Que la gente se casa cada vez menos es una afirmación común, pero también una evidencia parcial, según los datos disponibles. La realidad es que el número de bodas desciende desde hace años porque tiran de la curva hacia abajo los matrimonios de parejas heterosexuales. Sin embargo, no ocurre lo mismo con los de personas del mismo sexo. Son una minoría, representan poco más del 3% del total de bodas, pero la tendencia es diferente y se mantienen al alza desde que son posibles en España gracias a una reforma del Código Civil aprobada hace ya 17 años.
No ha sido una subida ininterrumpida. En general e históricamente, los matrimonios han estado estrechamente relacionados con el ciclo económico con bajadas en los periodos de crisis, como ocurrió con la de 2008, de acuerdo con los datos que anualmente publica el Instituto Nacional de Estadística.
La excepción más reciente se produjo en 2020, cuando todas las uniones se desplomaron por la pandemia, y en 2021, que siguió arrastrando este efecto. Pero al margen de las oscilaciones, las tendencias se contraponen: por cada 100 bodas heterosexuales que hubo en 2007, en 2021 hubo 71, mientras que por el centenar de parejas del mismo sexo que se casaron entonces, lo hicieron 158 el año pasado.
En números absolutos, se constata esta misma evolución, de crecimiento para unas uniones y de bajada para otras, incluso tomando como referencia el año 2006, el primero completo del matrimonio igualitario, en el que hubo un boom de bodas que pasaron después a estabilizarse. Ese año se casaron 203.453 parejas de distinto sexo, un 42% más que en 2021 y un 26% más que en 2019. Por su parte, entre personas del mismo sexo hubo 4.313 bodas, lo que supone un 14,3% menos que las registradas por el INE el año pasado y un 16,1% por debajo de las de 2019, el año completo justamente anterior a la crisis del COVID.
Las expertas consultadas para este reportaje coinciden en apuntar a varios factores detrás de ambas tendencias. Lo ha evaluado recientemente el centro de análisis Funcas, que se ha centrado en los motivos por los que cada vez menos parejas heterosexuales optan por contraer matrimonio. “Ya no es tan importante como era hace unas décadas porque ha dejado de entenderse como un rito de paso para la emancipación, iniciar una vida en pareja o incluso tener hijos. Antes era un paso clave que se daba por hecho y ha cambiado completamente. Hay que tener en cuenta que aproximadamente la mitad de los niños ya nacen de madres no casadas”, explica la socióloga y directora de Estudios Sociales de Funcas Elisa Chuliá.
El centro de análisis observa un descenso generalizado de los matrimonios en Europa durante el último medio siglo, con una caída menos intensa en algunos países y en otros más acusada, pero que “se constata en todos”. Se trata, segura, de un fenómeno “muy extendido en las sociedades occidentales”. Y apunta a varios motivos. El matrimonio sigue gozando de privilegios, pero ya no es la única opción para acceder a algunas prestaciones, que aunque a veces con desventajas o diferentes condiciones, pueden disfrutar las parejas de hecho. Funcas apunta, además, a que la incorporación de las mujeres al mercado laboral ha hecho que algunas como la pensión de viudedad “pierdan importancia”.
Otras hipótesis, pero que podrían afectar independientemente de la orientación sexual, pasan por la caída de la natalidad y el envejecimiento progresivo de la población, que puede llevar a que cada vez haya menos personas en la edad habitual de casarse. O también a una “posible reducción del número de emparejamientos estables”, señala Chuliá. Pero, por encima de ello, está la progresiva modificación del significado del matrimonio heterosexual en nuestras sociedades. “Seguramente haya perdido peso cultural y sea visto por muchas personas como una institución más arcaica”, cree la activista LGTBI Elena Longares.
Reconocimiento y legitimidad
Durante mucho tiempo, casarse ha sido prácticamente una norma cuya transgresión suponía una penalización o estigma. Ahora la aceptación social de la convivencia o la descendencia sin pasar por el altar o el juzgado es otra. Por su parte, el matrimonio entre personas del mismo sexo carece de esos antecedentes porque hasta hace escasos años estaba prohibido y fue una conquista largamente peleada. De hecho, sectores sociales, religiosos y políticos conservadores se opusieron férreamente a su aprobación en España, que llegó a ser recurrida ante el Tribunal Constitucional por el Partido Popular.
