¿Por qué la mascarilla resiste en las calles sin que su uso sea obligatorio?
El fin de las mascarillas en exteriores es una regla escrita, pero poco secundada en España. Hace una semana entró en vigor la nueva normativa del Gobierno que elimina la obligación de llevarla al aire libre siempre que haya distancia de seguridad. Algunos lo celebraron por la noche con bailes y cánticos, pero la realidad asomó unas horas después y a plena luz del día: la mayor parte de la gente la seguía llevando de forma voluntaria.
Esta decisión colectiva ha sorprendido después de que, en los últimos meses, sugieran más voces críticas contra la obligatoriedad a toda costa que las que apoyaban mantenerlas. Incluso el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades (ECDC) recomendó en abril “relajar” el uso de las mascarillas y la distancia de seguridad en exteriores entre las personas con la pauta completa. Teniendo al 50% de la población inmunizada con al menos una dosis, el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas llegaron a un consenso sobre la fecha del fin de las mascarillas en la calle. Y la pusieron, pero para muchos aún es pronto.
“Estamos pasando la peor pandemia del siglo desde la gripe del 1918. En España, ha supuesto crisis económica y la mayor caída en esperanza de vida desde la Guerra Civil. No estamos en una situación normal y es muy entendible que la gente se lo quiera tomar con calma, especialmente con medidas como la mascarilla, que suponen un coste y una repercusión personal mínimas”, expresa Usama Bilal, epidemiólogo de la Universidad de Drexel, en Philadelphia. “Siempre hay gente con exceso de celo, pero mejor ellos que los que se saltan las normas a la torera”, piensa Manuel Franco, profesor de Salud Pública en la Universidad de Alcalá y la Johns Hopkins.
No estamos en una situación normal y es muy entendible que la gente se lo quiera tomar con calma, especialmente con medidas como la mascarilla que supone un coste y unas repercusiones mínimas
Franco reconoce que la regla de la mascarilla en los exteriores ha sido exagerada, pero que ayuda a que se mantenga en los lugares donde sí es obligatorio llevarla, sobre todo en interiores. “La gente sabía que no era necesaria si andaba sola por la calle, pero la llevaba igualmente y gracias a eso estamos entendiendo muy bien los matices de esta nueva norma”, asegura. No ha ocurrido así en países como EEUU, donde la mascarilla ha sido un campo de batalla político y su utilización ha variado enormemente entre diferentes estados, como suscribe Usama Bilal: “Aquí se ha hecho un uso partidista por culpa de Trump”.
Los expertos recuerdan que en España no ha sido un instrumento de división ideológica. Lo máximo que ha ocurrido es que hace un mes algunos presidentes autonómicos quisieran ser los primeros en quitarla, como Núñez Feijóo (Galicia), Emiliano García-Page (Castilla La-Mancha) o Isabel Díaz Ayuso (Madrid), y ahora las críticas al Ejecutivo sean por hacerlo “de forma unilateral”.
El riesgo que sobrevolaba hace una semana era que estos mensajes contradictorios y la severidad de la medida provocasen un rechazo total, incluso en contextos donde representa un hábito seguro y saludable. “El miedo es que tras este año no la queramos ver ni en pintura”, temía el portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública SESPAS, Ildefonso Hernández. “La gente está deseando vivir sin mascarilla porque es el símbolo más visible de que la pandemia se ha acabado”, preveía Gema Escobar, directora Centro Universitario de Ciencias de la Salud San Rafel-Nebrija. Entonces ¿por qué la tenemos tan arraigada?
“Porque hemos adquirido el hábito y hacer el proceso inverso es mucho más difícil”, resume Xavier Escribano, profesor en la Facultad de Humanidades de la Universitat Internacional de Catalunya (UIC). En su opinión, “la continua exposición a la mirada de los demás” desgasta más que el propio hartazgo hacia la medida. “Exponerse continuamente conlleva cansancio por mantener la propia imagen en un mundo social en el que sufrimos una hipertrofia de lo visual”, argumenta. Así, “la mascarilla nos da protección en entornos con los que no nos interesa contactar”.
“El sociólogo Richard Sennett dice que las grandes metrópolis contemporáneas se caracterizan por el miedo al contacto, con lo que el individuo tiende a replegarse, algo que ya veíamos antes en el transporte público y que ahora se ha vuelto más evidente con las mascarillas”, explica el filósofo. Lo que no quita que “la mascarilla tenga muchos inconvenientes para la respiración libre y la comunicación” y, sin embargo, “su uso haya recibido reconocimiento y alabanzas”. A primer golpe de vista, “quedaba patente quién estaba cumpliendo las normas y quién no”, subraya Manuel Franco. Pero ese equilibrio entre bien y mal ahora es más delicado.
Exponerse continuamente conlleva un cierto cansancio por tener que mantener la propia imagen en un mundo social en el que se sufre una hipertrofia de lo visual. La mascarilla nos protege en entornos con los que no nos interesa contactar
La “policía” de la mascarilla
Desde el pasado viernes no son pocos los testimonios en redes sociales de personas que se han sentido señaladas por tomar una decisión o la contraria. Los que la llevan, justificando que se sienten más protegidos así o por pura comodidad y, los que no, recordando que no es una medida de obligado cumplimiento si no hay aglomeraciones en la calle y se respeta el metro y medio de seguridad.
“La persona siente que tiene una posibilidad de ejercer su propio arbitrio después de un año con tantas restricciones”, justifica el profesor de Humanidades. Además, al tener que usarla en el interior de comercios, bares y transportes, hay “un elemento de economía mental por el que llevarla puesta nos despreocupa”. Por último, según Escribano, “aunque no haya posibilidad de contagio al aire libre, hemos interiorizado ese miedo”. “No es tan fácil digerir un mensaje durante un año y medio, y desprendernos de él de un día para otro”, asume.
Para Bilal, que la gente haya asimilado tan bien la mascarilla en España “es un triunfo de la comunicación”, aunque reconoce que también puede deberse a una cierta confusión con las recomendaciones. “Es cierto que en exteriores no tiene la misma utilidad que en interiores, pero al principio había muy poca ciencia al respecto y fuimos aprendiendo sobre la marcha”, recuerda. En su opinión, el mensaje importante, es que su uso en interiores es obligatorio y en exteriores no. “El problema es polarizarlo y empezar a señalar”, advierte.
Antes había policías de balcón y ahora hay policías de la mascarilla. Por desgracia, es parte de la pandemia e inherente al ser humano
Manuel Franco lo expresa así: “Antes había policías de balcón y ahora hay policías de la mascarilla; por desgracia, es parte de la pandemia e inherente al ser humano”. No ayuda que haya políticos que vuelvan a recomendar su uso en exteriores ante el actual aumento de los casos, como ha hecho Ximo Puig en Valencia. “Volver a llevarla al aire libre no va a frenar la transmisión comunitaria, porque ya sabemos qué tipo de medidas funcionan”, dice Franco respecto a otras restricciones más duras como los cierres de los interiores o del ocio nocturno. “Es muy importante que en los lugares en riesgo bajo sea opcional y no se juzgue a la gente por llevarla o no llevarla”, defiende Bilal.
“En las relaciones humanas el conflicto salta en cualquier momento, pero no creo que vaya a provocar grandes problemas”, confía Xavier Escribano. “Sería conflictivo si, teniendo obligación, las personas decidieran no llevarla. Pero todo el mundo entiende que estamos en un período de transición y somos comprensivos con los temores que los otros pueden tener. Para matizarlos, tiene mucha importancia la voz autorizada de la comunidad científica y de los expertos”, concluye.
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