Bajo la premisa de conectar con la naturaleza desde su corazón mismo, los conocidos “hides” -o escondites- se han puesto de moda y hoy, aunque austeros en su mayoría, atraen a familias y naturalistas y contribuyen a dinamizar la economía de las zonas rurales.
Son los observatorios de fauna, en ocasiones no más que una lona de colores miméticos tras la cual esconderse para fotografiar aves frente a un comedero de buitres, en medio de una llanura o junto a los habituales corredores migratorios.
Otras, pequeños muros de madera o casetas de estrechas ventanas frente a un humedal, desde donde observar sin ser visto las numerosas especies de aves acuáticas que habitan en esos paraísos de biodiversidad que en España constituyen todo un tesoro para los ornitólogos.
En la actualidad, multitud de empresas ofrecen ya en sus paquetes turísticos la posibilidad de conocer los secretos de algunas de las especies animales más representativas de cada zona; de hecho, allí donde las aves constituyen uno de los “platos fuertes” para el turismo, los observatorios forman ya parte del paisaje.
Para observar los movimientos de los mamíferos del bosque o de las rapaces nocturnas, algunas empresas ofrecen al visitante cabañas cómodas e insonorizadas instaladas en el hábitat de esas especies más enigmáticas y esquivas.
El observatorio de fauna Can Teixó (La Casa del Tejón), situado en pleno bosque de Can Vidal, en la localidad gerundense de Sant Esteve de Guialbes, combina la observación diurna y nocturna con el hospedaje en una casa rural situada a escasos metros.
Xavier Puig, uno de sus promotores, ha explicado a Efe que la iniciativa “trata de acercar a un público tanto generalista como especializado a los animales que son comunes en nuestros bosques pero que en general no son fáciles de ver”.
La idea partió del interés de tres vecinos de la localidad por la conservación de las especies que habitan sus espacios naturales. “Pensamos que sería una buena forma de poner en valor la fauna de nuestros bosques al tiempo que dinamizamos la economía rural”, dice Puig.
Así, se organizan en Can Teixó dos turnos de observación. “De noche vemos los mamíferos forestales de mayor tamaño, como jinetas, tejones o garduñas, además de rapaces nocturnas como el cárabo, y durante el día cambia el escenario y se acercan al ”hide“ especies de aves comunes, alguna rapaz y ardillas”, explica Xavier Puig.
Se trata de un confortable observatorio, dotado de amplias ventanas con cristales espía para poder ver sin ser visto, integrado en el bosque, equipado con sensores de movimiento, iluminación nocturna regulable, conexión a flashes externos, tomas de corriente para los aparatos electrónicos y webcams instaladas en nidos.
Y con un mobiliario discreto pero adecuado para hacer de la estancia en el “hide” una experiencia única, en familia, en pareja, con amigos o en solitario, ya que “satisface todas las necesidades, incluidas las de fotógrafos profesionales o con más pretensiones, como expertos naturalistas”.
Durante el día, el atractivo del “hide” se alarga mucho más allá del alba y antes del crepúsculo, horas habituales de más movimiento de la fauna diurna, cuando las aves cantan más intensamente o las ardillas se acercan a beber a la charca de Can Teixó.
Y al anochecer, señala Puig, empieza el movimiento de las rapaces y mamíferos que visitan el bosque en busca de alimento; así, “a primera hora de la madrugada, normalmente tejones y zorros ya han hecho acto de presencia”.
No obstante, la espera puede ser larga. “Hay que venir cargados de paciencia, pero en el ”hide“ hay asientos cómodos, se puede comer y también hablar, aunque en voz baja, y se puede usar internet”, advierte Puig.
Y es que la observación depende mucho del momento del día, de la época del año, de las condiciones meteorológicas, de nuestra paciencia y de la suerte, insiste.