Los pesqueros dejan perdido en el mar tanto sedal 'asesino' como para dar 400 vueltas al mundo

Raúl Rejón

28 de octubre de 2022 22:29 h

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Cuatro millones de embarcaciones pescando por el mundo dejan un rastro masivo de basura en el mar. Cada año se queda en el agua tanto sedal pesquero como para dar 400 veces la vuelta a la Tierra: más de 16 millones de kilómetros de líneas, según ha estimado la agencia de investigación científica de Australia (CSIRO).

La ecuación es la siguiente: las flotas de todos los países capturan, de media, algo más de 80 millones de toneladas de animales marinos al año. Para conseguir ese volumen, hacen falta muchos barcos, muchas redes, mucho sedal, anzuelos y nasas. Y una parte queda a la deriva en los océanos.

“El equipamiento pesquero abandonado, perdido o descartado es una de la fuentes principales de la contaminación marina”, recuerda este trabajo, publicado en Science.

Entre otros desechos, “hemos descubierto que casi 14.000 millones de anzuelos y 25 millones de trampas acaban en nuestro océanos por la actividades de la pesca comercial cada año”, resume una de las autoras, Britta Hardesty.

“Llevábamos años intentando saber la escala global de las artes de pescas que se pierden y, la verdad, los números asustan, pero son coherentes con lo que vemos nosotros cuando salimos al mar”, cuenta Ricardo Aguilar, director de expediciones de la organización Oceana.

El CSIRO concluye que lo que queda perdido cada año en los océanos equivale al 2% de los equipamientos. Parece un porcentaje pequeño, pero, aplicado al volumen total, implica toda esa cantidad de basura abandonada en los mares.

La dimensión de las redes fantasma desglosada es la siguiente:

  • 78.000 km2 de redes de cerco.
  • 218 km2 de redes de arrastre.
  • 2.900 km2 de trasmallos.
  • 16 millones de km de línea de palangres entre el sedal principal y sus ramales.
  • Más de 13.000 millones de anzuelos.
  • 25 millones de trampas submarinas y nasas.

El material que flota a la deriva o se hunde tiene “impactos negativos desproporcionados sobre la vida salvaje, los hábitats marinos y costeros y la seguridad alimentaria”, describe este trabajo. Los científicos contactaron con representantes de las principales artes de pesca comercial en países especialmente representativos de sus zonas: Indonesia (segunda potencia global) para Asia, Islandia (19ª en el ranking) para Europa, EEUU para Norteamérica, Perú (sexta potencia pesquera) para América del Sur, Marruecos para África, Nueva Zelanda para Oceanía y Belice para el Caribe.

“Es un asunto preocupante por los daños socieconómicos y ambientales además de añadirse a otras presiones como la sobreexplotación de los recursos pesqueros, la caída de los stocks y el cambio climático”.

A esta basura se le llama redes fantasma porque, en un primer momento, son casi invisibles a la luz del día y siguen a la deriva pescando especies. “Todavía pesca porque está limpia y continúa capturando ejemplares que nunca se recogen y mueren allí atrapados”, detalla Ricardo Aguilar.

Los números asustan, pero son coherentes con lo que vemos nosotros cuando salimos al mar

“Además, al morir en esas trampas, anzuelos o redes comienzan a descomponerse y funcionan como cebo. Atraen a otras especies que acaban allí”, añade. “Este mismo año hemos estado en el mar de Alborán recogiendo nasas abandonadas que aún capturaban y redes con peces”.

Casi 700 especies marinas interactúan con esta basura de los pesqueros. Al menos el 17% de ellas están catalogadas con algún nivel de amenaza por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), según la revisión que realizó un equipo de la Universidad de Plymouth en Reino Unido. Son “la mayor amenaza de enredo para la fauna marina como las tortugas, los mamíferos, las aves y las ballenas”, detallaban. La “cantidad, durabilidad y persistencia” en las aguas les hace “especialmente preocupantes”.

Precisamente porque duran mucho, suponen un segundo tipo de impacto además de atrapar animales. “Con el tiempo se van recubriendo de material y ya no son tan invisibles, pero no dejan de constituir una basura plástica que se engancha, por ejemplo, en corales y esponjas”, detalla Ricardo Aguilar.

España, como primera potencia pesquera europea, no queda al margen de este problema. “En los lugares con mayor densidad de pesca hay mayor densidad de pérdidas”, describe el representante de Oceana. Se ha ido produciendo un desplazamiento de artes de pesca hacia zonas donde es más fácil que se queden enganchadas. “El arrastre ha copado más las zonas de playas y otros equipamientos se concentran en zonas de roca o arrecife”.

Los propios científicos australianos advierten de que sus cálculos están realizados para la industria pesquera, por lo que se han quedado fuera los pescadores artesanales, los recreativos y los furtivos. “Es necesario, también, cuantificar y comprender la cantidad –y el impacto– que producen los equipamientos abandonados de la acuicultura a medida que esta crece”.

“Estamos hablando de la flota mundial y es complicado atajarlo”, opina Ricardo Aguilar. “Hay algunas directrices voluntarias de la FAO para marcar redes con sus dueños y desplegar puntos de recogida para las artes estropeadas que antes se abandonaban directamente en el mar”, cuenta. En la Unión Europea las directrices son obligatorias.

En 2019, el director adjunto del Servicio de Vida Salvaje de EEUU, Stephen Guertin, resumía así la situación a la hora de solicitar fondos públicos: “La basura marina puede herir y matar la vida marina y costera. Dañar y degradar los hábitats. Interfiere con la seguridad de la navegación y causa pérdidas económicas a las industrias pesqueras y marítimas. Puede amenazar la salud humana”.

“Lo cierto es que no hay conciencia sobre la inmensa magnitud de las cosas que ocurren en el mar. No son visibles. Es muy difícil demostrar su dimensión”, explica Aguilar. “Estos datos que aporta el CSIRO dan una imagen algo mejor, pero casi todo el problema está debajo del agua, no en lo que llega a la costa”.