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Verano en la ciudad

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Es 29 de julio y estoy en Sevilla. Hace calor, obvio. Ha sido una noche infernal, con mínimas muy por encima de los 20 grados, el que dicen es el umbral del sueño. Tras dormir a ratos, he despertado acalorado, sofocado, y he visto a través de la ventana un cielo plomizo con nubarrones negros que, al rato, han roto en tormenta. A pesar del viento y de la lluvia, la sensación ha sido de profundo bochorno, con el que se hacía difícil respirar.

Este verano, por motivos laborales, estaré yendo y viniendo de la playa a la ciudad, y al revés. Esta semana de final de julio y arranque de agosto será continuo el cruce de los que regresan con los que se van. Todos, mal que bien, excepto algunos privilegiados, pasamos parte del verano, de la canícula, en la ciudad. Si no todo el verano, que es mucha más gente de la que nos imaginamos la que no puede irse unos días lejos de casa en esta época.

Pues bien. Hay dos máximas para combatir las altas temperaturas propias de estas fechas. La primera, que en Sevilla la distancia más corta no es la recta, sino la sombra. Merece la pena dar un rodeo antes que exponerse al sol. La segunda, los horarios. Lo que haya que hacer en la calle, mejor temprano. Y luego, esconderse en casa o la oficina y esperar hasta la caída de la tarde, a la puesta del sol, antes de volver a salir al exterior.

Sabiendo cómo gestionarlo, y con el imprescindible apoyo del aire acondicionado, los días de verano en la ciudad esconden su lado atractivo, que hay que saber aprovechar. Tus bares preferidos, si no los coges cerrados, suelen estar menos atestados que normalmente e igual puedes hasta cenar por ahí sin reserva previa. ¡Quién sabe! Igual hasta encuentras sitio en El Rinconcillo.

El aparcamiento mejora notablemente. Y se presenta la posibilidad de disfrutar de planes originales, que normalmente ni te planteas, como el cine de verano (en la Diputación, el CAAC, el Alamillo, la Fundación Tres Culturas o algunos distritos municipales, por ejemplo) o las visitas nocturnas a diversos monumentos.

Es cierto que el transporte público reduce sus frecuencias; que muchas administraciones públicas y negocios privados limitan su horario; y que un buen número de bares y restaurantes cuelgan el cartel de cerrado por vacaciones. Pero sólo es cuestión de organizarse y aprovechar lo que está disponible.

En pleno siglo XXI y en una gran capital europea, todo este planteamiento sobre cómo aprovechar el verano total o parcialmente en la ciudad es papel mojado, ciencia ficción, si eres residente en uno de los 13 barrios hartos de Sevilla, agrupados en una combativa plataforma vecinal

Lo que resulta difícil de comprender es lo de los turistas. La previsión del Ayuntamiento es que la ciudad superará este verano su récord de visitantes en julio y agosto, rozando los 280.000 entre ambos meses, especialmente franceses, italianos y portugueses, tres nacionalidades que deberían saber a qué se exponen. Son los que, contra toda lógica, ves desde el coche caminando por el centro o cerca de algún monumento en pleno pico de temperatura (ese ratito infernal entre las 15.00 y las 20.00) y te dan ganas de parar, recogerlos y llevarlos rápido a su hotel antes de que les dé un golpe de calor.

Increíblemente, en pleno siglo XXI y en una gran capital europea, todo este planteamiento sobre cómo aprovechar el verano total o parcialmente en la ciudad es papel mojado, ciencia ficción, si eres residente en uno de los 13 barrios hartos de Sevilla, agrupados en una combativa plataforma vecinal. Son zonas de Palmete, Padre Pío, Su Eminencia, Polígono Sur o San Pablo, vecindarios eminentemente humildes y trabajadores, que sufren año tras año desde hace más de 15 continuos cortes de suministro eléctrico por la deficiente infraestructura de la compañía Endesa y por la incapacidad del Ayuntamiento, de uno u otro color, para resolver esta vergüenza crónica.

Hace unos días, el periodista Sandro Pozzi, con una dilatada experiencia en las instituciones europeas y en Estados Unidos, decía en X: “Cuando regresé a Sevilla después de 25 años fuera me sorprendió que algo así estuviera pasando. Tres años después es incomprensible que siga la misma situación. Da igual quién esté al frente de la gestión de la ciudad, son barrios olvidados. Ni en la peor zona del Bronx pasa”.

Mientras en estos barrios hay muchos días que no pueden encender sus aparatos de aire acondicionado o ventiladores, están condicionados para cocinar o ver la tele, e incluso se pone en peligro la vida de pacientes que dependen de aparatos sanitarios eléctricos; muchos de nosotros contamos los días para irnos de vacaciones huyendo del calor o hacemos planes de regreso a Sevilla. El Ayuntamiento mira para otro lado y la compañía eléctrica sigue cobrando el recibo cada mes. Es el verano en la ciudad.

Es 29 de julio y estoy en Sevilla. Hace calor, obvio. Ha sido una noche infernal, con mínimas muy por encima de los 20 grados, el que dicen es el umbral del sueño. Tras dormir a ratos, he despertado acalorado, sofocado, y he visto a través de la ventana un cielo plomizo con nubarrones negros que, al rato, han roto en tormenta. A pesar del viento y de la lluvia, la sensación ha sido de profundo bochorno, con el que se hacía difícil respirar.

Este verano, por motivos laborales, estaré yendo y viniendo de la playa a la ciudad, y al revés. Esta semana de final de julio y arranque de agosto será continuo el cruce de los que regresan con los que se van. Todos, mal que bien, excepto algunos privilegiados, pasamos parte del verano, de la canícula, en la ciudad. Si no todo el verano, que es mucha más gente de la que nos imaginamos la que no puede irse unos días lejos de casa en esta época.