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Cuando la inmigración naufraga en tu puerta
El menor guineano que llegó, casi moribundo, a la orilla de la playa de El Palmar, en Cádiz, tras un terrible viaje en patera, se recupera en el hospital, rodeado de las personas que le rescataron y a las que el impacto de conocer a este náufrago del siglo XXI, y, con él, el drama y la dureza de la inmigración, ha cambiado.
“Oímos en las noticias hablar de esto todos los días, ya como algo natural, pero, cuando lo ves con tus propios ojos, cuando ves sus ojos, la cosa cambia bastante. Es muy duro”, cuenta Paqui, una vecina de El Palmar a cuya puerta llamaron el pasado lunes por la tarde tres turistas extranjeros angustiados que habían sacado del agua al muchacho y que necesitaban ayuda urgente para salvar su vida.
El chico, llamado Sami y de unos 16 o 17 años, es, según todos los indicios, el único superviviente de un terrible viaje en el que perdieron la vida los otros nueve ocupantes de la lancha neumática de juguete en la que se embarcaron en Tánger (Marruecos) con el objetivo de alcanzar la costa española y, con ella, la esperanza de un futuro mejor.
“Él se salvó de milagro. Dio la casualidad de que un muchacho extranjero pasaba por allí y lo sacó del agua: estaba casi en la orilla pero no tenía fuerzas para salir. Se habría muerto en la misma orilla”, relata Paqui.
En esta extensa playa, en esta época del año muy solitaria, con poca más presencia que algunos surfistas y viajeros, los tres turistas y Paqui y su familia corrieron para, mientras llegaba una ambulancia, ponerle al chico ropa seca y tratar de que entrara en calor.
Sami fue después conducido con una hipotermia severa al Hospital Universitario de Puerto Real, en cuya UCI está ingresado desde entonces.
Paqui, como las demás personas que le recogieron de la playa, van cada día a visitarle al hospital. Que el drama de la inmigración naufraga en su puerta les ha llevado a querer ayudar a este muchacho.
“A mi familia nos han educado para ayudar. Él lo necesita, viene sin nada, ni unos calzoncillos. El esfuerzo que tengamos que hacer por ayudarle lo vamos a hacer”, asegura.
El muchacho evoluciona satisfactoriamente: “Poco a poco va mejorando y está más tranquilo. A veces se le pone cara de terror y se agarra a nuestras manos. Es muy chico”.
Los que acuden a visitarlo no quieren hacerle demasiadas preguntas. Saben que recordar es demasiado duro.
De lo que ha contado saben que salió de Guinea con su hermano, y ambos trabajaron por el norte de África durante dos años para poder reunir dinero para alcanzar Europa.
En Tánger (Marruecos) contactaron con unas personas que les cobraron 700 euros a cada uno por lo que iba a ser un viaje corto, en una lancha neumática con motor y otras cuatro personas.
Pero, una vez que entregaron el dinero, les dieron un lanchita hinchable de juguete de apenas dos metros, un único remo y de seis pasaron a ser díez subsaharianos a bordo, algunos de ellos con una llantas de moto como salvavidas.
Cuando protestaron por el engaño, les dijeron que o se montaban o llamaban a la policía marroquí para que les detuvieran. Y se lanzaron al agua.
Sin comida ni agua, el viaje se alargó una semana en la que los ocupantes iban perdiendo las fuerzas y la vida. A los que morían los tiraban al mar y los que caían se ahogaban porque no tenían fuerzas para subir a la lanchita, ni los que estaban en ellas para tirar de ellos.
El hermano de Sami fue de los que cayeron al agua. “Le tuvo que decir hasta adiós con la manita”, cuenta la vecina de El Palmar.
“Vienen engañados, con una venda en los ojos”, explica, mientras se pregunta qué tipo de personas lanza al mar a diez seres humanos, a un viaje imposible en esas condiciones.
Quien lo hizo se llevó 7.000 euros. La barquita que les dieron apenas habría costado cincuenta euros.
Luis Martín, teniente coronel de la Guardia Civil y jefe de Operaciones de la Comandancia de Cádiz, explicaba recientemente que cada vez hay más rivalidad entre las mafias en su competencia por el precio que les cobran a los inmigrantes.
“Para abaratar el precio no dudan en poner en riesgo cada vez más la vida de estas personas”, aseguraba el pasado 5 de noviembre tras ver la mala calidad de la madera con la que había sido construida la patera que ese día naufragó en Caños de Meca, a pocos kilómetros del lugar en el que fue encontrado Sami.
De aquel naufragio, en el que hubo 22 supervivientes, han sido recuperados los cadáveres de 23 jóvenes marroquíes.
A Sami se le harán las pruebas para confirmar que es menor de edad. En ese caso pasará a ser tutelado por los servicios de menores de la Junta de Andalucía, hasta los 18 años.
Si tiene mucha suerte, quizá algún día pueda decir que el terror que ha vivido para llegar a Europa por lo menos le ha servido para seguir sobreviviendo y seguir intentado buscar un futuro en el que ya no estará el hermano que lo intentó con él.
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