Júlia Bertran: “El altruismo es una coartada cándida para que socialmente aceptemos la donación de óvulos”
A la periodista cultural y escritora Júlia Bertran el deseo de tener un hijo le estalló en la cara. Lo hizo de repente, cuando ya había llegado a una edad en la que las posibilidades de ser madre de manera natural habían caído drásticamente. Comenzó ahí, primero, una indagación sobre la fuerza repentina de su deseo y el camino que había transitado hasta entonces. Pero también empezó el periplo por la reproducción asistida: diagnósticos, pruebas, tratamientos, intentos, posibilidades. Y muchas contradicciones como feminista, la más grande: recurrir a la ovodonación. ¿Qué implicaría todo aquello para la mujer que le donaría sus óvulos?, ¿iba a ser realmente madre si sus genes no estaban en su hijo?, ¿cómo hacer frente a ese malestar y a ese duelo genético? Bertran decidió que la manera de lidiar con todo aquello era sentarse a escribir un libro que la editorial Libros del K.O ha publicado ahora: Querida desconocida.
¿Pesa aún mucho en nuestra sociedad la amenaza por el arrepentimiento de no haber tenido hijos?
Es una de las frases más recurrentes que te dicen cuando estás en una etapa de tu vida como mujer, y creo que cala muchísimo. Yo, como cuento en el libro, no sé si por inconsciencia, por desconocimiento de nuestros cuerpos y de nuestros procesos reproductivos, por este imaginario de facilidad reproductiva del que habla Sara Lafuente Funes, que nos pensamos que hoy en día aunque nos pongamos tarde todo es posible... no sentía mucha presión por ser madre, aunque sí era algo muy presente en todo mi entorno. Yo pensaba que no deseaba serlo pero tampoco tenía referentes de no madres como para reflejarme en ellas. Así que el mandato social iba pesando, pero yo lo iba esquivando.
Hay un momento en el libro que dice 'bueno, lo intentamos, pero no nos ilusionamos demasiado, si no llega no pasa nada'. Sin embargo, luego sucede todo lo contrario: viene la obsesión y la dificultad de saber cuándo parar en los procesos de reproducción asistida porque quiere conseguir quedarte embarazada a toda cosa. ¿Es difícil renunciar una vez que se entra en la rueda de los tratamientos?
Yo fui la primera sorprendida de ver cómo realmente algo que yo no había deseado en la vida de repente se volvió irrenunciable. En el libro intento tirar de ese hilo, descubrir por qué este cambio. Creo que, por un lado, cuando comienzas a intentarlo abres esa posibilidad en tu mente y de repente el deseo te estalla en la cara. Aunque digas que lo vas a hacer sin agobiarte, esa idea ya se ha infiltrado en tu imaginario y se va alimentando a medida que lo vas probando.
A las de mi generación nos influyó mucho un discurso que demonizaba la maternidad como posible espacio de emancipación femenina. Para mí la maternidad eran solo renuncias a libertades, a posibilidades. Cuando me hice el planteamiento al revés, si no tener hijos es también una renuncia, hubo un gran cambio
Se me plantean algunas preguntas: ¿hasta qué punto me he negado un deseo o ese deseo sí que estaba latente en mí?, ¿hasta qué punto preferí no hacerle caso, no lo quise ver por muchas cuestiones de las que abordo en el libro, como tener otras ambiciones en la vida y sentir que eran incompatibles? Hay como una zancadilla feminista: yo intenté rebelarme contra este mandato social de ser madre, pero se nos puede volver en contra.
¿La búsqueda del propio deseo de maternidad está necesariamente contaminada de mandatos y de otras ideas que hemos construido desde otros lugares muy distintos?
A mí, y quizá a las de mi generación, nos influyó mucho un discurso que demonizaba la maternidad como posible espacio de emancipación femenina. Yo agradezco a las feministas que en los 60 y los 70 lucharon para que pudiéramos liberarnos de este mandato social, lo que pasa es que hay que revisar todos estos avances porque la sociedad cambia y lo que en un momento dado fue una conquista de libertades, ahora quizás no lo es. Para mí la maternidad eran solo renuncias a libertades, a posibilidades, debido a una mentalidad muy neoliberal y de no entender los cuidados y la crianza como un espacio también de gozo e incluso de crecimiento. Cuando me hice el planteamiento al revés, es decir, si no tener hijos es también una renuncia o a qué estoy renunciando por priorizar mi vida profesional y mi libertad individual, hubo un gran cambio.
¿Quizá también entonces nos faltan referentes de madres con vidas interesantes o gozosas en las que se caben muchas cosas distintas?
Sí, aunque cada vez estos relatos tienen más visibilidad y entendemos que, como decía Adrienne Rich en los 70, una cosa es demonizar la experiencia de la maternidad y la otra es demonizar la institución maternal, entendida como un conjunto de normas disciplinarias que ha impuesto el patriarcado sobre cómo ha de ser esta maternidad. Para mí, esta diferenciación es muy importante, porque no quiero sucumbir a una maternidad entendida según los cánones patriarcales, pero ¿por qué tengo que renunciar a la experiencia de maternidad, cuando es de las más trascendentales que podemos vivir?
En libro dice que las clínicas de fertilidad están llenas de feministas con contradicciones, ¿por qué?
