Agosto es el mes de las vacaciones por excelencia. Solo para este puente del día 15, la DGT prevé 8,5 millones de desplazamientos. Este año, además, el turismo se acerca a cifras récord. La patronal hotelera estimaba a principios del verano una ocupación por encima del 80%. La inflación no ha hecho mella en las grandes cadenas. Tampoco en las aerolíneas, que habían planificado para este periodo estival 219 millones de asientos para viajeros nacionales e internacionales, un 3% más que en 2019. Y los pisos turísticos preveían estar por encima del 90% en los días más concurridos del mes. A estas alturas, encontrar un billete de autobús o de tren en línea regular para alguna de las ciudades más turísticas en días concretos puede complicarse, sobre todo a precios económicos.
Pero este summertime no es para todo el mundo. Desde el aeropuerto de Barajas, en Madrid, Antonio Ávila (40 años) ve transitar a diario a cientos de turistas que llegan o se van a disfrutar de unos días de asueto. No es su caso. Este hombre, vecino de Fuenlabrada (Madrid) donde paga un piso en propiedad, trabaja en una cadena de comida rápida de la terminal 4 y no podrá escaparse del verano tórrido de la Comunidad. Como él, miles de personas se quedan cada año en casa. Según los datos de la Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, en 2022 el 35,5% de la población no pudo irse de vacaciones ni una semana al año, una cifra que se ha mantenido estable, con leves subidas y bajadas, prácticamente desde 2017.
“Quitarte las vacaciones es lo de menos”, se conforma Antonio. La subida del euríbor, el alza de los carburantes y la necesidad de tener que recurrir cada vez con más frecuenta al aire acondicionado –un regalo de la crisis climática–, que es “el único capricho” que se da, han dejado temblando su economía. “Me han subido 200 euros la hipoteca, que para un salario de 1.200 euros es brutal. Tengo una vivienda de los años 60, un último piso, donde durante las olas de calor estoy a 35 grados en casa. Como tengo apnea del sueño y tengo que dormir con una máscara de oxígeno, necesito el aire para que no se me creen llagas”, justifica.
En sus jornadas de descanso, Antonio no pierde el tiempo. “Como no puedo irme de vacaciones, aproveché para ponerme a estudiar un doble grado dual de desarrollo web y multiplataforma. Las de abril las dediqué a preparar los exámenes de mayo”, explica. Por aquellas fechas, en Semana Santa, la mayoría de ciudadanos tampoco vacacionó. El 63,7% de la población se quedó en casa, según los datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), por diferentes motivos: el 22,3%, por trabajo o estudios y el 21,8%, por motivos económicos.
Para tratar de compensar las subidas que amenazan sus cuentas, Antonio ha comenzado a compaginar su trabajo en el restaurante con otro en una empresa de limpieza, también en el aeropuerto. El pasado mes de julio, el paro en España bajó en 11.000 personas, hasta situarse en números que no se veían desde 2008. Además, fueron empleados 22.000 trabajadores más, principalmente en el sector servicios, que compensó la caída del personal de educación. El comercio sumó 41.000 trabajadores y la hostelería, casi 24.000.
Gabriela González se afana en entregar bolsas de comida, a la sombra que da el pequeño bloque en el que se encuentra la Red de Apoyo Mutuo de Aluche, desde donde la asociación de vecinos comenzó a repartir ayuda durante lo peor de la pandemia por COVID-19. Aunque el número de receptores ha bajado, al mejorar su situación, su actividad no ha cesado. Tampoco en verano. El último sábado atendieron a cerca de 270 familias.
“Llevo aquí desde el primer día y como vi que había mucho trabajo y poca gente, me apunté como voluntaria. Si no hubiera sido por esto, mis hijos y yo lo hubiéramos pasado muy mal durante la pandemia. Ahora no necesito nada, así que se lo llevan otras personas”, explica esta mujer de 43 años, que llegó a España desde República Dominicana hace una década,
Gabriela, aunque vive un poco mas desahogada, con un trabajo de ayudante de cocina por el que cobra el salario mínimo interprofesional, tampoco ha salido de vacaciones. “Todo lo que sea dinerito de más, se nota”, bromea sobre la subida del SMI, que el Gobierno ha subido un 8% este año y un 47% en el último lustro.
Según la estadística de estructura salarial de 2021 del INE, la remuneración de camareros y cocineros apenas alcanza la cantidad marcada por el SMI. Un informe de Comisiones Obreras sobre la actividad turística en España en 2022 muestra que, aquel año, hubo 32.000 camareros y camareras y 3.000 cocineros y cocineras menos que en 2019. El presidente de la CEOE llegó a afirmar en mayo que, “por el motivo que sea”, faltan trabajadores en este sector mientras hay tres millones de parados.
Los hoteles a tope
“Ahora mismo, aquí llevamos una carga brutal”, denuncia Sara del Mar, que es presidenta de Unión Kellys en Balears. “Hay muchísimos hoteles buscando camareras de piso y no encuentran. El principal problema que tenemos es el alquiler, que apenas hay y el que hay está por las nubes. No tiene sentido venir de la península, porque lo único que podrías hacer es cotizar. Si cobras 1.500 euros y te gastas más de 1.000 en el alquiler, lo que te queda te da justo para vivir”, explica. En estas profesiones, las vacaciones en verano ni se imaginan y en las temporadas bajas, toca sobrevivir a los meses sin trabajo ni sueldo.
