“¿O es que a vosotras os abraza Simone de Beauvoir? No, el que te abraza cuando todo se va a la mierda y te quieres morir es tu maromo”. Lo dice Conchita-Cooki-Lo en PornoBurka, la novela de la escritora y activista Brigitte Vasallo que explora a través de cuatro personajes la diversidad de identidades con el barcelonés barrio del Raval como escenario.
¿Qué pasa cuando una feminista anhela un amor de película? ¿Qué hace cuando nada más llegar a casa se pone en bucle “sin ti no soy nada”? ¿Cómo afrontar las incoherencias y las contradicciones que genera la ideología al chocar con la realidad?
La crítica radical que el feminismo hace del amor romántico, que reproduce mitos como el de la media naranja, los celos o la exclusividad, ha puesto sobre la mesa la necesidad de construir relaciones que se alejen de este esquema, en las que se cuestionen las dinámicas de poder y sumisión, alimentadas en gran medida por la industria cultural. Pero, ¿cómo resisten las feministas al mito del amor romántico?
“Puedes ser la feminista más radical, más aguerrida, intachable en tu discurso y en tus lecturas y estar viviendo un auténtico infierno en una relación que destroza tu autoestima y socava tu autonomía”, reflexiona Ana Murillo. Esta activista LGTBI y feminista apuesta por poner en el centro de los debates las experiencias amorosas porque “esto pasa. Está pasando. Y no lo estamos hablando lo suficiente”.
“No hay nadie exento del patriarcado, todos y todas nos socializamos y aprendemos a amar de esta forma tan determinada”, asegura la consultora en género y escritora Coral Herrera. Una forma de relacionarse que también influye a las parejas LGTBI. “La falta de referentes ha hecho que tengamos que identificarnos con las representaciones culturales del amor heterosexual e imaginar que Malú también habla de nuestra forma de amar, como si fuera igual”, opina Andrea Momoitio, coordinadora de la revista Pikara Magazine.
“Y no es cierto, porque claro que hay diferencias. La primera, que nuestros amores son peligrosos para nuestra integridad, que están penados en muchas partes del mundo y que a veces nos cierran la puerta a otros amores: querer a otra mujer puede provocar que tu madre deje de quererte a ti”, prosigue.
No vivir la ruptura como un fracaso
Momoitio asegura haber dejado de sentirse mal por escuchar a Alejandro Sanz o por correr a comprar el último libro de poemas de Elvira Sastre. “Soy feminista, sí, pero también quiero que en mi vida tenga cabida la literatura o la música romántica”. Este tipo de relatos culturales han provocado que Murillo se sienta “estafada y engañada” porque “he estado muchos años esperando que me ocurriera lo mismo que a las protagonistas de esas canciones”.
La coordinadora de Pikara Magazine utiliza con frecuencia su blog para cuestionar públicamente sus experiencias personales y confrontarlas con su ideología feminista. Asume “ser presa” de los mitos del amor romántico porque “es una manera de entender el amor que me han impuesto, aunque intento deshacerme de los aspectos que no me interesan”.
Al mismo tiempo la periodista apuesta por el equilibrio entre esta autoconcepción y el “vivir el amor de una forma sana y libre. Quiero dejarme llevar, ilusionarme, imaginar planes... Siendo consciente de que son momentos puntuales, que luego pasan y cuando se acaban no tiene que asaltarnos el drama”.
Experimentar las relaciones afectivas desde ese lugar, asumiendo que puede acabar, es una de los puntos clave esgrimidos por Herrera, que ha dedicado gran parte de su obra a cuestionar la forma tradicional de quererse. Para ella “hay que intentar llevar la teoría a la práctica con honestidad, sin renunciar a disfrutar del amor y sabiendo separarnos sin vivirlo como un fracaso”.
¿Dónde está el límite de la incoherencia?
Todas coinciden en que el camino –que identifican lleno de dificultades– es dejar de concebir el amor y los afectos como algo individual y privado para pasar a ocupar un lugar central de los debates o las reflexiones colectivas. La dificultad de desmontar el amor romántico en la práctica, apunta Vasallo, “es una trampa del sistema que viene fomentada por la misma idea de que los amores son algo personal”.
Murillo cree que la coherencia absoluta es imposible y se pregunta dónde está el límite: “¿A partir de qué nivel de incoherencia vas a decirte a ti misma que te estás engañando? Esto es un aprendizaje constante, con avances y retrocesos. Hay que establecer un diálogo sincero con una misma, compartir los miedos e inseguridades sabiendo que estar sin pareja no es un estado excepcional entre una relación y la siguiente. Así, si llega la pareja, podremos construir el vínculo desde un lugar diferente”.
Sobre este vínculo habla Vasallo, creadora de los talleres #OcuppyLove sobre relaciones no monógamas, al identificar como error “el haber criminalizado la necesidad del vínculo. Solemos preguntarnos: ¿qué nos pasa que no sabemos estar solas? Pero yo no quiero aprender a estar sola, quiero vincularme de otras maneras, desde lugares más bonitos”, dice. Esto, añade, “con la honestidad de ni dormirnos en los laureles porque 'esto es muy complicado' ni de rompernos las entrañas para una pureza ideológica que no sirve de nada”.
“Vamos juntas al súper, prima”
El proceso pasa por dejar de concebir el amor de pareja como una meta, que no alcanzar implica un fracaso vital, y evitar jerarquizarlo como el afecto más importante, es decir, “alejarnos de la idea de que es el lazo supremo, el más indestructible, salvador y puro”, apunta Herrera. Algo que, para Vasallo, “no significa desmontar la pareja sin más para quedarnos a la intemperie absoluta, sino reforzar y expandir la red afectiva”.
¿No tener pareja hace que nos sintamos solos a pesar de estar rodeados de gente? ¿Concebimos el futuro como un abismo al que debemos lanzarnos con pareja si queremos amortiguar el golpe?
Sobre ello reflexionaba Momoitio en una entrada de su blog el 2 de febrero titulada “Vamos juntas al súper, prima”. En el texto cuestionaba qué ocurriría si se establecieran vínculos fuertes e íntimos con amigas o amigos. “Yo quiero ir con mis amigas al súper, que me acompañen al médico, sentir que puedo contar con ellas para lo que sea y estoy segura de que eso me dará una libertad brutal para establecer relaciones sexoafectivas mucho más sanas”, sostiene.
Con la intensidad de estos vínculos que propone la periodista, ¿sería el amor de pareja uno de los objetivos fundamentales? Poner todas las relaciones al mismo nivel “es algo muy difícil tal y como está montado el sistema”, analiza Momoitio. “Si lo hiciéramos la propia configuración de la sociedad daría un vuelco: ¿por qué tengo que vivir con mi pareja y no con una de mis mejores amigas si la convivencia nos funcionaría mejor porque nos parecemos más en ciertos aspectos?”, se pregunta.