La concentración de metano (CH), un gas responsable del 20% de las emisiones de efecto invernadero, ha aumentado en los últimos cuatro años a un ritmo superior al de las últimas tres décadas. El metano es unas treinta veces más potente para el calentamiento global que el dióxido de carbono, pero con una vida mucho más corta: alrededor de 12 años. “El impacto observado del metano es suficiente para desafiar el Acuerdo de París” de lucha contra el cambio climático, advierten los investigadores del estudio publicado en la revista Global Biogeochemical Cycles.
El CH supone el 20% de las emisiones globales a la atmósfera. En 2015, prácticamente todos los países del planeta negociaron un acuerdo para poner freno al calentamiento global. Para aquel consenso se trabajó en un escenario que daba por supuesto que las concentraciones de algunos gases de efecto invernadero, como el metano, ya estarían disminuyendo a día de hoy, lo que permitiría ganar tiempo para reducir las emisiones de dióxido de carbono, un gas mucho más abundante en la atmósfera. Esta nueva investigación alerta de que la situación ha cambiado.
La concentración de metano en la atmósfesra, que se había estancado a principios de este siglo, comenzó aumentar en 2007, pasando de 1.775 partes por billón (ppb) en 2006 a 1.850 ppb en 2017, según los resultados del estudio. Sin embargo, los autores destacan que el crecimiento se disparó a partir de 2014 “con tasas no observadas desde la década de 1980”, por lo que aseguran que “es urgente determinar los factores que están detrás de este reciente aumento”.
“La tendencia que refleja este estudio es que la que nosotros hemos observado”, explica a eldiario.es Omaira García, autora de otro estudio publicado el pasado año en el que también se analizó el crecimiento de las concentración de metano en la atmósfera. “Primero hubo un estancamiento en los 2000 y ahora mismo la concentración está aumentando un ritmo que consideramos sumamente preocupante”, advierte esta investigadora del Centro de Investigación Atmosférica de la Agencia Estatal de Meteorología.
Respecto al posible impacto de este aumento, García recuerda que “el Acuerdo de París se planteó en un momento en el que las concentraciones atmosféricas se iban a mantener con las tasas de crecimiento de entonces”. Sin embargo, advierte, con las tasas de concentración actuales puede haberse “subestimado su efecto”, ya que “aunque el metano es considerado un gas de efecto invernadero secundario, dado que su concentración es muy inferior a la de dióxido de carbono, su capacidad para aumentar las temperatura es muy superior a la del CO”.
Combustibles fósiles, ganado o emisiones naturales
El hecho de que la concentración de metano sufra rápidas variaciones las como observadas en los últimos años se debe a que el tiempo de vida del metano es relativamente corto en comparación con otros gases. “A pesar de ser considerado un gas de efecto invernadero de larga permanencia, el metano solo sobrevive unos 10 años en la atmósfera, a diferencia del CO que dura un siglo”, explica García. “Esto hace que su concentración sufra variaciones más rápidas, con aceleraciones y estancamientos, si se producen cambios en las emisiones y los sumideros”.
Las emisiones de metano de origen humano están asociadas al uso de combustibles fósiles, así como a la ganadería y la agricultura, tanto por las emisiones directas del ganado, como por la quema de terrenos agrícolas para preparar la tierra para el cultivo. Sin embargo, también se produce metano a través procesos desarrollados por los microorganismos que se encuentran en el suelo, especialmente en zonas húmedas, como las regiones cercanas a ríos y humedales, así como por el derretimiento de las capas de hielo permanente, conocidas como permafrost.
Los autores del estudio plantean tres escenarios que podrían explicar el incremento de la concentración de metano. En primer lugar barajan un posible aumento de las emisiones biogénicas. Según aseguran en el estudio, “debido a que los últimos años han sido muy calurosos, se espera un aumento de las emisiones de los humedales tropicales”. Además, también señalan el aumento de las poblaciones de rumiantes tropicales y la rápida expansión de los vertederos, también fuentes de emisión de metano, muchos de los cuales no están regulados.
Un segundo escenario es que se haya producido un aumento directo de las emisiones provenientes de la quema de combustibles fósiles, mientras que en la última hipótesis propuesta, los científicos plantean la posibilidad de que en lugar de haber aumentado las emisiones, lo que ha sucedido es que los sumideros atmosféricos de metano han disminuido, es decir, que se han reducido los procesos que destruyen el metano en la atmósfera, por lo que este gas sobrevive durante más tiempo.
“El metano se destruye porque reacciona con una serie de radicales libres, de forma que si se reduce la capacidad oxidativa de la atmósfera, es decir, que se reducen las concentraciones de estos radicales, entonces se destruirá menos metano”, explica García, que considera este último escenario algo inquietante. “La posibilidad de que haya cambiado la capacidad de oxidación de la atmósfera es algo mucho más delicado y peligroso, porque esto es algo que afecta a muchísimos procesos, no solo a la destrucción del metano, sino también a la de otros gases de efecto invernadero y a la destrucción de la capa de ozono”.
Es necesaria una reducción de emisiones
Los autores del estudio destacan que “desafortunadamente, con conjuntos de datos de medición limitados, actualmente no es posible dar una respuesta más definitiva” al origen de este incremento de la concentración de metano atmosférico y que es probable que se deba a una combinación de los tres escenarios. Sin embargo, afirman que si los procesos que impulsan este aumento no tienen contribución humana, estaríamos ante una tasa de crecimiento “sin precedentes en los registros del Holoceno”.
En cualquier caso, los investigadores destacan que independientemente de si el aumento de la concentración de metano es debido a emisiones de origen humano o de fuentes naturales, es “urgente” reducir las primeras, dado que el aumento de las emisiones naturales es un proceso que puede estar alimentado por el propio cambio climático. Si, por otro lado, el aumento se debe a una disminución de la capacidad oxidativa de la atmósfera, esto también puede deberse una retroalimentación climática con “implicaciones realmente graves”, advierten los investigadores.
Sea cuál sea el origen, el hecho en sí ya supone una dificultad añadida a la hora de abordar la meta de los 2ºC alcanzada en el Acuerdo de París. “Esta meta tan difícil exige recortes rápidos y severos en las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, apoyados por un programa activo para monitorearlos, cuantificarlos y controlarlos o eliminarlos”, asegura el estudio. La reducción de las emisiones de metano “es factible”, firman los investigadores, lo que permite “cierto optimismo, pero no complacencia: el reto es grande”.