La vacunación avanza en todo el mundo y con ella la idea de que pronto volverá la ansiada normalidad. “Hay luz al final del túnel”, es una de las frases que más se escuchan en estos días en los que personal de salud, adultos mayores y ahora docentes empiezan a ser inoculados en nuestro país. Pero la realidad es un poco más compleja. Vacunarse no es un salvoconducto para volver a la vida normal. Hay que seguir cuidándose. ¿Por qué?
Una de las razones es que aunque una persona esté vacunada es posible que siga contagiando. “En principio se ha demostrado la efectividad de las vacunas aprobadas en fase 3 para evitar que se produzca una enfermedad severa. ¿Qué quiere decir eso? Que han reducido la capacidad de producir enfermedad grave y de esa manera reducen la mortalidad. Pero en estos ensayos de fase 3 no se pudo hacer la práctica para demostrar la capacidad de las vacunas de evitar la infección. O sea, no sabemos si una persona que está vacunada puede adquirir la infección y, si la adquiere, si es capaz de transmitirla a otras personas. Entonces, si la población mundial no está vacunada, o sea, si en cada país o en cada región no hay un porcentaje elevado de personas vacunadas y el virus sigue circulando, aquellos que están vacunados podrían adquirir la infección y transmitirla a personas que no están vacunadas y que pueden sufrir enfermedad severa”, explica a elDiarioAR la bioquímica Mariana Viegas, investigadora del CONICET, que trabaja en el laboratorio de virología del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.
Según Andrés Rossi, también bioquímico y empleado del CONICET, coordinador de serología de la Fundación Instituto Leloir, que un vacunado se contagie “es poco probable, no es lo común”, pero podría pasar. “El sistema inmune ya tiene herramientas para reconocer el virus y detenerlo. Entonces, es difícil que logre volver a infectar. Se puede pensar que, a lo sumo, si se logra infectar, será una infección más corta y más leve. Por ejemplo, que quede en el tracto respiratorio y solo infecte un número bajo de células epiteliales. Entonces, rápidamente el sistema inmune en su conjunto, lo resuelve”.
Pero no se puede generalizar. “Eso ya depende de las características de cada persona, del estado de salud general, del número de partículas virales que lograron entrar en ese intento de infección. Esas y otras variables hacen que cada evento de intento de infección sea diferente. Por eso es muy difícil unificar todo. Lo más probable es que una persona vacunada o que ya tuvo un contagio no se vuelva a infectar. Pero si se da esa excepción y sí se contagia, cuando está desarrollando la infección y el virus se multiplica en las células del tracto respiratorio, ahí es cuando podría contagiar”, añade Rossi.
El “efecto rebaño”
Pero hay más factores por los que se trata de inculcar a la población que se siga cuidando. “La vacunación funciona cuando se logra el 'efecto rebaño', que es un efecto en el cual por más que una persona no esté vacunada o por más que haya sido vacunada pero sin responder a la vacuna, o sea, sin lograr la inmunidad, si está rodeada de personas que sí han sido vacunadas e inmunizadas y que no desarrollan infección, le hacen de escudo porque el virus no tiene un vehículo, un hospedador, para llegar hasta el blanco”.
Una campaña de vacunación apunta a cuidar a una población entera
“El concepto siempre es vacunar a la mayor parte de la población, porque hasta que no se logre el 'efecto rebaño' en realidad tu población no está protegida. No es que quieras cuidar solamente a quien vacunaste. Una campaña de vacunación apunta a cuidar a una población entera”, subraya Rossi.
Con el mismo argumento viene insistiendo Fabricio Ballarini, otro científico del CONICET, que se convirtió en referencia de este tema en redes. “Hasta no lograr que un porcentaje muy grande de la población esté vacunada, debemos seguir con las medidas de cuidado y protección”, tuiteó.
Entonces, ¿por qué se tiene que seguir cuidando un vacunado? Así lo resume Rossi: “Primero, porque no tengo que dar una falsa sensación de seguridad a los demás. Si una persona me ve en la calle y ve que no me cuido, puede creer que ya está todo bien. Ahí hay un efecto social. La segunda razón es porque si bien puedo no desarrollar la enfermedad, podría llegar a infectarme levemente y hacer un mínimo de vehículo. Entonces es mejor anular esa posibilidad hasta que se logre la inmunización de toda la población. Y lo tercero es la higiene. Si yo estuve en contacto con alguien infectado que sin querer expulsa partículas de virus con la saliva, me quedo con la mano contaminada, te doy la mano a ti y tú te tocas la cara, al final te hice de vehículo”.
Preocupación por las mutaciones
Por otro lado, destaca Viegas, está el tema de las mutaciones que están generando preocupación a nivel global. “No se sabe exactamente por qué han emergido, dónde han emergido. Una de las hipótesis tiene que ver con que, por ejemplo, pudieron haber emergido en personas que eran inmunosuprimidas y que estuvieron infectadas durante mucho tiempo. El virus pudo evolucionar en ellos y generarse estas mutaciones que se fueron acumulando y que, de alguna manera, generaron un virus nuevo que se pudo transmitir a otras personas. Otra de las opciones es que el virus, a medida que se transmite de persona a persona, o sea, cuanto más infecciones haya, tiene más posibilidades de replicar y generar mutaciones que se pueden fijar y hacer emerger estos virus con nuevas mutaciones que los pueden llegar a hacer resistentes a las vacunas”.
Cuánto menos infecciones produzca el virus, menos posibilidades tiene de mutar y, por ende, de generar estas variantes
“Hasta ahora no hemos detectado ningún virus de todos estos que sean resistentes a las vacunas, pero algunos tienen alguna característica que les da por ejemplo disminución de la neutralización por ciertos sueros de convalecientes o de anticuerpos monoclonales. Entonces, cuanto menos infecciones produzca el virus, menos posibilidades tiene de mutar y, por ende, de generar estas variantes. La idea es no solo vacunar a la población para evitar que se produzcan más muertes y más enfermedades severas, sino también reducir el número de contagios”.
Además, algo que se menciona poco, cuando una persona se aplica la primera dosis de la vacuna, tiene por delante al menos un mes y medio en el que aún no está inmunizada. “Primero se pone una dosis, a los 21 días se pone la segunda dosis y empieza a estar protegida 20 días o dos semanas después de haber recibido la segunda dosis”, aclara Viegas. “Es un proceso”.
Por lo tanto, hay que seguir extremando los cuidados: llevar mascarilla, lavarse las manos con frecuencia, ventilar los ambientes y procurar mantener distancias. Hay luz al final del túnel, sí, pero el túnel aún es muy largo.
CRM