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Los genes, la dieta y las enfermedades crónicas

José María Ordavás

Director del Laboratorio de Nutrición y Genética de la Universidad de Tufts (Boston, EE.UU.) e investigador del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) en España —

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Los buenos hábitos alimentarios son la mejor estrategia para prevenir las enfermedades crónico-degenerativas y promover la salud en la población. Sin embargo, a pesar de las investigaciones de las ultimas décadas, el concepto de “buenos hábitos alimentarios” o “buena alimentación” es difícil de definir de una manera inequívoca para toda la población, en todo lugar y en todos los momentos de la vida. A pesar de ello, un buen número de países han lanzado guías alimentarias para educar a la población acerca del consenso científico de dieta saludable. Sin embargo la adhesión a estas recomendaciones y su éxito han sido limitados, como lo demuestra el hecho de que las enfermedades crónicas mas comunes y con un fuerte componente nutricional (ejemplo, obesidad, diabetes) siguen en aumento. 

Parte del problema está en que cada uno de nosotros responde de una manera diferente al ambiente y especialmente a la dieta. Esta variación entre individuos ha surgido a través de centenares de miles de años de evolución, que ha llevado a maximizar la interacción positiva entre los recursos nutricionales y la genética de las poblaciones. Un ejemplo clásico de esta evolución nos los encontramos en la capacidad de los seres humanos adultos en ciertos lugares geográficos de mantener la capacidad del consumo de leche en la edad adulta, debido a una mutación que surgió hace unos 15 mil años cerca del gen de la lactasa, el enzima que metaboliza la lactosa, el hidrato de carbono mas abundante en la leche. Como resultado de esta mutación, algunos sujetos en poblaciones cuyo sustento venia de la ganadería, podían tener acceso durante toda su vida a un producto altamente nutritivo que otros no podían asimilar, dándoles una ventaja reproductiva y contribuyendo a que la prevalencia de esta mutación fuera aumentando en estas poblaciones de generación en generación.

En otros casos la evolución era aparentemente paradójica, ya que favorecía la prevalencia de ciertas enfermedades, como aquellas relacionadas con el funcionamiento de la hemoglobina, pero que al final acababan siendo protectoras de enfermedades mas letales como la malaria. Además, en este caso la protección se veía aumentada por componentes de la dieta como las habas.

También se habla de la presencia de “genes ahorradores”, es decir aquellas variantes genéticas que nos daban la capacidad de almacenar mas fácilmente la energía de la dieta como grasa y que era vital para la supervivencia de nuestros antepasados en épocas de hambrunas. Sin embargo, estos genes ahorradores pueden ser un factor importante en la epidemia actual de obesidad, ya que favorece la acumulación de tejido adiposo o dificulta su pérdida en un momento histórico en el que almacenar energía con vistas al futuro ya no es una prioridad en las sociedades afluentes. 

Otro componente importante para tener en cuenta es la adhesión a las recomendaciones. Si un sujeto no las encuentra atractivas o de acuerdo con sus preferencias, es muy poco probable que se sigan a largo plazo. Por lo tanto es también importante entender las preferencias alimentarias individuales y adaptar las recomendaciones a las mismas.

 

El sistema circadiano

Es importante recalcar, como ya hemos indicado, que las adaptaciones genéticas tardan miles de años en ejercer su efecto a nivel de poblaciones. Sin embargo los seres vivos necesitan también adaptarse a cambios rápidos en el ambiente. Un ejemplo bien evidente es el ritmo circadiano. Nuestro organismo tiene que responder de manera rítmica y coordinada a las diferentes actividades que llevamos a cabo durante el día, de las cuales, las mas aparentes son el dormir y el comer. Para ello necesitamos un sistema de respuesta biológica rápida que viene determinada por los llamados genes reloj, con un reloj central en el cerebro, pero con relojes periféricos en todos nuestros órganos. Lo mismo ocurre con las comidas, y la variedad de alimentos que consumimos en diferentes momentos del día y de un día a otro. 

La capacidad de regular nuestros genes de una manera rápida viene definida por mecanismos epigenéticos, que tienen lugar sin que haya cambios en la secuencia de nuestro genoma, pero sí en cambios de algunas de sus letras, equivalentes a los cambios que introducimos al escribir cuando ponemos acentos u otros signos ortográficos mediante los cuales, y sin modificar las letras o las palabras, cambiamos significativamente el sentido de las frases. A diferencia de las mutaciones genéticas, estas variaciones epigenéticas inducidas, o en respuesta a cambios ambientales, son rápidas y reversibles. Una muestra de su efecto la tenemos en las diferencias que se van observando en gemelos idénticos (con idénticos genomas) al paso de los años si han estado expuestos a diferentes factores ambientales como la dieta, el tabaco, la exposición al sol, etc.  

Así pues, por algún tiempo hemos estado investigando cómo la genética y la epigenética nos pueden ayudar a personalizar nuestras dietas y mejorar nuestra salud. Pero si esto no fuera lo suficientemente complejo, los últimos años nos han revelado que no estamos solos, y que durante toda nuestra vida trillones de bacterias nos acompañan, siendo parte intrínseca de nuestras vidas, y especialmente aquellas que llevamos en nuestro intestino. Su composición es esencial para definir no solo en términos de las calorías o de los compuestos extraídos de los alimentos que consumimos, si no también en el riesgo de enfermedades fisiológicas comunes, como la obesidad. Pero, además, cada día hay más evidencia de la comunicación entre la bacterias intestinales y el cerebro que puede influir en nuestros hábitos y comportamiento, así como en enfermedades de tipo mental.  

Prevenir enfermedades

Esto nos lleva a la posibilidad de que en un futuro, que esperamos sea cercano, podamos, mediante una combinación de mediciones del genoma, del epigenoma y del microbioma (el conjunto de bacterias de nuestra flora intestinal) y con la implementación de la inteligencia artificial, identificar tanto el riesgo del individuo a padecer enfermedades, como la capacidad de prevenirlas, e incluso curarlas, mediante el uso apropiado y científicamente solido de la nutrición personalizada, también conocida como nutrición de precisión.  

En el momento actual, estamos meramente arañando la superficie de la personalización, ya que la mayor parte de los productos que se encuentran en el mercado se enfocan o en la genética o en la microbiota intestinal sin la profundidad e integración que son esenciales para dar respuestas completas y eficaces a aquellos que ya las buscan para conseguir vivir más y mejor. 

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