“Algunos meses te dan las vacaciones en octubre, cuando empieza a bajar la ocupación, pero también es una gran putada, porque después te vas cuatro meses al paro y lo que te interesa es que te las paguen”, desarrolla Del Mar, que lleva siendo fija discontinua dos décadas –una figura a la que algunas compañeras no han podido acogerse hasta la reforma laboral impulsada por la vicepresidenta y ministra de Trabajo Yolanda Díaz, comenta–. “Algunos hoteles contrataban camareras de piso dos temporadas y a la tercera ya no contaban con ellas porque las tenían que hacer fijas discontinuas”, explica la presidenta de las kellys baleares, muy combativas y que en los últimos meses han conseguido importantes mejoras en sus condiciones.
Cristina Pérez tiene 46 años y es camarera de piso en un cuatro estrellas de Mallorca, donde le pagan 1.400 euros al mes, nueve meses al año. Los otros tres, al paro. Y es, dice, una de las afortunadas. “La mayoría trabajan seis meses, así que un año tienen paro y otro tienen ayuda, que es menos dinero”, explica. Es el caso de su marido, que también trabaja en hostelería y con quien lleva casada 27 años, los mismos que tiene su hijo mayor, que vive con ellos ante la dificultad de encontrar un piso asequible en la isla. El pequeño, de 18, está en la universidad. “Aquí lo que nos trae de cabeza es la vivienda. Por suerte estamos mi marido y yo para tirar del carro, porque también nos han subido la hipoteca casi 200 euros”, explica.
La historia se repite: nada de vacaciones, ni en verano ni en invierno. “Las últimas fueron en 2021, pero no son de hotel. Con los sueldos que tenemos no puede ser. Lo llamamos vacaciones, pero es ir a ver a la familia a Granada”, cuenta Cristina. Este año ni siquiera da para eso porque “de la pandemia para acá la economía ha ido a menos”. El relato coincide con el de Sara. “Llevo 25 años viviendo aquí y me considero un poco isleña, pero yo me voy a casa, a Sevilla, a ver a la familia”.
La familia, el 'salvavacaciones'
“Al principio estaba de extra, pero como ahora mis compañeros se están yendo de vacaciones, aprovecho y les cubro, porque en septiembre empezaré a trabajar menos días”, retoma Gabriela, que también se quedará en casa. Tiene familiares en Almería, donde ha enviado a su hija pequeña, de 13 años, a pasar la quincena, pero ella no viajará, ante la posibilidad de que lleguen meses algo más apretados. “Si no trabajo, no cobro”, razona. Ese, el de la habitación o el sofá prestado, es el salvavidas vacacional de muchas familias.
La última vez que Montse Pérez salió de Madrid fue en mayo y solo un fin de semana, como invitada al apartamento que su hermana tiene en Torrevieja. ¿Algo más? “Ni me lo planteo, porque económicamente no puedo. Es imposible que me vaya de vacaciones”, relata. Esta mujer de 66 años y vecina de Aluche comenzó a trabajar con 13 años en una fábrica de envasados. Después fue empleada en 'saldos Arias', los famosos almacenes que las hemerotecas recuerdan por un gran incendio que destrozó el edificio. Y terminó su vida laboral limpiando en casas y urbanizaciones.
Ni me lo planteo, porque económicamente no puedo. Es imposible que me vaya de vacaciones
Con una pensión de 800 euros, un hijo y dos nietos en casa, el dinero se acaba enseguida. “El día 24 me lo ingresan y ya no tengo un céntimo”, explicaba a elDiario.es, este 5 de agosto, mientras ayudaba en el reparto de alimentos en la despensa solidaria del barrio. Ella se llevará una bolsa de fruta, verduras, leche, galletas y algunas legumbres. “Va en función de las personas que vivan en casa y de lo que hayan solicitado”, explica sobre el funcionamiento de la red, en la que colabora y que le sirve también “como una terapia”: “Es un alivio en todos los sentidos. Aunque sea una vez a la semana me siento relajada, me distraigo, hablo...”.
Una de las caras visibles de esta red de apoyo vecinal es Rogelio Poveda. Recorre las salas llenas de estanterías del centro señalando los diferentes tipos de alimentos, la zona donde se preparan las bolsas que van desapareciendo a medida que avanza la mañana, baja una escalera invadida por botellas de agua y bricks de leche y muestra una habitación que espera poder utilizar para dar clases particulares a niños del barrio cuyas familias no se pueden permitir pagarlas. “Estamos todos los sábados, menos cuando el banco de alimentos no nos da comida. Repartimos 8.000 kilos a la semana y hay 87 voluntarios, de los que más de la mitad son receptores que se han terminado implicando. Empezamos con la pandemia, cuando llegamos a atender a 1.000 familias. Pensamos que sería temporal, pero quedan familias que siguen estando asfixiadas. La macroeconomía está muy bien, pero luego tenemos que ver la situación real”, explica.
