La violación sufrida por una joven de 16 años en Igualada, en la provincia de Barcelona, ha supuesto una conmoción colectiva. Cada hora se denuncian en nuestro país dos agresiones sexuales, según los últimos datos del Ministerio del Interior, pero se estima que la inmensa mayoría de los casos nunca salen a la luz. Alba Alfageme i Casanova (Girona, 1979), psicóloga especializada en victimología y violencia sexual y profesora de psicología de la Universidad de Girona, lleva años analizando qué hay detrás de este tipo de violencia machista sustentada en el “estigma” que “la sociedad sigue haciendo recaer” sobre las víctimas, señala.
El próximo 18 de noviembre, la experta publicará el libro Quan cridem els nostres noms (Univers), que pretende ser una guía “para la autoconciencia y resiliencia feminista”. Ponente en las jornadas Más allá de la violencia física. Respuestas frente a las violencias ocultas, organizadas por el Gobierno de Canarias este 11 y 12 de noviembre, Alfageme defiende que, frente a la violencia sexual, es necesario poner el foco en los hombres, que son “quienes tienen la solución para acabar con esto”, reflexiona la también asesora en políticas de seguridad y perspectiva de género de la Generalitat de Catalunya.
¿Estamos asistiendo a una mayor conciencia y reacción social ante este tipo de violencia?
Sí, creo que socialmente estamos en un proceso de concienciación, aunque también hay cierto shock social porque estamos tomando conciencia de un problema estructural e histórico con raíces muy profundas. Nos estamos dando cuenta de que las violencias sexuales existen, generan un gran impacto y hay muchos más casos de los que pensamos. No obstante, también hay cada vez más discursos negacionistas o que siguen señalando a las mujeres como responsables de este tipo de agresiones, que es una reacción al avance de los feminismos y a esa cada vez mayor visibilización.
Con la agresión sexual de Igualada se ha vuelto a poner sobre la mesa el miedo de las mujeres a ir por la calle solas y de noche. ¿Tenemos menos derecho al espacio público?
Es una evidencia. La única encuesta que se ha hecho a nivel europeo sobre violencias machistas apunta a que más de la mitad de las encuestadas ha dejado de hacer algunas actividades por miedo a sufrir una agresión sexual. Nuestro derecho de ciudadanía plena y a ocupar los espacios públicos sin miedo está claramente limitado. Uno de los efectos de este sistema patriarcal es que hoy en día ir por la calle sin miedo es un privilegio reservado a los hombres.
¿Cómo se ha construido este miedo?
Creo que hay una perversión con este discurso. No es que este miedo aparezca de una forma innata en las mujeres, sino que tiene que ver con la socialización que cargamos desde pequeñas y que se hace desde un intento de protegernos. Vamos incorporando esta idea, nos autolimitamos y a la vez es una forma de seguirnos considerando vulnerables e infantilizarnos. Según la antropología, alimentar este miedo y construir el espacio exterior como un espacio de amenaza tiene su origen en una estrategia de control de las mujeres. Hoy en día seguimos repitiéndolo sin darnos cuenta de que es un sistema de control muy efectivo, cuando sabemos sin embargo que el 80% de las agresiones no se dan en el espacio público, de noche y por parte de desconocidos, sino en espacios íntimos y por hombres de nuestro entorno. El propio discurso está desenfocado.
Dice que andar por la calle sin miedo es un privilegio de los hombres. ¿De todos? Pienso en hombres con pluma, por ejemplo.
El miedo se construye sobre las mujeres o sobre realidades que rompen el modelo heteronormativo, porque el patriarcado también agrede a hombres que no disponen de privilegios de hombre blanco, heterosexual y de clase media-alta, pero es cierto que cuando se han hecho encuestas de victimización, el principal miedo que tienen las mujeres es a sufrir una violación. Quizás es diferente ese miedo. La violencia sexual es, además, una violencia simbólica que lanza un mensaje a todas las mujeres.
El discurso de 'mujer, denuncia' está muy bien, pero el problema no es de las mujeres, es que el sistema se lo pone muy difícil
La violencia sexual es un delito con una gran infradenuncia. ¿Por qué?
Los datos de los que disponemos evidencian que tan solo se denuncia un 10%, aunque cada vez se está haciendo más. Cuando se ha preguntado a las mujeres por qué, lo que nos cuentan es que hay diferentes motivos: uno es la desconfianza en el sistema judicial, no sienten que pueda ayudarlas y, por contra, piensan que lo que les puede pasar es que las va a revictimizar. También tienen miedo a represalias del agresor o agresores y al estigma. Hay muchas mujeres que no lo cuentan por miedo a ser señaladas, a que se les cuelgue la etiqueta de mujer violable. El discurso de 'mujer, denuncia' está muy bien, pero el problema no es de las mujeres, es que el sistema se lo pone muy difícil. Estos motivos son un espejo que nos devuelve una imagen sobre lo mal que lo estamos haciendo como sociedad.
