Cuando un gran incendio de quinta generación carboniza, incontrolable durante días, miles y miles de hectáreas de monte, las pérdidas son palpables y visuales. Y sin embargo, otro peligro más extenso y continuado también deteriora año a año los bosques españoles. La sed intensa que pasan impuesta por el avance del cambio climático provoca un daño sostenido que pasa más inadvertido.
Los resultados del último Inventario Nacional de Daños Forestales del Ministerio de Transición Ecológica muestran en 2023 una defoliación –pérdida de hoja– general del 23%, entre los valores altos de la última década. El análisis explica que los niveles más graves “están asociados al intenso episodio de déficit hídrico que sufre la vegetación”.
La sequía, explican los técnicos, es la causa principal del decaimiento de los árboles revisados, seguido por los insectos y hongos, antes de llegar a los daños por fuego. Un orden que viene repitiéndose en las distintas ediciones del inventario. Además, el estrés hídrico hace a las plantas más vulnerables al ataque de algunos insectos que –a su vez– también los defolian.
“Los árboles necesitan luz, raíces y agua y esta última es cada vez más escasa”, explica la investigadora del CREAF (Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales), Mireia Banque. “Y la situación en general está empeorando porque, además, cuanto más calor hace, los árboles precisan más agua para hacer la misma fotosíntensis”.
Incluso si dispusiéramos de la misma cantidad de agua que hace 50 años, los árboles necesitarían más, ¡pero es que tenemos menos!
Justo lo contrario del panorama que está trayendo a España el cambio climático: periodos cada vez más cálidos (temperaturas más altas) cruzados por periodos de sequía más frecuentes y agudos (menos agua disponible). 2023 fue extremadamente cálido con una primavera muy seca. Y vino después de un 2022 también muy cálido y seco.
“Cuando aprieta el calor, las plantas evaporan más rápidamente el agua por sus estomas así que con veranos más calurosos como los que estamos ya experimentando, la demanda hídrica en los bosques sube”, prosigue la ambientóloga. “Incluso si dispusiéramos de la misma cantidad de agua que hace 50 años, los árboles necesitarían más, ¡pero es que tenemos menos!”, destaca la científica.
La crisis climática impacta en los bosques de muchas maneras hasta “alterar su funcionamiento”, como describe el análisis realizado por el Ministerio de Transición Ecológica en 2020. “Se han detectado cambios en la fenología de la foliación, caída de la hoja, floración y fructificación”. También repercuten en el crecimiento y supervivencia de las especies.
Al examinar las masas boscosas españolas durante el año 2023, la incidencia que genera la escasez de las precipitaciones registradas durante el invierno y el verano es visible en áreas de Castilla-La Mancha, Extremadura, en Sierra Morena (Andalucía) y sobre todo en Catalunya.
En esa comunidad autónoma, el programa Deboscat del CREAF contabilizó “de lejos” el récord de bosques afectados por la sequía. Detectaron más de 66.000 hectáreas de bosques con pérdida de hoja. El máximo anterior se había medido en 2012 con 40.000 hectáreas. En Deboscat contraponen que, en diez años, los incendios forestales han destruido 22.500 hectáreas en Catalunya.
De ahí que Banqué considere que “nos preocupamos mucho por si los bosques se queman, pero deberíamos estar igualmente preocupados porque se nos mueren de sed”.
¿Recuperación posible?
En este 2024, julio ha sido muy seco y muy cálido. Y agosto prolongó el calor severo hasta convertirse en el agosto más caluroso registrado. Por otro lado, la primavera había sido normal en cuanto a precipitaciones seguido de un mes de junio muy húmedo (un 150% sobre el promedio). ¿Es suficiente para que los bosques vayan recuperándose?
“Depende de las especies”, aclara Mireia Banqué. Las coníferas –como los pinos o los abetos– son en general muy resistentes al estrés hídrico. “Aguantan más y son capaces de aislar sus raíces del suelo reseco”, cuenta la científica. De esta manera pueden resistir meses o incluso algún año. Sin embargo, si se supera su límite de resistencia ya mueren irremediablemente. “Hemos visto pinos cuyas copas se tornaban marrones cuando estaba ya lloviendo. ¿Por qué? Porque ya habían quebrado su aguante máximo y no rebrotaron, el agua llegó tarde y estaban condenados”, describe.
Por otro lado los planifolios (como los robles, alcornoques o encinas) desarrollan otra estrategia: en cuanto llegan mal dadas se deshacen de sus hojas y pueden detectarse robles que se pelan en julio. “Esperan a que llueva para, entonces, sacar nuevos brotes, no se mueren”, subraya la investigadora.
Más allá de un curso u otro concretos, el avance del cambio climático dibuja un horizonte en el que los bosques españoles, de manera más brusca o progresiva, van a transformarse. Las nuevas condiciones climáticas de calor y sequía “pueden traducirse en bosques menos densos o incluso en zonas donde solo vuelva el matorral después de un incendio”, describe la técnica del Creaf.
Desde su punto de vista, “tendremos que acompañar a los bosques para que se adapten a las nuevas condiciones. Favorecer las especies más resistentes y asumir que habrá algunas variedades que no puedan continuar en determinadas zonas”.