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Los bulos sobre supuestas curas para el coronavirus también enferman y matan

Personal sanitario traslada a un paciente con coronavirus a un centro hospitalario de Nueva York

Esther Samper

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Ya hay más de millón y medio de casos confirmados y más de 90.000 fallecidos por COVID-19 en el mundo. Con una pandemia global en plena expansión y sin una vacuna contra el coronavirus a la vista (con suerte, se calcula que llegará en año o año y medio), multitud de personas depositan su esperanza en la aparición de un tratamiento efectivo contra la enfermedad. Desafortunadamente, y a pesar de los grandes esfuerzos que están realizando profesionales sanitarios y científicos para descubrir una terapia útil contra la COVID-19, en estos momentos no existe todavía ningún tratamiento contra esta enfermedad que haya demostrado ser eficaz en humanos.

La pandemia ha abierto una ventana de oportunidad a estafadores, pseudoterapeutas y demás gente sin escrúpulos que no dudan en alabar sus productos como curas contra el coronavirus sin mostrar la más mínima prueba de ello. Aquí en España tenemos, de nuevo, a Josep Pàmies anunciando a miles de personas por redes sociales que su remedio, el MMS (lejía diluida), es la solución frente al coronavirus. Esta sustancia –que se promociona como “Miracle Mineral Solution” y que según sus promotores es una “cura natural para todas las enfermedades”– no es solo ilegal, sino que es peligrosa pues no es apta para el consumo humano.

La Policía Nacional ha tenido que advertir públicamente sobre este bulo y el Consejo de Colegios de Médicos de Cataluña ha presentado una denuncia a Pàmies por delito contra la salud pública y delito de publicidad engañosa. El Ministerio de Sanidad ha publicado una información basada en las evidencias científicas sobre el MMS en el que califica a esta solución de clorito sódico de medicamento ilegal y advierte de las consecuencias físicas que puede provocar su ingesta.

Más allá de Pàmies y el MMS en España, en otros países también proliferan los remedios contra la COVID-19 sin la más mínima evidencia científica. En Cuba, por ejemplo, el Ministerio de Salud Pública ha anunciado que van a utilizar un producto homeopático para “mejorar las defensas” y prevenir el coronavirus en colectivos y zonas de riesgo de expansión de este virus. El problema es que la homeopatía no tiene absolutamente ninguna eficacia terapéutica, hasta tal punto que el principal fabricante de homeopatía del mundo, Boiron, declaró hace unas semanas que desaconsejaba sus productos homeopáticos para el tratamiento y prevención de los síntomas provocados por el coronavirus. No fue un acto de decencia aislado en una industria basada en el fraude, sino un temor evidente a denuncias por fraude y delitos contra la salud pública justo cuando la humanidad se enfrenta a una de sus peores pandemias en mucho tiempo.

Infusiones calientes, sal, pasta de dientes, metanol, plata... Son una minúscula muestra de remedios sin fundamento contra el coronavirus que personas sin escrúpulos están promocionando y difundiendo por diferentes regiones del mundo. De entre las casi 400 mentiras, alertas falsas y desinformaciones sobre COVID-19 que recoge Maldito bulo, muchas tienen que ver con estos remedios engañosos. Varios de estos productos no son inocuos, pueden provocar graves problemas de salud e incluso la muerte. En Irán cerca de 300 personas murieron y más de 1.000 enfermaron tras beber metanol (anticongelante) porque estaban convencidas de que esta sustancia les ayudaría a combatir al coronavirus.

Varias asociaciones científicas y de defensa de los pacientes han solicitado a las plataformas online que se impliquen para frenar la pseudociencia del coronavirus. Para los charlatanes de la salud, millones de personas desesperadas y con miedo por una pandemia mundial suponen el escenario perfecto para hacer negocio con sus curas milagrosas aunque pongan en riesgo la salud de los demás.

Ensayos, no certezas

Hay multitud de ensayos clínicos en marcha para averiguar la efectividad de fármacos que se usan para otras indicaciones y también se están realizando investigaciones en todo el mundo para descubrir nuevos compuestos que combatan al coronavirus, pero estos procesos requieren de, como mínimo, meses hasta que puedan darnos información valiosa y rigurosa. Con tantas miradas inexpertas siguiendo de cerca cualquier avance positivo de las investigaciones sobre terapias contra la COVID-19, muchas informaciones se exageran y aparecen multitud de bulos sobre tratamientos milagrosos o prometedores con mayor o menor grado de delirio.

