No es posible entender la dictadura franquista sin prestar atención a la Falange. El partido único del régimen, instalado en España tras el golpe de Estado –hace justo este jueves 88 años–, jugó un papel fundamental en la pervivencia del mismo. Y Franco lo sabía. En los primeros años de la formación tras la Guerra Civil, cuando ya el decreto de unificación la había convertido en FET y de las JONS, ahonda el catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Rovira i Virgili Joan Maria Thomàs, que acaba de publicar Postguerra y Falange (Debate).
El historiador, que ha buceado en su archivo personal y accedido a documentación inédita, centra su análisis en la figura de José Luis Arrese, ministro secretario general del partido entre 1941 y 1945, un hombre que se ganó la confianza del dictador y se convirtió en la pieza clave “de la consolidación” de Falange “como principal brazo civil organizado” del franquismo. Thomàs, uno de los mayores expertos en la historia del falangismo, desentraña este proceso, las luchas internas entre las distintas facciones del régimen y las principales características de la formación fascista.
¿Cómo influyó en el propio régimen el fortalecimiento de FET y de las JONS que desentraña en el libro?
El régimen franquista necesitaba un apoyo civil organizado y este lo constituyó primordialmente el partido. Ya existía desde 1937, pero el papel de Arrese fue fundamental porque después de unos años en que no acaba de funcionar bien llega Arrese y realmente juega ese papel de consolidación.
Define a Falange como un partido muy sumiso y fiel a Franco. Este fue tomando decisiones como el cese del propio Arrese en el 45, pero nunca prescindió del partido. ¿En qué se beneficiaban mutuamente?
Se produce una confluencia de intereses. Franco se encuentra al frente de una coalición autoritaria en la que hay monárquicos alfonsinos, monárquicos carlistas, miembros del corporativismo católico de CEDA, el Ejército, la Iglesia y una parte de la base social que le apoya…De estos, hay sectores que tienen otras ideas de lo que tiene que pasar cuando acabe la guerra, por ejemplo, una monarquía en la persona de Alfonso XIII. En ese contexto Franco, se siente inseguro y sabe que para consolidar su poder necesita un instrumento que sea la columna vertebral, por lo que crea el partido único y concede el poder a los falangistas. Por su parte, estos crecen durante la contienda y encuentran en Franco un apoyo que les permite convertirse en algo insólito, en un partido de Estado.
La cúpula franquista no fue monolítica, hubo episodios de violencia y pugnas de poder importantes
Describe una situación de conflictividad interna del régimen, una imagen que a veces choca con la que se ha transmitido del franquismo. ¿Qué supuso esta conflictividad?
La imagen que tenemos es que fue un régimen monolítico, pero la realidad es que en la cúpula se dieron pugnas de poder importantes. Hubo regímenes como el nazi y otros fascistas en los que esto no pasó así porque el líder del partido llegó al poder, tomó el Estado y en un primer momento hizo una purga interna que acabó con la conflictividad, pero en el caso español siguió habiendo una pelea por hegemonizar el poder por debajo de Franco. Se dieron incidentes importantes y episodios de violencia entre, por ejemplo, falangistas y militares, que constituyen la principal tensión, o entre falangistas y carlistas.
Uno de los duelos que detalla en el libro es el que se produjo entre Arrese y Ramón Serrano Suñer. ¿Cómo fue?
Serrano Suñer es concuñado de Franco y gracias a eso adquiere un papel importante, pero comete el error de empezar a creerse más importante e inteligente que él. Se produce, además, un deterioro de la relación personal porque es conocido que Serrano tuvo una amante. Esto se une a que los falangistas le empujan a exigirle al dictador que les conceda todo el poder civil del Gobierno y esta especie de ultimátum acaba por distanciarles. Así que busca a una persona que sea fiel, sumisa y falangista, que es Arrese, a quien llega a encargar un informe de qué ocurriría si destituyera a Serrano de la Junta Política del partido. Al final lo acaba haciendo y le sustituye Arrese, a quien Franco empieza a promocionar. Serrano siempre se despachó contra él de manera muy desagradable, es algo que se ve en sus memorias.
¿Esta situación debilitó de alguna manera al régimen?
Sí, pero era un régimen con mucha fuerza porque toda esa coalición autoritaria compartía haber sido vencedores de la Guerra Civil, ser antidemócratas, anticomunistas, católicos y antiliberales. Hay elementos que les dividen, pero la conflictividad se acaba de alguna manera ante el enemigo común, que es contra quien ejercieron la mayor parte de la violencia en forma de represión.
En Falange acabaron personas de izquierdas atraídas por su ideario original, que hablaba de revolución o de que todos los españoles tuvieran un trabajo digno
Arrese efectuó una depuración masiva dentro de Falange. ¿Cómo eran estos procesos?
