Apuntes desde la sala de vistas del juicio a 'la manada': se juzga a todas
Entre el palacio de la justicia de Pamplona y mi hotel hay un parque. La sesión del martes se ha alargado y, para cuando he terminado de escribir mi crónica, está atardeciendo. Cruzo el parque. Sin ganas. A veces miro hacia atrás. Escudriño con la mirada la zona en la que hay varios coches aparcados. En la cabeza se me arremolinan las frases que he escuchado. “¿Por qué fue por calles oscuras?”, “¿por qué se besó con él?”, “¿por qué si los chicos la molestaban no pidió ayuda, no salió corriendo?”, “¿por qué si había sufrido una agresión sexual lo primero que refirió a la pareja que se le acercó fue que le habían robado el móvil?”, “¿por qué no se puso en tratamiento hasta dos meses después?”.
Podríamos decir que a la sala de vistas 102 del Palacio de Justicia de Pamplona, la habitación donde se ha celebrado el juicio a la manada, llegas como si nada. Podríamos mentir. O podríamos decir que llegas con tu mochila. Nos miro, somos 46 periodistas. Aunque hay mayoría de hombres, no es abrumadora, somos unas cuantas mujeres.
Mientras escucho a las defensas pienso en nosotras. Pienso en si a ellas también les habrá pasado. Que se te tuerza el ligue de una noche y se convierta en algo violento o desagradable, un episodio del que quizá salgas indemne o no. Que te hayan empujado a un portal o a un ascensor. Que se hayan frotado contra ti en el metro y que la gente haya seguido leyendo su periódico como si nada. Que te hayan dicho eso de “vas provocando”, “tú lo buscaste”, “se lo diste a entender”, esas frases, casi eslóganes, que te hace dudar de si tienes “derecho” a quejarte, a reclamar, a denunciar.
El engranaje de las defensas se nutre de esa cultura. Son horas las que han dedicado a cuestionar la forma en la que ella se sentó mientras declaraba, al parecer con desparpajo. Sin abatimiento. Siguió con su vida, con sus redes sociales, salió con sus amigas. Comenzó el tratamiento dos meses después, en septiembre. Incluso el programa de televisión con el que se ríe con sus amigas, un reality en el que les gusta seguir a una chica cuyo lema es “Hagas lo que hagas, bájate las bragas” sirve para cuestionar su testimonio.
Por si alguien lo ha pensado, no, no hay que condenarlos, no antes de la sentencia. Pero es difícil no pensar que, de alguna manera, en este juicio sí nos están juzgando a todas.
Voy a usar nombres ficticios. Pienso en Bea y en la culpa que sintió después de que un grupo de chicos la apartara de su camino cuando volvía a casa y la forzara hasta que ella consiguió zafarse. Culpa por ir sola de noche, culpa por vestir como vestía, culpa porque algo debió hacer para que eso le sucediera a ella. Unos días después, no muchos, volvíamos a estar de fiesta en algún bar. La vida tenía que seguir y nosotras la animábamos. Si alguien busca es probable que encuentre fotos de sonrisas y cubatas. Una 'mala víctima' de agresión sexual.
Pienso en Ángela y en aquel chico con el que deseaba tener sexo. Todo iba bien, fluía, hasta que él decidió unilateralmente que era el momento de tener sexo anal, sin preguntar, sin preservativo, sin hacer caso a sus lamentos, al cuerpo que se resistía. A ella jamás se le pasó por la cabeza denunciar. ¿Alguien la hubiera creído?, preguntaba tiempo después. Fue también mucho tiempo después cuando decidió acudir a terapia para sacudirse la ansiedad que a vece le sobrevenía. Ella tampoco habría cumplido con el manual de “perfecta víctima de agresión sexual”.
Mirándonos pienso también en ellos. Al fin y al cabo, esta historia empieza con cinco hombres que quieren satisfacer sus ganas de sexo. Cinco hombres que están convencidos de que no han violado a ninguna mujer, de que lo que sucedió en aquel portal fueron relaciones consentidas. No dijo que no, argumentan las defensas. Ese no explícito es para ellos el límite que marca que una mujer quiera una relación sexual o no. Como ella no lo dijo, consintió.
Ahí también me vienen a la cabeza otras historias. Las de hombres invitando a copas a mujeres con el convencimiento de que aquello facilitaría “las cosas”. La de hombres enrollándose con mujeres semi inconscientes por el alcohol. “Si sube a mi casa me está dando a entender que quiere, luego que no me venga con gilipolleces”. “¿Tú crees que una mujer que habla así no está buscando guerra?”.
En este caso, una chica de 18 años no emitió verbalmente un no a cinco hombres que acababa de conocer y que la introdujeron en un portal “de forma sorpresiva”. “Ni en sus peores pesadillas se imaginaba lo que iba a suceder”, dijo la fiscal el lunes. Ellos, los acusados, no supieron decir qué es lo que les indicó que ella deseaba esas relaciones. Quizá es la hora de que hablemos más de consentimiento.