“La Feria nunca duerme”: así se trabaja por recuperar el real mientras Sevilla descansa
Camina a buen ritmo, decidido. A contracorriente. Sus pies se dirigen al destino del que muchos se están marchando ya. Cuando Juan Ramón pisa el real de la Feria de Sevilla, dan las doce de la madrugada y se encuentra con que la caseta que tiene que vigilar está en plena ebullición. Quedan todavía por delante varias jarras de rebujito, bailoteos y sevillanas, hasta que los más jartibles de la Feria abandonen el recinto ferial, al menos, por unas horas. A partir de ese momento, se quedará a solas en el interior de la caseta y podrá iniciar un ritual que es esencial para “la preparación del día siguiente”.
Tal y como lo define este joven marchenero, los guardas como él actúan como una especie de “Ratoncito Pérez reparador” que se encargan de “arreglar la Feria para que al día siguiente pueda lucir una bonita sonrisa”. Así pues, más allá de la estricta vigilancia de la caseta, cuando se apaga la música y se echa el telón, estos trabajadores desempeñan otras funciones como limpiar y ordenar el interior de la estancia, reponer los botelleros e incluso avanzar tareas de cocina, como pelar sacos de patatas.
“No tenemos tiempos muertos”, asegura Juan Ramón, sin que ello le impida encontrar momentos para entablar relación con sus “vecinos” de caseta. A su izquierda, Madiha, una mujer saharaui de 37 años que acumula experiencia en labores de vigilancia y asume su responsabilidad con diligencia: “Estos días la caseta es como mi casa, la cuido como si fuera mía”. En el otro lado, en el ala derecha, se encuentra José Manuel, un camarero almonteño de 30 años que se estrena en la Feria de Sevilla combinando su profesión habitual con la de guarda. Reconoce que le está resultando “muy duro”, pero lo está viviendo como “una experiencia”.
La otra cara de la Feria
“También es bonito porque ves otra cara de la Feria que nadie ve y nunca sabes qué puede pasar, todos los días te encuentras algo nuevo”, asevera con la caseta ya vacía en torno a las 5.30 de la madrugada. A esta hora ya ha adoptado su papel de vigilante que consiste, según él lo describe, en “mantener la caseta segura y dejarlo todo preparado para el día siguiente”, o lo que es lo mismo, para dentro de unas horas.
A pesar de que ya solo su cuerpo ocupa un espacio abarrotado hasta hace escasos minutos, José Manuel admite que no se siente solo porque siempre hay alguien que irrumpe a lo largo de la madrugada para “pedir algo” o, simplemente, para “hablar un rato”. Asimismo, alude a los otros actores que hacen acto de presencia durante esta desconocida faceta de la jornada feriante: trabajadores de Lipasam, Ecovidrio, proveedores... “Siempre hay gente en la Feria”, dice el almonteño antes de rematar la frase con una sentencia: “La Feria nunca duerme”.
Eso lo sabe bien Antonio. Lleva 20 años formando parte del equipo de una compañía de refrescos y 13 trabajando en la Feria como gestor de punto de venta de la citada firma. “Lo hago voluntariamente porque me gusta estar aquí”, sostiene, y su actitud bromista y risueña pasadas las 5 de la mañana corroboran que es cierto. Lleva desde la una de la madrugada pisando el albero y recorriendo las 116 casetas incluidas en su ruta para tomar nota de los pedidos que se necesitan para dejar abastecidos los botelleros.
En cómputo global, su compañía lleva 1.077 casetas repartidas en 13 rutas. Al día reparten 11.500 cajas y, según traslada durante la visita a Juan Ramón, el miércoles de Feria ya han vendido las mismas cajas que despacharon en total la edición del año pasado (que ya fue en sí misma un récord en cuestión de cifras, según apunta sorprendido).