“Puede llegar a ser una cuestión simbólica, algo más profundo. Hemos estado excluidos de algo y ahora queremos entrar. Pero sobre todo creo que tiene que ver con una cuestión de sentirnos más protegidas. El hecho de estar casadas puede dar una sensación de mayor legitimidad, por ejemplo, frente a las familias de origen, ante el cuestionamiento”, cree Beatriz Gimeno, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid que era presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) en el momento en que España dio luz verde al matrimonio igualitario en 2005.
En la misma línea se expresa el antropólogo y docente de la Universidad Complutense de Madrid, José Ignacio Pichardo, que ha dedicado parte de su investigación a analizar la irrupción de nuevos modelos familiares. “Por un lado creo que la visibilidad está jugando un papel importante y por otro lado, es clave que el matrimonio puede ser una vía de reconocimiento social. Le da una legitimidad a la relación a nivel social y simbólico”, apunta el experto. Eso frente a una sociedad que, aunque ha avanzado exponencialmente en los últimos años, aún está atravesada por la LGTBIfobia en varios ámbitos. En este sentido, Longares se pregunta “hasta qué punto estamos decidiendo libremente casarnos” o más bien es que “la estructura social nos empuja porque la seguridad o los beneficios que sentimos que nos da son superiores a los riesgos” de no hacerlo.
Las mujeres, a la cabeza
Si analizamos las cifras en función del sexo de las parejas, encontramos que ha habido recientemente una expansión de las bodas entre mujeres. El matrimonio igualitario se inauguró en España con una brecha de género: en 2006, primer año completo, se casaron 3.000 parejas de hombres y solo 1.313 de mujeres. Pero en los últimos años estos son los que más han ido escalando hasta llegar a superar a los matrimonios masculinos. Ambos cayeron con la pandemia, pero en 2021 2.877 parejas de mujeres se dieron el 'sí quiero' frente a 2.158 parejas de hombres. Aún así, ambos grupos siguen una tendencia al alza.
Pichardo apunta a que en los últimos años se ha dado un incremento de la visibilidad de las mujeres lesbianas y bisexuales, pero también “sigue habiendo un reto” en ese sentido en comparación con los hombres. “De ahí quizá que ese reconocimiento que puede llegar a hacer sentir el matrimonio sea más demandado entre mujeres”, señala. Pero, además, es que hay una condición ineludible que influye en los matrimonios entre mujeres. Y es que, salvo en algunas comunidades como Catalunya, el matrimonio es requisito para inscribir a los hijos o hijas en el Registro Civil. Es algo que prevé cambiar la llamada 'ley trans' que tramita el Congreso, pero aún no ha sido aprobada.
“Esta obligación es clave porque seguramente esté haciendo que una cantidad de estas bodas entre mujeres se esté produciendo por ello. Parejas que quizás no se casarían si no fuera por esta condición discriminatoria”, defiende Longares. De hecho, no son pocas las que reconocen que lo hacen por imposición. Si no contraen matrimonio y quieren filiar a sus hijos e hijas a nombre de las dos, como cualquier pareja, la única opción que les queda es que la madre no gestante adopte a la criatura.
Para Longares, las bodas entre parejas del mismo sexo “pueden quizás estar atravesadas por algo de reivindicación”, mientras que Pichardo apunta a otro elemento más. “Puede que el miedo real a que haya un recorte de derechos esté jugando un papel. Sabemos que estamos en el punto de mira de la ultraderecha y los sectores ultraconservadores a nivel global”, afirma. E incluso que el hecho de que ya haya generaciones de personas LGTBI que han vivido toda su vida adulta sabiendo que pueden casarse influya en el ascenso. “Seguramente sea una mezcla de factores, pero aún no se ha estudiado en profundidad”, ahonda.
Hasta qué punto supone una ruptura de la institución a la que la sociedad ha negado históricamente el acceso al colectivo LGTBI o una reproducción de la misma da también para el debate. El matrimonio igualitario “toca los cimientos de la institución de la familia que está sustentada en él” y prueba de ello es que “la derecha no hace más que intentar oponerse”, cree Longares. Pero al mismo tiempo “no significa que no esté generando otro tipo de opresiones” que tienen más que ver con “la asimilación” de quien accede al matrimonio. “Es decir, el gay que se casa y reproduce de alguna manera ese orden social es visto de otra forma frente a quien aún es considerado como 'promiscuo'”, afirma.