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Muere José Marfil: combatiente en Dunkerque, superviviente de Mauthausen

“Cuando atacaron los alemanes con todas sus fuerzas, nosotros no teníamos nada para defendernos. Llegamos hasta las playas de Dunkerque y allí no había salida posible. Veíamos desde las dunas cómo los aviones nazis y británicos combatían sobre nuestras cabezas. Muy pronto los stukas alemanes se adueñaron del cielo y se dedicaron a bombardearnos. El fuego de artillería también fue muy intenso y provocó muchas bajas. Nos ametrallaban continuamente y yo vi, durante aquellos días, pasar muy cerca de mí las balas”. Así relataba el malagueño José Marfil Peralta los acontecimientos que vivió en primera persona a finales de mayo y principios de junio de 1940. Con su muerte se ha marchado uno de los últimos, si no el último, testigos españoles de la Batalla de Dunkerque.

Más de 225.000 soldados británicos y unos 100.000 franceses eran evacuados por la Royal Navy para evitar que fueran capturados por las tropas de Hitler que ya rodeaban la zona. Marfil se encontraba allí, junto a su padre, José Marfil Escalona, y a otros 1.500 españoles. Todos ellos habían combatido en España, defendiendo la democracia republicana frente a las tropas franquistas, italianas y alemanas, y habían tenido que exiliarse después de la victoria de los militares sublevados. Ahora volvían a luchar contra Hitler, conformando seis Compañías de Trabajadores Españoles (CTE) del Ejército galo.

El capitán francés Robert Noiret, comandante del grupo, escribiría un informe años más tarde en el que dejó constancia del enorme valor con que desempeñaron su labor los españoles y del elevado número de víctimas que sufrieron: “Varios españoles, que se habían resguardado en un refugio cubierto de raíles, murieron cuando una bomba de grueso calibre impactó sobre ellos”, relató Noireti. En medio de aquel caos, los británicos no permitieron embarcar a los españoles. Marfil vio como alguno de sus compañeros trataba sin éxito de subir a los botes e incluso intentaba escapar a nado. Todo fue inútil. El 4 de junio fueron capturados por los nazis junto a miles de soldados aliados.

Prisionero de guerra y deportado a Mauthausen

Los prisioneros fueron conducidos a pie hacia Alemania. La juventud de José le permitió seguir el fuerte ritmo impuesto por sus captores. Su padre no lo consiguió: “Fueron muchas horas de caminata bajo un intenso calor (…). Los alemanes trajeron unos camiones en los que iban subiendo a quienes no podían más. Mi padre se subió a uno de ellos y yo traté de seguirle, pero ellos me miraron y me empujaron abajo. El camión se marchó y nunca más le volví a ver”. Padre e hijo no sabían entonces la trascendencia que tendría esa separación. José Marfil Escalona pasaría fugazmente por un campo de prisioneros de guerra para ser deportado hacia Mauthausen el 6 de agosto de ese mismo año. Solo 20 días después entraría, muy a su pesar, en la Historia al convertirse en el primer español que murió en ese siniestro campo de concentración. En los cinco años siguientes otros 5.000 compatriotas morirían en ese mismo recinto de hambre, enfermedades, fusilados, ahorcados, apaleados o en la cámara de gas.

Ajeno a la suerte de su padre, José llegó al campo de prisioneros de guerra de Sagan, en la actual Polonia. Allí, con otros 750 españoles, compartió cautiverio con soldados franceses, belgas, holandeses o británicos: “Yo era carpintero y nos trataban muy bien. Trabajábamos en armonía con los civiles alemanes y comíamos bien. Éramos prisioneros de guerra y no pedíamos más. Si nos hubieran dejado allí hasta el final de la guerra hubiésemos sido felices”. No les dejaron allí porque el régimen franquista pidió a sus aliados alemanes que les retirara la condición de “prisioneros de guerra” y les deportara a campos de concentración. Poco después de esa letal petición, la Gestapo se presentó en Sagan: “Os vamos a llevar a un sitio apropiado para vosotros”, recordaba José que le dijo uno de los agentes de la policía política del Reich. Una semana más tarde sacaron a todos los españoles (y solo a los españoles) de ese campo de prisioneros donde se respetaba la Convención de Ginebra para enviarles hacia Mauthausen.

El 25 de enero de 1941 José Marfil atravesaba las puertas de ese campo de concentración situado a orillas del Danubio. Allí se enteró del fallecimiento de su padre y de cómo el resto de los españoles le homenajearon guardando un minuto de silencio que sorprendió e indignó a los SS que les custodiaban. Pronto aprendió algunos trucos para intentar sobrevivir entre aquellas alambradas: “Mi lema era correr para sobrevivir. Correr para lavarme, correr para llegar el primero a uno de los kommandos de trabajo menos duros, correr para la distribución de la sopa, correr para evitar los golpes, correr, siempre correr”. Corriendo y corriendo José fue burlando la muerte. Y eso a pesar de que, pocos días después de su llegada, cogió la sarna y, por ello, fue enviado a Gusen, un subcampo situado a 5 kilómetros de Mauthausen conocido como El Matadero: “Gusen era peor, mucho peor. Allí nos enviaban a morir”.

José vio asesinar a prisioneros en cámaras de gas improvisadas, ahogados en las duchas, tiroteados… Aunque lo que más le dolía rememorar fue el día en que le obligaron a trasladar un cadáver: “Tuvimos que llevarlo al crematorio entre cuatro. Era la primera vez que entraba en su interior. Era un almacén inmenso, blanco, pero no había nada, solo muertos. Estaban unos encima de otros, colocados de forma ordenada, cabeza con pies y pies con cabeza, para que entraran más. Debajo del montón, por el peso, salía un líquido que parecía café con leche. Un grupo de presos estaba allí, metiendo los muertos dentro de los hornos y sacando ceniza”.

Estuvo varias veces al borde de la muerte, pero José Marfil logró conservar la vida hasta el 5 de mayo de 1945, el día en que las tropas estadounidenses liberaron el campo: “Todo el mundo estaba muy hambriento. La gente salía en todas direcciones. Lo único que les interesaba era encontrar una casa en la que poder obtener alimentos. Cuando encontraban una granja, la asaltaban y se comían todo lo que podían”.

El luchador malagueño rehizo su vida en el exilio francés, del que nunca regresó. Su testimonio lo plasmó en el libro autobiográfico Yo sobreviví al infierno nazi. De los escasos homenajes que recibió en España tras la muerte de Franco, el que más ilusión le hizo fue el que le brindó su pueblo natal, Rincón de la Victoria. El ayuntamiento le puso su nombre a una rotonda e inició los trámites para nombrarle hijo predilecto de la localidad. Esta última iniciativa ya nunca podrá culminarse porque el Partido Popular la paralizó cuando se hizo con el control del municipio gracias a una moción de censura.

Hasta el día de su muerte, ya con 97 años de edad, José Marfil seguía soñando cada noche con los horrores que había vivido en Mauthausen: “Cuando me despierto me siento feliz. He pasado toda la noche en el campo y la alegría llega cuando me levanto por la mañana y veo que no estoy allí”. Este viernes, cumpliendo su último deseo, su cuerpo ha acabado igual que los de sus miles de compañeros asesinados en los campos de concentración nazis, convertido en humo y cenizas.