcha
¿Cómo afectan los cambios de la sociedad a la salud mental de la infancia y la juventud?
Tengo la sensación de que la generación infantojuvenil de españoles que tienen unos niveles altos de trastornos a nivel de salud mental, que son los que más consumen psicofármacos de toda Europa, se está formando con unos niveles de estrés añadido que no tenían las anteriores, y en eso yo pienso que tiene un peso muy importante toda la influencia de las redes sociales, con un estrés permanente entre los niños y los adolescentes, sobre todo los adolescentes, que tiene mucho que ver con todo el tema de autolesiones, de conducta autolítica, etc. Hace cinco años no nos llegaba por urgencias ningún adolescente por ingesta excesiva de paracetamol. Antes podían entrar por abuso de psicofárcamos. Nos empezó a llamar mucho la atención, y esa información sólo la tienen ellos porque la perciben a través de las redes.
¿A qué se refiere exactamente cuando habla de la influencia de las redes sociales?
A ese estrés permanente que tienen que ir gestionando con todo lo que suponen las redes en su día a día con respecto a la imagen, al 'qué dicen de mí', al 'me estoy perdiendo algo', etc. Eso no pasaba en nuestra generación. Si tú te quedabas en tu casa y no salías el fin de semana, no estabas viendo permanentemente lo bien que se lo estaba pasando todo el mundo, o si te habían dicho que no iban a salir y ahora tú ves que han salido. Ahí hay un nivel de ansiedad permanente por las redes sociales, relacionado con todo lo ansioso-depresivo, que yo creo que influye mucho en que la salud mental de los jóvenes esté empeorando.
Aparte de eso, igual que siempre, nuestros recursos a nivel de profesionales está siempre por debajo de lo que sería recomendable. El nivel de psicólogos que se recomienda a nivel infantojuvenil es de 5 por cada 100.000 niños, y aquí estamos en 0,4. Obviamente todo eso influye, claro, pero a nivel de sociedad no creo que sea solo un tema de salud mental infantojuvenil sino que responde a esta vida que llevamos corriendo a todos lados.
¿Cómo cree que afrontan las familias esas nuevas formas de comunicación entre los jóvenes?
Esta generación de padres y madres no tenemos formación suficiente sobre cómo manejar todo esto y cómo afecta a los niños porque no lo hemos vivido y lo estamos viviendo a través de las experiencias de ellos. Muchas veces no somos conscientes de la presión que ellos tienen ni de lo adictivas que son las redes sociales, las pantallas y todo el tema de la tecnología. Cuando los jóvenes de esta generación sean padres y madres lo tendrán muchísimo más claro con respecto a sus propios hijos, pero nosotros estamos aprendiendo sobre la marcha, como pasó con la pandemia.
Hay un debate actual acerca de la edad en que los niños o adolescentes acceden al móvil y a redes sociales. ¿Qué opina de eso?
Cuando en estos años estaba viendo todo lo que me llegaba a salud mental infantojuvenil, que la foto iba cambiando y venían más autolesiones, mucha sintomatología ansiosodepresiva y que los desencadenantes muchas veces eran situaciones que no habían sabido gestionar a través de las redes, mi hija estaba a las puertas de la adolescencia. En aquel momento planteé a otros padres y madres del colegio a ver si éramos capaces de hacernos fuertes y contrarrestar un poco toda esa presión que sienten los adolescentes. Ellos no estaban viendo lo que yo estaba viendo en el hospital, y el mensaje no calaba. Con mi segunda hija, el mensaje fue el mismo y ya caló un poco más entre el grupo de padres y de madres, y hubo gente que pudo llevarlo a cabo. Incluso alguno de esos niños siguen sin tener móvil en 2º de ESO. Y con el tercero ya no he tenido que sacar el tema y se ha gestionado solo en el grupo, tomando conciencia de que tenernos que hacernos fuertes para poder limitar el uso de pantallas. Afortunadamente, vamos avanzando.
Las redes sociales es el estrés añadido, de acuerdo, pero ¿qué es lo que permanece igual? La insuficiencia de recursos, de profesionales especializados, de hospitales de día, de atención en red y de lugares donde poder hospitalizar casos graves.
Incluso se están fraguando normativas para restringir el uso de los móviles en colegios e institutos. ¿Eso qué le parece?
¡Es que mucha de la patología mental que hay a nivel de sociedad está muy influida por todo eso! A mí me parece bien, y hay que dotar al profesorado en los centros educativos del poder suficiente para que puedan manejar situaciones que se pueden dar de ciberbullying, etc. Y los padres también. Porque los de arriba tenemos que tejer una red que contenga un poco esa avalancha que los desestabiliza tanto.
¿Están notando que cambia también esa foto en cuanto a la edad de los jóvenes que se ven a afectados? ¿Por qué tipo de trastornos y con qué consecuencias?
Trastornos de conducta, problemas de crianza, temas de hiperactividad, etc. siempre han sido cuestiones demandadas en salud mental pero a nuestras unidades no nos llegan tanto o se queda más en los equipos, incluso en atención primaria. Eso está más o menos atendido. Pero otra cosa que ha aumentado mucho después de la pandemia es el número de ingresos hospitalarios. Nosotros hace diez años ingresábamos seis veces menos de lo que ingresamos ahora en el hospital. Y la foto también es diferente ahí: antes ingresábamos muchos adolescentes varones, con discapacidad intelectual o autismo con trastornos de conducta, y a día de hoy ingresamos a adolescentes chicas con trastornos de la conducta alimentaria (TCA) o con conducta autolítica. Y cada vez, es verdad, las edades en la que llegan son más tempranas. Tenemos un montón de interconsultas desde pediatría, con niñas cada vez más pequeñas que han tenido un conflicto, normalmente con su grupo de iguales, promovido a veces y exacerbado por cómo se ha gestionado en redes. Estamos hablando de niñas de 11 ó 12 años, muy pequeñas para tener eso en la cabeza.