Fase de preparación
Junto a los guardas, Antonio es una de las piezas que componen el engranaje de la apodada por él mismo “fase de preparación”. En esta etapa, los característicos sonidos de palmas, compás de sevillanas y griterío se sustituyen por el roce de la escoba contra la madera del suelo, los golpes de las sillas y las mesas al plegarse y desplegarse, o las barredoras y camiones cisternas de Lipasam mientras limpian las calles. Mariscal, uno de los trabajadores municipales que recoge la basura debidamente colocada para su recolección a las puertas de las casetas, describe esta fase como un “no parar”. Y lo hace sin llegar a detenerse porque, repite varias veces, va “a piñón, a piñón”.
En efecto, además de sus sonidos particulares, esta etapa cuenta con sus propios códigos y reglas. Los guardas saben que tienen que sacar la basura previamente clasificada por grupos de residuos (vidrio, envases, restos orgánicos, cartón) a partir de las 5.00. Entonces, los trabajadores de Lipasam comienzan su recorrido por el real recopilando estas bolsas. Asimismo, responsables de otras entidades como Ecovidrio hacen su ruta para asegurarse del correcto reciclaje de este material. Y lo mismo hacen otros trabajadores que pasan a recoger el aceite usado.
Volviendo a la limpieza, Juan, uno de los contratados de Lipasam para la Feria, confirma que cuando la gente se marcha, quienes permanecen en el real trabajando viven horas “muy duras” porque hay “mucha basura” y les toca “aguantar mucho”. Se refiere a las faltas de respeto que a menudo tienen que soportar los trabajadores municipales que se encargan de la limpieza de las calles: “Incluso nos quitan herramientas”, lamenta. Tanto él como su compañero Antonio, manguera en mano y sin cesar la tarea, coinciden en que su labor no está valorada a ojos de la sociedad, aun cuando se esfuerzan para que la Feria tenga “la calidad” que Sevilla se merece.
Vivir de noche
Madiha también confiesa que ha padecido en algunas ocasiones comentarios despectivos e irrespetuosos por su condición de mujer y origen. Sin ir más lejos, recuerda, la segunda noche de esta edición de Feria de Abril tuvo que enfrentarse a un grupo de chavales que presionaba por entrar en la caseta con vistas a continuar la fiesta después de haberse echado el cierre. Agradecida, rememora que sus compañeros de guardia salieron en su defensa y le mostraron su apoyo, si bien ella asegura que nunca ha sentido miedo. “Además, estoy muy fuerte, soy cinturón negro de karate”, comenta sin perder el gesto sonriente.
Otro de los aspectos más arduos compartidos por quienes protagonizan esta fase es el horario que exige “vivir de noche”, como expresa José Manuel. En la misma línea, Juan Ramón, que lleva dos ediciones de la Feria de Sevilla trabajando de guarda para tratar de ganar lo suficiente como para garantizarse “independencia y libertad” mientras termina sus estudios, afirma que “lo peor” es tener que hacer vida cuando la ciudad duerme.
Aun así, esta labor despierta también emociones de entusiasmo como la que refleja Madiha en su rostro al declarar: “Me encanta trabajar en la Feria, ver a la gente bailar, que se sienten a charlar conmigo, conocer a los vecinos, me transmiten mucha alegría”, admite mientras ultima sus labores en la caseta. Tanto es así, que ahora celebra que el grupo de jóvenes insistente se le acercara la noche siguiente a disculparse y, desde entonces, la saludan y se paran a hablar con ella cuando coinciden en la caseta.
En lo que respecta a José Manuel, el camarero se queda con la “autonomía” que le concede este trabajo para gestionar diferentes ámbitos estando solo. Después de haberlo recogido todo, con los botelleros recargados y las mesas colocadas, Juan Ramón contesta con guasa que lo que más le gusta es “terminar”. Ya es de día y acaba de llegar el cocinero de la caseta para tomarle el relevo. Se puede marchar a descansar. Así que emprende el camino de vuelta, ahora sí, en dirección contraria –“sales después de dejar la Feria lista para que la gente entre engalanada”–. Y deja atrás la imponente portada avanzando, esta vez, con ritmo más pausado.
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