La racha de calor récord en pleno invierno que hace posibles paseos soleados por la playa se está llevando por delante a toda velocidad la nieve de las montañas. Las temperaturas “anormalmente altas” de enero funden la capa fría a toda velocidad.
Mientras en España se han ido sucediendo jornadas con termómetros impensables para el mes de enero y jornadas con valores propios de junio en algunas montañas, en 15 días (del 13 al 28 de enero) la superficie con nieve en España pasó de 15.300 a 3.900 km2, una reducción del 75% en dos semanas, según los informes de evolución de recursos nivales del Ministerio de Transición Ecológica.
Algunas cordilleras peninsulares muestran desplomes llamativos. En los sistemas Central e Ibérico se ha pasado de sumar 2.400 km2 con nieve (en su caso a día 20 de enero) a 12 km2 a finales de mes. En la cordillera Cantábrica la caída ha sido desde los 6.300 a los 982 km2 en 15 días. En Sierra Nevada se ha pasado de 115 km2 (un 63% del total controlado) a 65 km2. En los Pirineos la nieve se ha fundido en el 59% de la superficie innivada que había el 13 de enero.
La ciencia está constatando que, a medida que la Tierra se recalienta por el efecto invernadero provocado por las emisiones de gases humanas, cae menos nieve, en menos sitios y dura menos. Trasladado a España, la acumulación nívea en las cotas más altas de los sistemas montañosos españoles va a la baja.
Los datos del programa Copernicus recopilados por la Aemet muestran cómo, entre 1990 y 2003, ciertos puntos montañosos como Alto Campoo (Cantabria), Baqueira (Lleida), Formigal (Huesca), Navacerrada (Segovia-Madrid), Sierra Nevada (Granada) o Valdelinares (Teruel) han ido teniendo cada vez menos kilos de nieve por metro cuadrado. “Las cifras y tendencias reveladas pintan un panorama desafiante para el futuro invernal”, afirma el meteorólogo de la Agencia Benito Fuentes López en este reciente análisis.
No es un fenómeno exclusivamente ibérico. El calentamiento global del planeta ha hecho que, en los últimos 50 años, la duración de la capa de nieve en los Alpes –la gran cordillera europea– haya experimentado una reducción del 5,6% por década. “La disminución no tiene parangón en seis siglos”, concluyeron los investigadores de la Universidad de Pádova y del Instituto de Ciencias Atmosféricas y Climáticas de Bolonia (Italia).
Imposible mantener espesores esquiables
Un chivato muy claro de cómo las montañas de la península ibérica son cada vez más marrones y menos blancas son las estaciones de esquí. “El calentamiento global emerge como una sombra amenazante sobre nuestras estaciones de esquí”, describe el meteorólogo Fuentes López. Y la temporada actual refleja muy claramente la manera en la que la nieve se ha derretido.
Este martes ha cerrado la estación de Laciana-Leitariegos (León). Solo ha durado 20 días. Su compañera de San Isidro ofrece 140 metros esquiables de los 34 kilómetros posibles. El calor de enero hizo imposible mantener la nieve que había caído. En Villablino (localidad de referencia para Leitariegos) se han registrado hasta 20,4ºC en enero.
En Asturias, Valgrande Pajares echó el cierre el 24 de enero tras 16 días de actividad (muchos con solo la mitad de la superficie blanca posible, a base de cañones). La estación de Fuentes de Invierno, que depende al 100% de la nieve natural, solo duró ocho días. En el Principado, desde el 22 de enero entró el viento sur y provocó una semana y media con temperaturas por encima de los 15ºC, alcanzando en ocasiones los 25-27ºC.
La cántabra de Alto Campóo cerró el 17 de enero. Estuvo activa una semana. Las altas temperaturas se llevaron la nieve que había proporcionado 11 kilómetros esquiables el día de la inauguración de la temporada, el 10 de enero.
Un dato que evidencia la velocidad con la que el calor se ha llevado la nieve es que el 13 de enero, todas las estaciones de la península ibérica excepto Sierra de Béjar (Salamanca) estaban abiertas, con al menos algo de superficie esquiable. Poco más de dos semanas después, además de la debacle en la cordillera Cantábrica, Navacerrada, La Pinilla y Valdesquí –además de Béjar– en el sistema Central no operan. Algunas de las activas en las otras cordilleras ofrecen porcentajes esquiables bajos como la riojana de Valdezcaray, que informaba el 28 de enero: “No disponemos de los espesores adecuados para abrir más pistas. Disculpad las molestias”. Ofrecía 800 metros de 22 kilómetros posibles.
Más allá de las pistas: aislamiento y adaptación
“La cobertura de nieve ha decaído en casi todas las regiones del mundo, sobre todo en cotas más bajas, a un ritmo medio de cinco días cada década”, ha evidenciado el Panel Internacional Científico sobre Cambio Climático (IPCC). También van para abajo el espesor y la extensión: “El declive, a pesar de las variaciones interanuales, es grande”.
Además de los problemas del esquí, la pérdida acelerada de la capa de nieve cada año provoca daños a los ecosistemas. “Implica la exposición más temprana de suelo, menos efecto albedo [rebote de la luz solar] y más evaporación de agua”, describe el Centro Nacional de la Nieve y el Hielo de EEUU (NSDIC). “La fundición más rápida de la nieve hincha los ríos más temprano desbordando sistemas fluviales y esa escorrentía adelantada y rápida puede dejar ríos más secos durante el verano”.
Además, la nieve hace las veces de manta aislante. “Solo 30 centímetros por debajo de la nieve, el suelo y los organismos que habitan en él están protegidos de los cambios de temperatura sobre la superficie. Al ayudar al aislamiento, retiene el calor y previene que se evapore la humedad hacia la atmósfera”, añade el Centro. Su retirada antes de tiempo impide que cumpla esa función.
Y completa el panorama con los efectos sobre “algunos animales que se han adaptado a coexistir con el frío”. Ejemplos visibles son los pelajes más gruesos que muchos animales mudan en primavera, el proceso de letargo prolongado denominado hibernación o las migraciones basadas en la llegada y la retirada de la nieve a determinadas zonas.
Reportaje elaborado con información de Bárbara A. Peri, Antonio Vega y Laro García.