Existe un gran número de mujeres de más de 65 años que no tuvieron la posibilidad de aprender a leer de niñas. Solo en la Comunidad de Madrid, hay más de 1.800 mujeres inscritas en el servicio público de educación para adultos para asistir a clases de “niveles iniciales”, que es la enseñanza más básica que consiste en aprender el abecedario, leer, escribir y perfeccionar las operaciones matemáticas básicas.
Antes de empezar a leer, aprender el abecedario supone en sí mismo un escollo de difícil resolución para las personas de 70 u 80 años. “Cuando llegan a esa edad y nunca han estudiado, les cuesta mucho, el cerebro no está preparado para adquirir este tipo de conocimientos y pueden pasar varios años hasta que acaban de memorizar el abecedario, asociar las mayúsculas y minúsculas, y escribir sus primeras palabras”, explica Victoria Sánchez Moreno, profesora del Centro de Educación de Personas Adultas (CEPA) Dulce Chacón, que de martes a viernes pasa la mañana trabajando con su grupo de alumnas, o como se las denomina en el centro: las abuelas.
A nadie le vino bien que ellas supieran leer
La media de edad de estas alumnas roza los 80 años. Por lo general son mujeres que nacieron en entornos rurales y que de muy jóvenes vinieron a Madrid, se casaron y tuvieron una familia.
Aun con excepciones, la historia se repite en la mayoría de ellas: sus padres no creyeron que fuera necesario que perdieran el tiempo en la escuela y les pusieron a ayudar en casa en las labores domésticas, cuidando a hermanos, limpiando o haciendo la comida. Otras tuvieron que trabajar siendo unas niñas, Leonor reconoce que su primer trabajo fuera de casa lo realizó con 7 años, como cuidadora de un bebé.
Ella recuerda con pena que la mujer que le contrató para cuidar a su hijo era maestra, y que pese a que se ofreció, nunca le enseñó a leer. Durante las largas siestas del bebé, Leonor, que aún era una niña, trataba de buscar la ayuda de la maestra para que le enseñara las letras y como unirlas, pero esta temía que el ruido despertara al bebé y prefería que Leonor se quedara a su lado, vigilando su sueño en silencio.
Una vez que estas mujeres se casaron, sus maridos sirvieron como lectores. O casi como guías. Les acompañaban y les “traducían” todo lo que necesitaran leer: los rótulos de la televisión, las cartas, las direcciones de las calles... Pero ninguno de ellos las animó a estudiar ni les enseñó.
Todas tienen un detalle más en común, sus maridos han fallecido y es ahora cuando han decidido aprender leer, aunque no tienen muy claro si lo conseguirán, si algún día podrán leer una novela, el mero hecho de imaginarse leyendo les pone la piel de gallina.