Acerca de los ingresos hospitalarios, desde el sector se ha venido denunciando la falta de plazas en las unidades de salud mental para jóvenes que hay en Andalucía.
Sí, totalmente. ¿Qué ha cambiado en todo esto? Las redes sociales es el estrés añadido, de acuerdo. ¿Y qué es lo que permanece igual? La insuficiencia de recursos, de profesionales especializados que nos dedicamos a todo esto, de hospitales de día, de atención en red y de lugares donde poder hospitalizar casos graves. Es cierto que en salud mental infantojuvenil, por lo menos aquí en Andalucía, tenemos una visión más comunitaria, intentamos que el trabajo sea en red y no sea tan hospitalocéntrico, pero hay situaciones que uno precisa ingresar y hay pocos lugares donde poder hacerlo y pocos lugares especializados para la población infantojuvenil.
Ante esa situación, el sistema público ha aumentado las derivaciones de jóvenes a clínicas privadas en los últimos años, ¿qué le parece?
Si el sistema público no tiene recursos y la demanda está ahí, el propio sistema termina encontrando cómo hacer. Los seguros escolares, por ejemplo, han permitido también que se pudieran pagar ese tipo de atenciones porque, obviamente, eso es carísimo de sostener económicamente. La respuesta a esa demanda es insuficiente desde la pública si no se dota de suficientes recursos, y estamos muy por debajo de la ratio en la que deberíamos estar.
Es verdad que ahora hay una mayor sensibilización y más gente pendiente de que es importante tratar la salud mental pero, si aumentamos los recursos proporcionalmente muchísimo menos, la demanda sigue ahí, nos guste o no, y la gente al final intenta solucionar la situación como puede. Desde mi punto de vista, lo ideal serían recursos públicos, pero desde la pública no podemos atender a todos sin dotarnos porque lo único que haces es generar un burn out a los profesionales. No puede ser que te atienda un profesional de salud mental quemado.
Estamos muy centrados en terapias de grupos de adolescentes para volver a manejar toda la autorregulación emocional porque tienen mucha relación en lo virtual o mucho aislamiento pero en lo presencial se les olvida cómo nos manejamos los seres humanos.
Estamos hablando además de tratamientos largos, no de una operación quirúrgica de la que sales de vuelta a casa, ¿no?
Claro. A nosotros nos presionaban al principio mucho desde la pública en que había que ver nuevos pacientes, en tener primeras consultas. Eso está muy bien, pero si a esa persona que has 'quitado' de la lista de espera no tienes donde poderle darle una atención en condiciones pues... Eso son problemas que tenemos en el día a día. Además, a mí trabajar en salud mental infantojuvenil me gusta mucho porque creo que todo lo que invirtamos en esa población va a hacer que en el futuro los frutos sean mejores, pero es cierto que requiere un esfuerzo mayor. Nosotros trabajamos con los niños, con las familias, con el sistema educativo, con temas de protección de menores. etc. Trabajamos muy en red y requerimos más tiempo de intervención, y tiene mucho sentido porque hacemos una apuesta a futuro de que todo lo que se pueda mejorar en esas edades va a ser un beneficio para el individuo en particular y para la sociedad en el futuro.
¿En qué se están centrando más en su unidad de salud mental y qué otros casos les resultan también novedosos?
Ahora mismo estamos muy centrados en terapias de grupos de adolescentes para volver a manejar toda la autorregulación emocional, que vuelvan a entrar en contacto. Ellos tienen mucha relación en lo virtual o mucho aislamiento, pero en lo presencial se les olvida cómo nos manejamos los seres humanos.
Y algo que llega hoy en día que antes no llegaba es todo lo que tiene que ver con con las transiciones de género, no en sí mismas sino toda la comorbilidad que traen asociada de salud mental en tema de autolesiones o también de aislamiento, o de que han sufrido bullying. Todo eso, hace unos años no nos llegaba. Siempre han existido en salud mental chicos o chicas que se hayan cambiado de género o que lo plantearan, pero esta avalancha que ha llegado de unos años hasta ahora es algo que con lo que lidiamos habitualmente y que no lidiábamos hace unos años.
Es muy dinámica la salud mental y está cambiando mucho porque la foto de la población en esas edades está cambiando mucho también. Al final también hay una vulnerabilidad personal. El estrés permanente puede ser al final un trastorno de conducta alimentaria lo que genere ese estrés, o ese estrés puede generar un trastorno de regulación emocional o una experiencia psicótica. Por ejemplo, las unidades de salud mental estamos para atención a cuadros psicóticos, principalmente, que es como lo más grave dentro de nuestra patología, pero eso no ha aumentado después de la pandemia. Lo que ha aumentado son cosas más del día a día y todo lo que se deriva. Los trastornos de las emociones, en definitiva, que es el diagnóstico que le damos en salud mental infantojuvenil.