Según el informe El estado de la pobreza en las comunidades autónomas, elaborado por la Red Europea Contra la Pobreza (EAPN, por sus siglas en inglés), en 2022 hubo 800.000 personas menos que el año anterior en situación de pobreza y exclusión social. Con todo, hay un grandísimo margen de mejora: 12,3 millones de personas están bajo ese umbral.
Irune (25 años) este verano tampoco sale de Madrid. Terminó la carrera de Trabajo Social el año pasado pero no ha tenido suerte encontrando trabajo de lo suyo, por lo que decidió opositar para un puesto de Administrativo del Estado cuya convocatoria está prevista para el 17 de septiembre de este año. “Aunque estoy tan agobiada que no pienso en nada más que estudiar, hay días que mi cabeza acaba agotada y me pide por lo menos un día de playa o de montaña y no puedo. Este fin de semana, por ejemplo, todos mis amigos del pueblo están en las fiestas a las que llevo yendo toda la vida y he decidido no ir por estudiar. Mi familia, mis padres y mis tres hermanas pequeñas, también se han ido de viaje por Italia y me ha dado mucha pena no poder disfrutar con ellos. Estoy muy cansada, pero sé que es lo que hay y que merecerá la pena”, cuenta la joven en conversación con elDiario.es, escribe Paula del Toro.
“Acá no es el tema económico, es la energía”
“Acá a veces no es el tema económico, es la energía”, explica Judith Azcurra, con un marcado acento argentino que no ha camuflado en los catorce años que lleva viviendo en Vitoria. “Vine en 2009 y en 2015 tuve que traerme a mi mamá, porque no pude resolver cosas allá y estaba con un problema importante de salud y más deteriorada de lo normal. Si no me la traía, se moría allá directamente”, cuenta. Los primeros años fueron muy duros, pese a tener la doble nacionalidad, para conseguir esa red que ofrece la administración. “Cuando eres del mismo país, es más fácil, pero al venir de fuera las cosas se complican”, lamenta.
Yo estoy invirtiendo en tener a mi madre todos los días que Dios me lo permita y ella quiera seguir estando. A veces me habla, me reconoce y podemos interactuar, que son los momentos más felices que yo tengo
Su madre, Leonor Gladis, ha cumplido 91 años y la enfermedad la ha vuelto ya totalmente dependiente de su hija. “Ella vive conmigo y, aunque al principio no podía acceder a una residencia por el empadronamiento, ahora está en una de lunes a sábado, de nueve de la mañana a siete de la tarde. La administración paga una parte, 700 euros, y yo el resto, otros 1.000. Yo estoy invirtiendo en tener a mi madre todos los días que Dios me lo permita y ella quiera seguir estando. A veces me habla, me reconoce y podemos interactuar, que son los momentos más felices que yo tengo”, explica. Por esos momentos, dice, se 'banca' de no tener vacaciones.
“No me puedo ir a Mallorca o a Canarias o a Ibiza o a esas cosas”, señala, aunque intenta hacer escapadas a alguna playa cercana, siempre con su madre. “Le hace muy bien, aunque a medida que va pasando el tiempo se hace más complicado salir con ella, porque ahora está en silla de ruedas. Antes me reunía con amigos argentinos para hacer un asado y me la podía llevar. Ahora a veces no puedo ir, porque no la voy a llevar a un sitio donde no esté cómoda”, cuenta.
Raúl España es trabajador social en la Asociación de familias cuidadoras y personas dependientes (Ascudean) de Euskadi. “Creemos que es muy importante para las familias cuidadoras que puedan disponer de tiempo libre para ellas, para seguir cuidando mejor”, señala. En este sentido, apunta a la “corresponsabilidad en la época de vacaciones”, para que “no cuiden siempre las mismas personas, que suelen ser las mujeres”.
Aunque existen programas de respiro, para que las familias cuidadoras puedas pagar una residencia o un centro de día para las personas a su cargo durante las vacaciones, el coste económico se dispara, porque no cubren el 100%. “A una residencia ya no llegó”, reconoce Judith, que es abogada y que, de cualquier forma, prefiere quedarse con su madre. “Hay hoteles accesibles, pero normalmente son de cuatro y cinco estrellas, los apartamentos adaptados son los más caros y si tienes una segunda residencia también la tienes que adaptar. Además, muchas veces, si la dependencia es de grado 3, se requiere una necesidad de apoyo que, donde mejor se va a realizar, es en el domicilio habitual”, enumera Espada las dificultades para irse de vacaciones.
En Ascudean están asociadas unas 400 familias. “La situación individual de cada una es totalmente diferente. Algunas se van al pueblo, otras se reparten entre los hermanos o buscan una residencia para el mes de agosto e, incluso, tenemos casos en los que se cogen las vacaciones del trabajo o se piden una excedencia para cuidar durante las vacaciones de las trabajadoras de ayuda a domicilio”, desarrolla el trabajador social. Este verano, el ministerio de Derechos Sociales que dirige Ione Belarra ha aumentado las ayudas para 750.000 personas en situación de dependencia, que revierte los recortes de 2012.
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