Palabras Clave es el espacio de opinión, análisis y reflexión de eldiario.es Castilla-La Mancha, un punto de encuentro y participación colectiva.
Las opiniones vertidas en este espacio son responsabilidad de sus autores.
Comienza un nuevo año y parece que estamos ante un cambio de paradigma en el contexto geopolítico mundial. A pocos días de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, las próximas elecciones alemanas a la vista -en las que se espera un avance de la ultraderecha-, la formación de un nuevo gobierno en Austria -que pudiera tener como primer ministro al presidente de los ultras-, o la inestabilidad política en Francia -donde el partido de Marine Le Pen es líder destacado en las encuestas-, son señales que nos alertan de que estamos ante un fenómeno que afecta a las democracias de todo el mundo.
El auge de la ultraderecha es consecuencia de muchos factores, pero uno de ellos, sin duda, es la dificultad -o incapacidad- de las fuerzas políticas que han gobernado las democracias occidentales desde la segunda guerra mundial, para llegar a los ciudadanos que, más que una solución a sus problemas, las perciben como una casta que no tiene en cuenta sus necesidades.
Es significativo el desapego de las clases trabajadoras -incluso de amplios segmentos de la denominada clase media-, que ve, hoy, a la ultraderecha y a los movimientos autocráticos como una mejor opción a la hora de depositar su voto. Dejarse llevar por los cantos de sirena de aquellos que no creen en la democracia y en la igualdad, que cuestionan el feminismo -e incluso la violencia machista-, el calentamiento global o la importancia de la educación pública por citar algunos ejemplos, es una mala idea.
Pero alguna responsabilidad tienen también aquellos que han dejado de ilusionar a la gente corriente que forma la base de todas las sociedades. En muchas ocasiones da la sensación de que, desde las elites -y la política es sin duda, una de ellas- se les ha abandonado. Es una de las percepciones de la mayoría de la clase trabajadora norteamericana, que ha caído en los brazos de Trump, al no reconocer en los demócratas a un partido capaz de mejorar su acceso a la salud, la educación o sus condiciones laborales desde su atalaya de Washington, muy alejada, en la práctica, de los intereses de la gente normal.
Y eso está ocurriendo en otros países, como los europeos ya mencionados. En España la presión es cada vez mayor y cerca de un 16% de los votantes están dispuestos a apostar por un partido ultra, antisistema. Es una muy mala noticia.
Pero estamos a tiempo de impedir que crezcan. Para ello, las fuerzas democráticas, y particularmente la izquierda, debe apostar por lo que la sociedad necesita. Centrar el tiro en las políticas importantes. Y en nuestro país, desde mi punto de vista, las dos actuaciones más urgentes deberían ser el impulso decidido a la educación pública de calidad, como vehículo vertebrador de la sociedad; y el acceso a la vivienda, hoy casi una quimera para muchas familias y jóvenes, con sueldos muy bajos en comparación con los alquileres o precios de compra que hoy se han convertido en inalcanzables.
La sociedad no puede esperar. Y es el conjunto de la sociedad el que mantiene viva la democracia, que tanto cuesta conquistar cada día.
0