¿De qué forma opera ese estigma de mujer agredida sexualmente?
Se dan de la mano dos elementos claves que son la culpa y la vergüenza y que históricamente se han utilizado para callar a las mujeres. Todas y todos somos de alguna manera hijos de este patriarcado y compartimos imaginarios colectivos muchas veces inconscientes que hacen que sea fácil cuando vemos una agresión sexual, plantearnos qué hizo esta mujer. Es lo que siempre nos han contado: si te agreden es que no has hecho algo de la forma adecuada, no has seguido las normas.
Este imaginario también forma parte de las propias mujeres y muchas, cuando ocurre, se plantean qué hicieron mal. El estigma opera era antes de ser agredida (qué vida sexual tenía o si había bebido), durante la agresión sexual (cómo reaccionó, si se resistió) y después: si consigue recuperarse, seguramente no fue tan grave. A eso se suma la vergüenza, que tiene que ver con el concepto patriarcal y arcaico del honor, pero que hoy todavía existe. La violación ha sido históricamente la forma más clara de acabar con el honor de una mujer y ya nunca va a sobreponerse.
Hay víctimas que se revelan contra el relato tan común de que una violación no se supera nunca. ¿Hace daño este discurso?
Es terrible porque es negar el propio proceso de recuperación. Hay que entender el dolor y a veces este discurso surge de darle valor a lo que ha pasado, pero es que está llevando a las mujeres a un callejón sin salida. Si lo alimentamos, no permitimos que sean mujeres supervivientes y las reducimos a mujeres víctimas, pero muchas de ellas lo que son más que una mujer violada y que eso no define su identidad, sino que buscan construir caminos alternativos para salir adelante.
A las mujeres nos enseñan a renunciar, pero a los hombres al contrario: a ocupar, a imponerse y a visibilizarse. ¿Quién está dispuesto a dar un paso al lado?
Defiende poner el foco en los hombres. ¿Cree que todos son conscientes de lo que es una violación?
Lo defiendo porque las violencias machistas y sexuales no son realmente un problema de las mujeres, sino de los hombres. Quienes tienen la solución para acabar con esto son ellos. Al final, o lo enfocamos realmente así o esto no va a terminar.
Los hombres construyen su sexualidad en función de las oportunidades o momentos en los que pueden aprovecharse de otra persona en situación de vulnerabilidad, pero como no utilizan la violencia física o la intimidación directa, eso es sexo. Sin embargo, en muchos casos están ejerciendo la violencia sexual. Muchas veces no son ni conscientes de esto. Y es que no son prácticas que se den de forma casual o aislada, es que están normalizadas. La violencia sexual es el instrumento, no es un objetivo en sí misma, el objetivo es poder tener acceso a ese cuerpo cuando y cómo ellos quieran. Aquí influye el tema del porno mainstream, pero el problema es que los chavales no reciben ningún tipo de educación sexual.
Cada vez hay más movimientos sobre las llamadas nuevas masculinidades u hombres que reflexionan sobre esto, pero ¿qué falta?
Hay un tema clave y es que intentar hacer un cambio de sistema que está construido sobre los privilegios hace que haya mucha resistencia; a veces más evidente, otras en base a discursos que sí van en esta línea pero que luego en la cotidianidad, se caen. A las mujeres nos enseñan a renunciar, pero a los hombres al contrario: a ocupar, a imponerse y a visibilizarse. ¿Quién está dispuesto a dar un paso al lado? Se necesita atravesar unos procesos de deconstrucción emocionales y psicológicos muy fuertes que se suman a la presión de grupo del resto de hombres, que también influye.
Vemos datos preocupantes sobre percepción de la violencia machista entre los jóvenes: ha crecido la cifra de los que piensan que no existe. ¿Estamos yendo para atrás?
Evidentemente estamos en un momento de auge de todo un discurso reaccionario. Normalmente ocurre cuando hay movimientos de transformación social, como el feminismo, que están logrando avanzar. Estos relatos sostenidos con la ideología de extrema derecha expanden el negacionismo de las violencias machistas por miedo a perder poder o privilegios, y muchos jóvenes ni lo identifican con la ultraderecha, sino que lo incorporan como forma de resistencia a un movimiento que empieza a cuestionarles, algo que no es nada cómodo. Al mismo tiempo, cada vez las encuestas nos dicen que las chicas denuncian más jóvenes; es decir, la violencia machista sigue, pero son más conscientes de lo que viven y se acogen al feminismo. Se puede leer en una doble dirección: tenemos un problemón porque muchos chicos están sumándose a estas tesis, pero es una evidencia que el feminismo avanza, y a más avance, más reacción.