“Es un momento crítico para las universidades. Vamos tarde a esta revolución tecnológica”
La Universidad Pablo de Olavide (UPO), la más joven de las universidades públicas andaluzas, cumple 22 años. Con esa edad estaría a punto de terminar su grado, y sus calificaciones, según el rector de la institución, Vicente Guzmán, son más que buenas para afrontar un futuro “esperanzador”. Ese optimismo es consecuencia del enfoque que, a su juicio, ha tenido la UPO desde que inició su andadura: una combinación de flexibilidad, innovación, investigación, especialización (fue la primera universidad en contar con dobles grados), atención personalizada al alumnado y capacidad de adaptación, unida a la resiliencia durante la etapa de crisis y recortes. Pero Guzmán alerta de que hay decisiones que urge tomar en las universidades andaluzas ante el “momento crítico” derivado de la revolución tecnológica en la que está inmersa la sociedad actual. Y advierte: “Vamos tarde”.
¿El reloj de las universidades andaluzas va desacompasado con el momento actual?
La transformación deberíamos haberla iniciado hace tiempo. Creo que llevamos cuatro o cinco años de retraso. Ahora lo urgente es ver hacia dónde vamos, cuál es la forma de acertar para así dar una mejor respuesta no sólo a nuestro alumnado, sino también a la sociedad. Porque no debemos olvidar nunca que nuestra vocación es el servicio a la sociedad, la relación no se limita al mercado, la economía, la empresa o potenciar el emprendimiento entre el alumnado, que también. Nos debemos a la sociedad porque somos un servicio público de educación superior y ante los cambios que se están produciendo con gran velocidad, debemos reaccionar con rapidez.
El cuándo está en el aire pero, ¿sabe cómo?
La Universidad tiene que ser capaz de liderar ese proceso de cambio mediante la adaptación de sus planes de estudio y las titulaciones para la mejor preparación de los estudiantes ante estos retos. Esa es una asignatura que tenemos pendiente. No es por falta de voluntad porque todos sabemos que tenemos que abordarlo, sino que hay falta de entendimiento precisamente en cómo y cuándo hacerlo. Cuanto más tiempo pase, más tarde llegaremos a nuestro deber de preparar a los estudiantes para que sean útiles ante los problemas que la sociedad se plantea.
¿Qué se puede hacer desde Andalucía?
Deberíamos ocuparnos, por lo menos en nuestra comunidad, de poner en la agenda de la Junta de Andalucía y de los rectores la necesidad de que las titulaciones evolucionen. Habrá que mantener las que son útiles y funcionan, transformar algunas y otras, si no suprimirlas, sí cambiarlas radicalmente. Lo que no se puede hacer es trabajar sobre la base de crear más y más títulos, más grados y más másteres, eso nos hace ser ineficientes. Con datos fiables hay que tomar decisiones.
¿Qué plantea al respecto?
Hay que decidir qué se mantiene con independencia de las vicisitudes, como por ejemplo, Filosofía. ¿Cómo la vamos a quitar? Es más útil de lo que se cree, hay que mantenerla porque es la esencia del pensamiento universitario. Y digo Filosofía, como pueden ser otras disciplinas. Hay titulaciones que, por otro lado, hay que transformar y adaptar, como Derecho o Empresariales. Estamos en la economía digital y en la justicia digital y tenemos que transformar esos planes porque un estudiante de Derecho es básicamente un jurista que conoce el ordenamiento jurídico, pero cuando vaya a ejercer se va a enfrentar a la inteligencia artificial y a los expedientes electrónicos. Y luego hay necesidades incipientes que van a demandar nuevos profesionales y tenemos que anticiparnos.
¿Cómo haría esa transformación?
La formación universitaria, visto lo que se nos viene encima, debe tener una primera etapa generalista, centrada en dar herramientas genéricas, desarrollar habilidades y aportar conocimiento, y desde esa base de una formación general, a partir de ahí que cada uno busque la especialización a través del máster y el long life learning o formación continua, porque las cosas cambian tanto que hay que estar siempre conectado al proceso formativo para poder reciclarse continuamente. Hay que cambiar de un camino ya trazado y esclerótico, a un sistema flexible, general y modular.
¿Serán capaces las universidades de afrontarlo rápido?
Sabemos dos cosas ya: un estudiante tiene que tener integrado en sus habilidades la tecnología y también un conocimiento humanístico transversal. De pronto, la Ética puede tener un gran valor. Esos valores humanísticos, aprendidos a través de la Historia o la Filosofía, van a tener el mismo valor para una empresa que va a querer a ese estudiante porque sabe de algoritmos, big data o análisis de datos, pero también le van a preguntar: ¿usted sabe trabajar en grupo? ¿se sabe adaptar a los cambios? ¿tiene principios éticos? ¿es empático? Eso es lo que se está ya demandando. Y en la Universidad no podemos estar ajenos a esto. Ese proceso de transformación tiene que ser más flexible incorporar más ramas del saber para que, ante los constantes cambios, un estudiante, investigador, empresario o trabajador sepa reaccionar. Insisto, estamos en un momento crítico.
¿Hay resistencias a esos cambios?
El principal obstáculo para el cambio no son los motivos económicos o burocráticos. El principal escollo ante cualquier cambio es la resistencia de las personas. Esa es la resistencia más difícil de vencer y por eso hay que convencer.
En este reto de transformación de las universidades, también afectará a los campus. Cada vez hay más universidades virtuales.
