La pandemia resiste en España con una incidencia que duplica el umbral de la 'nueva normalidad'

Desde el último pico de contagios por coronavirus, registrado el 27 de julio, la curva de la incidencia en España dibujó una fuerte pendiente hacia abajo. Los epidemiólogos asistían a la caída progresiva con la certeza de que la variable tocaría suelo en algún momento. Ya sabían que el objetivo cero era imposible, pero se desconocía dónde se situaría ese mínimo. Los datos de las últimas semanas van arrojando luz a esta incógnita. La incidencia acumulada no ha logrado bajar de 40 casos por cada 100.000 habitantes. La cifra es muy buena respecto a los países del entorno, pero no alcanza la simbólica “nueva normalidad” situada por el Ministerio de Sanidad en una tasa de 25 y ha registrado ya pequeños repuntes.

Varios epidemiólogos consultados prevén, con todas las cautelas que exige un virus cuyo comportamiento aún no es claro, que reducir más la incidencia será complicado. “Estos niveles resultan difíciles de disminuir”, asegura Adrián Aginagalde, director del Observatorio de Salud Pública de Cantabria. El epidemiólogo Fernando Rodríguez Artalejo señala, en la misma línea, que “una tasa de 50 con la cobertura vacunal que tenemos es perfectamente aceptable”. Todos restan importancia a los pequeños repuntes. “Ahora mismo podemos estar tranquilos: la incidencia es baja y lleva tiempo estabilizada en cifras que nos ponen en riesgo bajo”, añade José Martínez Olmos, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública en Granada.

Los expertos coinciden en que el invierno servirá “para tomar la medida a la infección”, en palabras de Aginagalde. En definitiva, para saber qué podemos esperar de la COVID-19 en las temporadas de frío, cuando el virus se transmite con más facilidad, como constata un reciente estudio del Instituto Global de Salud de Barcelona. “Esto nos demuestra que la pandemia no está totalmente controlada. Lo que no sabemos es cuánto tirará para arriba en invierno”, agrega Rodríguez Artalejo.

La incertidumbre, por tanto, no solo rodea al mínimo de incidencia sino también al máximo: no se sabe con seguridad cuánto escalarán los contagios, aunque se da por descartada una ola de las proporciones de la vivida en el último verano. A eso hay que sumar el resto de infecciones respiratorias estacionales que empiezan ahora a dar la cara. La bronquiolitis, por ejemplo, se ha adelantado en Euskadi y registra ya más incidencia que en años anteriores. También ha pasado en Castilla y León. En general, la temporada de gripe se prevé más agresiva.

Todo esto entra dentro de lo relativamente esperable. Lo que no cabe en las previsiones es un aumento “intenso” de la incidencia acumulada de casos de coronavirus o un crecimiento severo de los ingresos hospitalarios y los fallecimientos, contra los que protege la vacuna. “Si eso pasa, entonces sí deberíamos preocuparnos”, incide Martínez Olmos, que llama a continuar siendo estrictos con las medidas de prevención (lavado de manos, distancia y mascarilla) dado que han caído todas las restricciones. La percepción de que la pandemia ha pasado puede conducir a la relajación de las conductas preventivas. “La evolución va a depender en gran parte de lo capaces que seamos de protegernos”, agrega Rodríguez Artalejo.

La incidencia acumulada comenzó a bajar a principios de agosto. La máxima velocidad de descenso se alcanzó a mediados de septiembre, cuando los casos se reducían a la mitad cada dos semanas. Una vez alcanzada una cifra baja de contagios, inferior a 100 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días, el descenso se desaceleró. Hasta que la curva empezó a registrar ligeros repuntes. Durante la última semana la incidencia ha dejado de bajar y ya crece un 20% cada dos semanas. Aunque es importante recalcar que el número de casos es mucho menor que meses atrás, por lo que una variación de estas características ya no supone un aumento tan elevado de los contagios.

La situación de España no puede desligarse de lo que pasa alrededor en una pandemia global. Hay decenas de países en el mundo con bajísimas coberturas vacunales –51 países de ingresos bajos no tienen ni siquiera el 10% de su población inmunizaday en el este de Europa se está registrando un aumento de casos que ha desembocado en cifras altas de muertes y presión hospitalaria. En Reino Unido, donde no hay restricciones desde verano, la incidencia está también descontrolada.

“Dependemos de cómo evolucione a nivel mundial. Pueden generarse mutaciones más contagiosas con más capacidad de hacer daño en lugares con pocos vacunados, pero eso no es fácil de pronosticar”, asume Martínez Olmos, que sitúa como “urgencia” la vacunación de los cuatro millones de personas que no se han inmunizado pese a que por calendario les tocaba.

Hay diversas opiniones acerca del efecto que sobre la transmisión tendrá, si finalmente se autoriza, la vacunación de los menores de 12 años, el único grupo etario virgen de inmunización. Fernando Rodríguez Artalejo o José Martínez Olmos no dudan en que será determinante, mientras Adrián Aginagalde no lo tiene tan claro. “No esperamos intentar reconducir la incidencia con esto, pero algo puede contribuir”, explica el responsable de Salud Pública de Cantabria.

Mientras, las comunidades autónomas esperan la revisión del semáforo COVID-19, una herramienta que mide los niveles de riesgo y propone medidas asociadas a cada uno de ellos. La actualización de esta hoja de ruta con recomendaciones –en ningún caso medidas vinculantes– lleva semanas ultimándose en el Ministerio de Sanidad para incorporar medidores acordes a una población mayoritariamente vacunada pero no termina de aprobarse. Los niveles de riesgo (nueva normalidad, bajo, medio, alto o extremo) siguen, por tanto, midiéndose con el mismo termómetro que cuando no había llegado la vacuna.