Cuando comencé con los procesos de reproducción y con mis dilemas éticos, me sentía muy culpable, muy mal y lo viví muy, muy en soledad al principio. Leyendo el libro Mercados reproductivos, de Sara Lafuente Funes, en el que dice que hay muchas feministas lidiando con sus contradicciones, sentí que no estaba sola. Ese es un poco el germen del libro, socializar estos dilemas y procesos.
¿Con qué tienen que ver estas contradicciones?
Por un lado, es el hecho de alimentar un sistema de reproducción muy mercantilizado, muy mediatizado por el mercado y por los intereses económicos. Y luego –en mi caso, que llegué a la donación de óvulos– era pensar por dónde tiene que pasar otra mujer, qué riesgos tiene que asumir otra mujer que seguramente tendrá una situación mucho más vulnerable que la mía para que yo cumpla un deseo. ¿Qué consecuencias tiene mi deseo en el cuerpo de otra mujer? También piensas que las donantes son mujeres mayores de edad con capacidad de pensar por sí mismas y que por qué tienes que decidir tú por ellas. Pero también, ¿pueden realmente decidir libremente en un contexto que las precariza?
Una cosa es demonizar la experiencia de la maternidad y la otra es demonizar la institución maternal, entendida como un conjunto de normas disciplinarias que ha impuesto el patriarcado sobre cómo ha de ser esta maternidad. Esta diferenciación es muy importante, porque no quiero sucumbir a una maternidad entendida según los cánones patriarcales, pero ¿por qué tengo que renunciar a la experiencia de maternidad, cuando es de las más trascendentales que podemos vivir?
Al principio me costaba mucho hablar de este tema porque sentía que me estaba traicionando como mujer feminista. Es muy difícil poner este tema en la conversación pública cuando a ti te genera dolor o tantas dificultades, pero también porque hay un discurso muy romantizado sobre estos procesos de reproducción asistida. También hay mucha desinformación sobre la incidencia que tienen en los cuerpos de las mujeres los tratamientos o las donaciones, o sobre cómo nuestra ley y la industria de la reproducción, nada inofensiva, funciona.
¿Está supliendo la expansión de la reproducción asistida un discurso con políticas públicas sobre qué hacer con la maternidad/paternidad y todo lo que eso implica en términos económicos, de vivienda, de empleo, de conciliación...?
Muchas expertas ya han dicho que la industria de la reproducción asistida al final ofrece soluciones individuales, elitistas, privadas, mercantilizadas a un problema que es estructural y social. Habría que ir a la raíz, que es por qué retardamos tanto la maternidad, y no poner más peso solo sobre las mujeres, porque la reproducción es un tema que tendría que interpelar a toda la sociedad. Se habla mucho de corresponsabilidad en la crianza, pero vamos a hablar también de corresponsabilidad en la reproducción. Lo que tendríamos que reivindicar son medidas para que las personas que quieran tener hijos lo puedan hacer con ciertas garantías y no correr la cortina de las clínicas de fertilidad. Es magnífico que la ciencia progrese y que podamos tener cada vez más técnicas para poder ayudarnos a concebir criaturas, pero eso no tendría que inhibir las medidas para que todo el mundo pueda decidir si tener o no hijos.
Una de las conclusiones del libro es que el eslabón más débil de la cadena son las donantes de óvulos, a las que se les compensa con una cantidad limitada de dinero mientras las clínicas obtienen grandes beneficios. ¿Qué propuestas se pueden hacer a partir de esa conclusión?
El altruismo es una coartada cándida para que la donación de óvulos esté socialmente aceptada. Se han hecho estudios que indagan en los motivos que llevan a estas mujeres a donar y muchas veces hay una parte de querer ayudar a otras mujeres, he hablado con algunas de ellas y esto existe. Lo que pasa es que no podemos decir que es puro altruismo porque no es verdad, hay una compensación económica de unos mil euros.
Las contradicciones pasan por alimentar un sistema de reproducción muy mediatizado por el mercado y por los intereses económicos. En mi caso, que llegué a la donación de óvulos, era pensar por dónde tiene que pasar otra mujer, qué riesgos tiene que asumir otra mujer que seguramente tendrá una situación mucho más vulnerable que la mía para que yo cumpla un deseo. Pero también piensas que las donantes son mujeres mayores de edad con capacidad de pensar por sí mismas, aunque ¿pueden realmente decidir libremente en un contexto que las precariza?
Y teniendo en cuenta cómo es la precariedad de los sueldos en este país, mil euros es dinero y el factor económico es clave también muchas jóvenes. Para mí es muy importante visibilizar los procesos por los que pasan estas chicas, que sean más transparentes para que realmente todo el mundo sepa en qué consisten y poder garantizar que estas mujeres lo hacen con toda seguridad, física y psicológica.
¿Escribir este libro ha servido para aliviar algunas de las contradicciones con las que se encontró en el proceso de tener un hijo por reproducción asistida?, ¿cómo ha evolucionado su duelo genético?
Esta no es una solución porque la contradicción está ahí, pero en el libro abordo justo cómo habitarla, porque vivimos en una sociedad en la que es muy difícil no tener contradicciones entre nuestro modo de vida y nuestra manera de pensar. Hay contradicciones más profundas que otras, y esta era muy profunda porque hay una personita que surge de estos proceso, mi hijo surge de esta contradicción. Escribir el libro o hablar sobre ello es la manera de convertir la culpa que yo sentía en responsabilidad, porque la culpa puede silenciar, bloquear, paralizar. Esta es mi manera de responsabilizarme de mi culpa.
10