Cuando Arrese llegó al poder había una acusación muy frecuente de que el partido había incorporado, ya desde la Guerra Civil, a personas procedentes de las izquierdas. Eso existió. De hecho, hubo un momento en el que otros miembros de la coalición autoritaria llamaban al partido Failange –en referencia a la Federación Anarquista Ibérica (FAI)–. Pervivía una idea de que, por sus ideas sobre la revolución nacional y sindicalista, había en el falangismo un 'izquierdismo', como lo llamaban, soterrado, así que ya desde 1938 se empezaron a hacer depuraciones. Pero lo que se creía que sería cuestión de tres meses se alargó, era un trabajo ímprobo porque estamos hablando de casi un millón de afiliados y Arrese terminó su mandato en el 45 y no había acabado.
¿Cuáles fueron las razones que llevaron a personas de tradiciones de izquierdas a terminar en Falange?
Hubo personas que lo hicieron simplemente para protegerse de la represión. Otras se vieron atraídas por su ideario originario, basado en un discurso en el que decían que no eran ni de izquierdas ni de derechas, hablaban de una revolución, de que todos los españoles tuvieran un trabajo digno o de reformas sobre la propiedad de la tierra…
Explica cómo Falange planteaba “medidas sociales” en medio de un panorama de hambre y privaciones y se presentaba como auténtico representante del pueblo. Esto suena a los partidos de extrema derecha actualmente en auge en Europa, como Vox.
No haría este paralelismo. El proyecto fascista lo que buscaba era imponer una dictadura totalitaria, de partido único y con proyección imperialista. Las nuevas extremas derechas, aunque puedan tener elementos comunes con el fascismo porque comparten una visión esencialista del nacionalismo, tienen un programa político radicalmente diferente y no propugnan usar la violencia como táctica política.
¿Es Vox un partido fascista?
No calificaría a Vox de fascista, sino de populismo autoritario que, dentro del Estado democrático, busca imponer recortes significativos, tiene una visión tradicional de las relaciones de género o un discurso antiinmigración...Sin embargo, no plantea una dictadura de partido único. Me parece importante la distinción porque ya existe en España un tipo de partido así, la Falange existe y se presenta a las elecciones con el programa de 1934 de Primo de Rivera, y no llega a 10.000 votos. En cambio, esta nueva extrema derecha está teniendo un éxito y un ascenso importante. Es clave diferenciar porque tenemos que intentar entender por qué esta gente está creciendo.
El ideario de Vox tiene anclajes en el pasado, pero son respuestas a los retos de una sociedad diferente y actual
¿No es posible que lo que hayan hecho estas fuerzas sea una actualización o modernización del ideario fascista?
Creo que no. Tienen características que realmente cuestionan la democracia tal y como la entendemos, pero no los calificaría de dictatoriales. Hay estudiosos que a lo que proponen [Vox] lo llaman democracia iliberal. Su ideario tiene anclajes en el pasado, pero son respuestas a los retos de una sociedad diferente y actual. Creo francamente equivocado pensar en estas fuerzas en términos de fascismo porque creo que nos impide ver, incluso haciendo autocrítica, el por qué están creciendo.
¿En qué sentido?
Pienso que hay problemas enquistados que son fácilmente utilizables por esta nueva extrema derecha populista, por ejemplo la precariedad o los bajos salarios. Hay parte que tiene que ver con cómo se resolvió la crisis de 2008 y el desastre de las políticas de austeridad. Hay millones de personas que no van a volver a trabajar nunca y se creen desplazados. Hay cosas, como las políticas de género, que se han hecho muy bien en los últimos 15 años, pero debemos evaluar qué está en nuestras manos mejorar para frenar el descontento que lleva a la gente a estas opciones políticas.
La época fascista es nuestro referente porque fue la última en la que hubo un ascenso de la extrema derecha en Europa. Eso fue una ola que tuvo sus causas, pero ahora estamos en una ola que tiene otras causas y también características diferentes. Lo que sí sabemos los historiadores es que en épocas de crisis profundas, crecen estas opciones.
La comunidad valenciana acaba de sustituir la Ley de Memoria por una de “concordia”, algo que ya sucedió en Aragón. ¿Qué le parece esta ofensiva de PP y Vox contra estas legislaciones autonómicas?
Un auténtico despropósito. En la guerra hubo muertos de ambos bandos y estas leyes son respetuosas con eso. El problema que tenemos es que el franquismo ya hizo su propia política de memoria, pero los muertos que el régimen produjo se quedaron ahí enterrados. No es una cuestión, como dice Vox, de que se esté queriendo reescribir la Historia, sino que es un problema que está pendiente de resolverse.