La niña medieval (o no) que puede tener la llave de una cripta en el Alcázar de Sevilla

Los restos óseos de la niña, de la que se sabe que tenía menos de cinco años.

Antonio Morente

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La ya famosa niña cuyos restos aparecieron en abril durante unas obras en el Alcázar de Sevilla ha disparado la imaginación por lo inusual del hallazgo, de hecho es el primer cadáver que se localiza en el palacio real sevillano en su historia. Las preguntas se amontonan, pero las certezas, a día de hoy, son pocas: que es una niña, sí, que tendría menos de cinco años y que pertenecería a una muy buena familia. “Prudencia y paciencia”, es la letanía de los arqueólogos al hablar de una chiquilla que parece medieval pero que igual no lo es, al tiempo que insisten en que lo realmente importante es que puede tener la llave de una cripta. Si es que existe tal cripta, que eso también está por ver, aunque todo apunta a que sí.

Así que lo dicho, más dudas que evidencias. Pero la historia es apasionante, eso no hay quien lo niegue, y se ha reactivado estos días porque la Comisión de Patrimonio de la Junta de Andalucía ha dado luz verde a una intervención arqueológica en el punto donde apareció el cuerpo. Esta operación ahora autorizada bien podría llevar el título de en busca de la cripta escondida, porque las evidencias en este sentido se acumulan. Lo último, aunque todavía no se ha podido acceder, es la comprobación de que hay más enterramientos cerca de donde apareció la niña.

La primera construcción cristiana

Todo esto tiene como escenario la capilla del Palacio Gótico, “que es la primera construcción cristiana del Alcázar”, de allá por 1260, ya en época de un Alfonso X que reinó entre 1252 y 1284 después de que su padre, Fernando III, conquistase la ciudad en 1248. El apunte lo hace Miguel Ángel Tabales, el arqueólogo que comanda al equipo que trabaja en el palacio real sevillano y que recuerda que la chiquilla se la encontraron en unos sondeos previos para instalar una cámara bufa de aireación, para que así la humedad no afectase a los azulejos de Cristóbal de Augusta de 1577. Por cierto, y dicho sea de paso, uno de los conjuntos cerámicos renacentistas más importantes de Europa.

Nada más empezar a trabajar apareció la niña, así que adiós a la cámara bufa y ahora habrá que diseñar otro sistema para salvaguardar la azulejería. En este enclave se le puede seguir el rastro a seis o siete pavimentos diferentes, que se han ido superponiendo desde la época de Alfonso X, “y en cada uno de esos momentos se ha tenido que alterar el subsuelo”. “La sorpresa fue encontrarnos un sarcófago entero”, que por cierto fue reubicado allí porque las evidencias apuntan a que no fue su enclave original.

Un georradar para despejar dudas

¿Y cómo se sabe eso? Pues porque el sarcófago de plomo (con el ataúd de madera en su interior) se encontró embutido en una estructura de ladrillos con cerramiento abovedado levantada a posteriori. Para resolver tantos interrogantes, ahora se ha autorizado el uso de un georradar para detectar si hay otros enterramientos en los niveles inmediatamente inferiores al pavimento y, sobre todo, resolver la duda de si estamos ante una cripta.

“Encontrar una cripta sería algo muy importante desde el punto de vista arqueológico y de la historia del monumento y de la ciudad”, precisa Tabales. Aquí nadie quiere lanzar las campanas al vuelo, pero desde hace años se viene barajando como “la hipótesis más razonable” que exista un espacio de estas características, aunque sea por aplicar el más elemental sentido común: la capilla del Palacio Gótico donde ha aparecido el cuerpo tiene un desnivel de cuatro metros de altura con respecto al anexo Palacio Mudéjar, el que mandara construir Pedro I ya en la segunda mitad del XIV.

Aparecen más tumbas

“Es poco razonable y raro que no se ocupara ese desnivel”, razona Tabales. ¿La explicación más plausible? Que hay algo debajo que en su momento no se quiso tocar. ¿Y qué es lo más lógico que exista bajo una capilla y que se considere lo suficientemente importante como para no tocarlo? Pues una cripta, hipótesis rumbo a la cual se han dado nuevos pasos al adivinarse más tumbas junto a la de la niña y detectarse también restos de una cista (enterramiento que consiste en cuatro losas laterales y una quinta que hace de cubierta) perteneciente a un espacio funerario del siglo XIII que fue completamente desarticulado en el XVI.

Así que lo dicho, estamos a un paso de poder decir eso de blanco y en botella, aunque todavía toca esperar un poco para confirmar que tenemos una cripta. “Y eso son palabras mayores”, apunta el alcaide del palacio real, Román Fernández-Baca, además de que daría bastante información sobre el que es “el asentamiento primigenio de los conquistadores cristianos”. “De su vida doméstica no se conoce mucho, y esto nos permitiría asomarnos a lo que había tras las bambalinas”.

¿Y quién era esa niña?

Total, que la tumba de la niña puede ser “la punta del iceberg”, en palabras de Miguel Ángel Tabales. Pero eso no quita para que nos quede por resolver el misterio inicial de esta historia: ¿quién era esa chiquilla? Para ello, la Comisión de Patrimonio ha autorizado la realización de analíticas para el estudio exhaustivo del enterramiento: datación radiocarbónica, análisis antropológico (paleodieta, reconstrucción facial, entre otros) y de materiales asociados (textiles, cuero y botones, fundamentalmente).

“El sentido común dice que es medieval”, afirma Tabales, que apela a la prudencia “porque luego la datación nos puede decir que es del XVII”. Pero eso es poco probable, así que nos remontamos a partir de 1260, cuando se termina el Palacio Gótico que se convierte en la residencia de los reyes castellanos durante más de un siglo, hasta Pedro I.

En ese periodo se sabe de “siete u ocho vástagos reales que murieron en la infancia”, y lo que el arqueólogo tiene claro es que si hablamos de este periodo hay opciones de que se trate de “alguien vinculado a la casa real”. “Si es de época posterior se abre el abanico de posibilidades”, ya que podría ser de alguien entroncado con la nobleza o con algún alcaide del palacio. En todo caso, alguien de rango, porque en un espacio tan privilegiado no enterraban a cualquiera.

Saber el linaje y reproducir su cara

“Si el plomo del sarcófago no ha interferido demasiado, con las pruebas de ADN que se van a hacer se podría obtener el linaje”, sugiere. Sabremos también la causa de la muerte y conoceremos mejor el rito de enterramiento, porque fue embalsamada (las familias poderosas recurrían a ello y la Iglesia, que se oponía a ello, hacía la vista gorda), y hay fibras textiles y hasta una flor que pueden dar muchas pistas.

“Si tenemos suerte, con el cráneo podremos hasta hacer una reproducción de la cara”, avanza, antes de volver a pedir “prudencia y paciencia” porque la fantasía está muy disparada con la posible filiación de la chiquilla. “Saber exactamente quién era es pura ciencia ficción”, apostilla.

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