Un error periodístico muy frecuente durante esta pandemia está siendo publicitar ciertos fármacos como “prometedores” cuando solo han mostrado resultados positivos en el laboratorio. Que determinados fármacos ofrezcan resultados positivos en células (in vitro) o en animales contra el coronavirus no significa, en absoluto, que vayan a ser beneficiosos para los humanos. De hecho, prácticamente todos los tratamientos en estas fases terminan fracasando en ensayos clínicos por multitud de motivos: toxicidad, distribución limitada del fármaco en el cuerpo humano, falta de eficacia... Sin embargo, esto no ha sido obstáculo para que multitud de medios de comunicación anuncien a bombo y plantillo tratamientos experimentales, que no han llegado ni a humanos, como si fueran ya la salvación a esta epidemia. Hace unos días, le tocó el turno al ivermectin. Aunque solo se ha valorado su utilidad en cultivos celulares, diferentes medios titulaban “Investigadores australianos demuestran que un fármaco antiparasitario mata al coronavirus en 48 horas” o “Ivermectina: el medicamento antiparasitario que acaba con el coronavirus en 48 horas”.

Aun cuando se utilizan fármacos contra la COVID-19 en humanos y parece que se encuentran resultados positivos, hay que ser prudentes. Fuera de un ensayo clínico bien realizado, que varios pacientes mejoren tras aplicar un tratamiento puede no significar nada, por la sencilla razón de que correlación no implica causalidad. No podemos saber con certeza si esos mismos pacientes hubieran mejorado igual sin dicho tratamiento. De ahí la necesidad de realizar ensayos clínicos para distinguir la anécdota de la evidencia científica, eliminando sesgos como el efecto placebo o la regresión a la media (pacientes que mejoran independientemente del tratamiento).

Peligro de desabastecimiento

Estos titulares que despiertan tantas falsas promesas no son inocuos, ya lo hemos visto con otros fármacos en esta pandemia; potencian el desabastecimiento de fármacos usados para otras enfermedades y, en el peor de los casos, provocan daños y muertes en las personas que se automedican ingenuamente con ellos. Es lo que ha ocurrido con la hidroxicloroquina, un fármaco usado originalmente contra la malaria que se está probando en ensayos clínicos. Multitud de medios de comunicación fueron excesivamente optimistas sobre las posibilidades de este fármaco como tratamiento contra el coronavirus. Donald Trump fue incluso más allá hace unas semanas y dijo en Twitter que la hidroxicloroquina, junto a la azitromicina, tenía una oportunidad real de convertirse en “una de las grandes revoluciones de la historia de la medicina”.

Las consecuencias no tardaron en llegar: desabastecimiento del fármaco (necesario para personas con lupus o artritis) al punto de que el Ministerio de Sanidad español ha tenido que tomar el control de algunas de estas sustancias para asegurar el suministro. Además, en multitud de lugares del mundo hay personas afectadas por graves efectos adversos porque estaban convencidas de que este tratamiento era la bala mágica contra el coronavirus. En Aquitania, Francia, varios ciudadanos sufrieron trastornos cardíacos por automedicarse con hidroxicloroquina. En Nigeria, múltiples personas han sufrido también graves problemas de salud por la misma razón y en Estados Unidos un hombre falleció y su mujer entró en estado crítico por la ingesta de un producto limpiador de peceras con cloroquina.

Desafortunadamente, los últimos datos clínicos que estamos obteniendo sobre el uso experimental de la cloroquina en pacientes no son precisamente prometedores. A pesar de que la cloroquina tiene actividad demostrada contra el coronavirus in vitro, un pequeño estudio no observó ni actividad antiviral fuerte ni tampoco mejoría clínica al combinar hidroxicloroquina con azitromicina (antibiótico) en pacientes hospitalizados con COVID-19 grave.

Otros estudios han observado resultados similares, como otro realizado en China donde la aplicación de este fármaco contra la malaria no supuso ninguna diferencia en la eliminación del virus en comparación con el grupo control.

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