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Peio H. Riaño

23 de agosto de 2022 21:41 h

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La verdad está escondida a 400 metros en el fondo del Atlántico, en la bahía de Santa Cruz (Tenerife), en un barranco submarino inaccesible. Allí cada noche se tiraba a 30 personas, atadas a sacos de piedras que los mandaban a las profundidades. Más ahogamientos que fusilamientos. Era el método habitual de represión franquista en las Islas Canarias contra todo aquel oponente al golpe de Estado que aquí no tuvo resistencia ni escapatoria. Primero los arrojaron desde barcos grandes y luego cambiaron el método, desde chalanas de pescadores para evitar rumores. 

En la última saca mandaron abajo al poeta surrealista Domingo López Torres, que no había cumplido los 27 años cuando lo arrestaron en septiembre de 1936. Estuvo en la prisión FYFFES (almacenes plataneros que la compañía inglesa cedió a los fascistas) hasta que en enero de 1937 lo trasladaron al barco-prisión Santa Ana, donde pasó varias noches hasta que le dieron el paseíllo por el mar. Por supuesto, sus restos no se han recuperado.

Los investigadores calculan que hay cerca de 3.000 personas asesinadas por la represión franquista en las Islas Canarias, “pero solo se han encontrado los cuerpos de 50 de ellas”, comenta el director de cine Miguel G. Morales. Es el autor, junto con el artista Eugenio Merino, de Monumento a la oscuridad, un homenaje al poeta canario y al resto de víctimas cuya memoria sigue borrada impunemente. “En Tenerife se convive fuera de la ley, y amparados por los poderes fácticos, con los vestigios franquistas y fascistas”, explican los artífices de esta singular acción, incluida en la XI Bienal de Arte de Lanzarote (que se inaugura en una semana y se prolonga hasta marzo de 2023).  

Un 'contramonumento'

“Monumento a la oscuridad es un monumento a la España ocultada y borrada, es decir, un contramonumento”, aclara Eugenio Merino. Gracias a la investigación que han llevado a cabo, apoyados en historiadores de la Universidad de La Laguna, memoria oral de pescadores e investigadores particulares como Ricardo García Luis (dedicado desde hace años a registrar testimonios orales sobre la muerte de Domingo López Torres) o Emilio Silva, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (AMRH), han logrado establecer el lugar en el que fue arrojado. 

Acudieron hasta el punto donde creen que lanzaban por la borda a los represaliados y lanzaron una placa del mismo peso que las piedras introducidas en los sacos para ahogar en el mar a los presos. Ocho kilos de bronce con una inscripción: “Monumento a la oscuridad” y la geolocalización 28°28'11“N 16°13'32”W. La acción se remata con la grabación de la caída de la placa al fondo marino. Con un cámara submarino y la ayuda de buzos profesionales, filmaron la desaparición de la pieza hasta fundirse en el negro y desaparecer. Como los cuerpos, como la verdad. 

“Era muy importante proponer una mirada diferente a este mar, tan turístico”, dice Miguel G. Morales, tinerfeño de 44 años. Lamenta que en Canarias la Ley de Memoria Histórica no se cumple y en las calles siguen los homenajes al dictador y a sus cómplices. Los dos artistas señalan, sobre todo, la escultura Monumento a la Victoria o Monumento a Franco, realizada por Juan de Ávalos en 1966. “Hacemos un contramonumento, que es lo que podemos hacer los artistas para contar la historia de aquellos que no tienen una historia. Nuestro homenaje no es solo a Domingo pero es para Domingo también, por eso hemos buscado ese sitio en el que fue asesinado”, indican. 

Alterar la mirada

Los artistas han realizado un gesto simbólico, pero incidiendo sobre la realidad. Y subrayan esa doble faceta de su actuación conceptual: durante un tiempo se convirtieron en investigadores que reconstruyeron la historia eliminada, y finalizaron la tarea como artistas. “Cómo no vamos a hacer un monumento a las víctimas si los artistas se lo hemos hecho al poder a lo largo de la historia del arte”, sentencia Eugenio Merino.

La propuesta plantea un memorial sumergido que contrasta con la superficie. Allá arriba, en las islas, Franco se resiste a desaparecer. Abajo, en la profundidad del mar están los desaparecidos. Pero ese monumento a 400 metros ya no será borrado ni alterado. Era importante colocar esa placa, porque querían alterar la visión y denunciar lo que escapa de la mirada. Lo que está pero no se ve. Y empezar a ser conscientes de lo que se esconde desde hace casi 90 años. 

En su ficha de detención se puede leer: “Peligroso”. El poeta Domingo López Torres estaba afiliado al partido socialista, pero acababa de ser nombrado concejal en Tenerife con el partido comunista cuando Franco da el golpe de Estado. Imperdonable para quienes no comulgaban con las ideas de los golpistas. López Torres fue una figura capital en la inclusión del surrealismo en España, tras contactar con André Breton. El poeta francés llegó a Tenerife a inaugurar la segunda exposición internacional surrealista y quedó impresionado por el más joven de los escritores, Domingo.  

Nunca llegó a publicar un poemario, pero mostró sus poemas en la revista Índice, en la que también hacía crítica literaria y artística. Quedó un manuscrito sin publicar, que escribió en la cárcel y tituló Lo imprevisto. Un título paradójico porque, según Miguel G. Morales, intuía perfectamente cuál iba a ser su final.

Tal y como cuenta el cineasta, el poemario es una obra cumbre de la poesía española de ese momento, ilustrado por el también preso Luis Ortiz Rosales. El manuscrito va a ser expuesto por primera vez como parte de la instalación en la Bienal de Arte de Lanzarote. Luchi Morín Reyes ha conservado esta joya durante todos estos años, además de fotos y cartas. Es la hija de la mujer que estaba prometida al poeta. A lo mejor la verdad no estaba tan ocultada. 

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