Los campus, si hacemos bien nuestro trabajo, en este proceso de renovación tendrán dos pilares: la enseñanza virtual y la presencial, porque el trato humano no se puede eliminar. Habrá que repensar los espacios, ya no tendrán sentido grandes aulas y bibliotecas con hileras interminables de mesas y sillas atornilladas al suelo. Tendrán que ser lugares más amables y con otra finalidad. Y por otro hay que avanzar en la digitalización y virtualización de contenidos. Tenemos que hacerlo porque ya hay universidades virtuales que ofrecen sus grados completos, postgrados y másteres y compiten con nosotros.
¿Y cómo están reaccionando?
Tenemos que ser capaces de dar una respuesta inmediata porque ya no se trata de competir con la Universidad de Sevilla o la Universidad Loyola. Hay entre 5.000 y 6.000 estudiantes andaluces matriculados en estas universidades online fuera de Andalucía. Nos tenemos que preguntar cómo es nuestro modelo de enseñanza para seguir siendo atractivos para esos estudiantes y cumplir con los retos que tenemos por delante. No podemos permanecer impasibles.
¿La UPO está preparada para competir como campus virtual?
En este caso nos preocupa más ir bien preparados y no tanto ir por delante, porque no lo vamos, y además estamos dentro del sistema universitario andaluz en el que no podemos ir por libre. Dentro de nuestras competencias ya estamos desarrollando una experiencia piloto de tres másteres online, hemos desarrollado un proyecto para la virtualización de contenidos en los másteres y ahora vamos a poner en marcha el proyecto en relación con los grados, que es más difícil y sensible, porque ahí sí importa mucho por la juventud de los estudiantes, que mantengan el contacto con compañeros y el personal docente. Eso lo tenemos adelantado, pero necesitamos trabajar como sistema universitario y con la Consejería de Economía, Conocimiento, Empresas y Universidad. Pero estas pequeñas experiencias son positivas para que cuando los cambios sean posibles, estemos lo mejor preparados. No nos podemos quedar atrás porque, de lo contrario, nos harán trizas como sistema universitario.
Para afrontar retos hacen falta recursos, uno de los caballos de batalla es la financiación.
La enfermedad crónica de la Universidad es la financiación. Ha sido siempre deficiente, en especial en I+D+i, y comparado con los países de la OCDE, España siempre ha estado por debajo de la media en inversión en educación superior. A pesar de esa menor inversión y de los recortes, las universidades han rendido bien pero tenemos el problema de que cuando queremos ganar espacio y hacer las transformaciones que necesitamos, eso precisa de apoyo financiero. El 90% de los recursos que recibe son públicos (era el 70% hasta la entrada en vigor del sistema de bonificación de matrículas universitarias en la anterior legislatura) y eso requiere de un compromiso de eficiencia de manera que no vamos a invertir en lo que nos parezca más oportuno, sino que lo haremos rindiendo cuentas y de manera eficiente.
¿Y qué sugiere para resolverlo?
No debería haber problemas para que las universidades cubran sus gastos para su funcionamiento ordinario, desde el agua a la luz, el pago de nóminas, renovación de equipamientos o mantenimiento de edificios. En estos gastos, debidamente justificados, no debería regatearse nada y, sin embargo, son los que al final más tiempo y esfuerzo consumen. Deberíamos tener un modelo en el que la financiación ordinaria estuviera garantizada y no estar preocupados por eso ni rectores ni Consejería. A partir de ahí, un modelo de inversión de investigación, desarrollo e innovación condicionado a los resultados de acuerdo con unos indicadores de rendimiento, eficacia, transparencia, rendición de cuentas, empleabilidad en el que todos nos pudiéramos poner de acuerdo. Es vital invertir en I+D+i porque en España las universidades son el gran motor investigador.
Y también para evitar la fuga de cerebros.
Es que tenemos que evitar que investigadores, esos jóvenes con talento que se han formado aquí, acaben yéndose a universidades extranjeras porque les pagan mejor y tienen más recursos, tienen menos trabas burocráticas y más medios técnicos. No damos ese paso de financiar la investigación y la docencia en función del talento que sale de nuestras universidades. Se trata de invertir no en términos de mercado, sino que la rentabilidad obtenida revierta directamente en nuestra sociedad.
Aún no ha cumplido sus cien primeros días pero, ¿qué espera del nuevo Gobierno andaluz?
Pedimos un diálogo abierto y franco con las universidades. Somos aliados del crecimiento de Andalucía porque no sólo somos un elemento educativo, en todos los ámbitos tenemos algo que decir. Deben tener presente a las universidades y contar con ellas para que los instrumentos de gobierno sean más efectivos. Ante los retos que tenemos por delante, partimos de una situación positiva. En los últimos años se trabajó muy bien porque hubo un consejero, Antonio Ramírez de Arellano, y su equipo que conocían bien los problemas y potencialidades del sistema universitario andaluz.
Hay que aprovechar esa buena situación de partida para resolver grandes temas pendientes como el modelo de financiación, la apuesta decidida por el Plan Andaluz de Investigación, Desarrollo e Innovación (PAIDI), que aún no se ha ejecutado, y ver el nuevo plan, que deberá debe ser muy potente e incidir en las universidades, porque son la llave. Y, por último, el cambio de las titulaciones, que hay que abordar con urgencia. El nuevo consejero, Rogelio Velasco, tiene buen talante y las ideas claras, sabe que las universidades somos elementos de construcción y evolución de Andalucía, y conoce sus entresijos y necesidades. En un principio, eso da tranquilidad.