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ANÁLISIS

San Francisco y Hokkaido nos recuerdan que las prisas por volver a la normalidad no son buenas consejeras

Un hospital de campaña en la epidemia de gripe de 1918 en Oakland, Estados Unidos.

Esther Samper

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El actual estado de alarma podría no prorrogarse más allá del 11 de mayo, si finalmente los diferentes partidos no apoyan al gobierno en esta decisión. Esto significaría que las diferentes medidas como el confinamiento, la restricción de movilidad y otras acciones dirigidas a controlar la epidemia recaerían en cada una de las comunidades autónomas. Sin embargo, aspectos tales como impedir la movilidad entre provincias o comunidades o la respuesta coordinada entre ellas quedarían fuera de sus competencias, lo que provocaría un escenario incierto.

Este hipotético fin adelantado del estado de alarma coincide con un aumento de voces críticas, tanto en España como en otros muchos países, que solicitan ya el cese del confinamiento por los daños socioeconómicos que ha provocado y por la reducción notable de nuevos casos de COVID-19 en los últimos días. Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, ha afirmado recientemente que el estado de alarma debe acabar “lo antes posible”  y al ser preguntada sobre si no temía un posible repunte de contagios por coronavirus por la desescalada ha comentado que “todos los días hay atropellos y no por eso prohíbes los coches”.

En el caso de que finalmente el estado de alarma finalice el próximo lunes, cada comunidad autónoma tendría qué decidir qué acciones tomar, sopesando, además, una de las cuestiones clave en cualquier epidemia: ¿cuándo es prudente y razonable parar o relajar las medidas como los confinamientos para volver a la normalidad? Es probable que presidentes autonómicos tengan la tentación de finalizar cuanto antes las acciones encaminadas a limitar el contagio en la población. ¿Qué nos dice la historia y el presente sobre esta postura?

El caso de San Francisco

Las grandes epidemias que han afectado a las poblaciones humanas no solo han provocado dolor y muerte, sino que también han generado con frecuencia tensión social, especialmente sobre cuándo es el momento idóneo para comenzar y parar acciones como el confinamiento. Son numerosas las lecciones pasadas y presentes que nos muestran que la reacción política ante una epidemia no solo debe ser temprana, sino también sostenida y escalada para frenarla y evitar una nueva oleada descontrolada. De esta manera, renunciar demasiado pronto al confinamiento y a las diferentes medidas de distanciamiento físico puede ser tan o incluso más perjudicial que actuar demasiado tarde.

Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias ya ha alertado sobre esta posibilidad: “Que los datos vayan bien no elimina el riesgo de rebrote. A medida que se abran las restricciones a la movilidad hay que observar escrupulosamente las medidas de higiene y distanciamiento”. 

San Francisco (Estados Unidos) es una de las ciudades que nos puede dar una lección histórica al respecto. Los dirigentes de esta ciudad tomaron medidas tempranas para atajar la epidemia de gripe española que azotó a la ciudad en 1918. Muchas de las acciones que se llevaron a cabo son similares a las que se están tomando hoy en día para poner freno al coronavirus: uso obligatorio de mascarillas en público, cierre de escuelas, prohibición de reuniones, confinamiento...

San Francisco recibió elogios por su rápida actuación durante el otoño de 1918. Desafortunadamente, la retirada de restricciones fue tan rápida como su implantación. Cuando los casos de gripe se redujeron considerablemente en noviembre de 1918, se levantaron todas las restricciones de golpe, tan solo cuatro semanas después de haber empezado a aplicarlas. La ciudad volvió drásticamente a la normalidad. De un día para otro, los restaurantes, teatros, bares, estadios y otros establecimientos volvieron a llenarse y a acoger multitudes. Esto, junto a un porcentaje importante de la población reacia a volver a tomar medidas (se creó la liga anti-mascarillas), llevó a que esta ciudad sufriera una segunda oleada brutal a partir de diciembre de 1918, que provocó a una de las tasas de mortalidad más altas en Estados Unidos por esta epidemia.

La lección de Hokkaido

No hace falta viajar tanto en el pasado para conocer más ejemplos que nos enseñen los peligros de volver demasiado rápido a la normalidad. La isla japonesa de Hokkaido, al igual que la ciudad de San Francisco, actuó rápidamente para contener el coronavirus. El 28 de febrero, con tan solo 66 casos confirmados, se declaró el estado de emergencia en la isla. Sin embargo, el 19 de marzo, tras tres semanas de confinamiento, se eliminó el estado de emergencia y sus restricciones. Esto llevó a celebraciones en múltiples lugares y la gente volvió a las calles y los establecimientos como si el coronavirus fuera cosa del pasado. La segunda oleada, de mayor magnitud, no tardó en llegar: el 9 de abril, aparecieron más nuevos casos que nunca. 26 días después de que el confinamiento cesara, Hokkaido tuvo que volver a un nuevo confinamiento que aún sigue vigente.

España tampoco está preparada para volver a la normalidad prepandémica. El coronavirus sigue circulando mucho más de lo que somos conscientes. Aún no se dispone de la cantidad suficiente de tests fiables para realizar a todos los casos sospechosos de COVID-19 y sus posibles contactos. Tampoco contamos con suficientes rastreadores que detecten posibles casos y tiren del hilo para identificar a contactos que podrían haberse contagiado y limitar así los brotes que muy posiblemente aparecerán en el futuro. Tan importante es contar con pruebas diagnósticas fiables como con especialistas que indiquen cuándo deben realizarse.

Los profesionales sanitarios aún no cuentan con todos los equipos de protección individual que necesitan en todas las regiones y las mascarillas siguen siendo un bien escaso entre la población general. Estamos faltos de ojos, oídos, manos y materiales frente al coronavirus y con estas circunstancias cualquier pronta relajación del confinamiento podría suponer otra epidemia que nos llevase a un nuevo 14 de marzo o a una situación incluso peor. Los casos de coronavirus (que conocemos) son ahora reducidos, sí, pero cualquier brote descontrolado podría crecer exponencialmente en cuestión de días. Otros lugares ya lo han sufrido anteriormente y nos empujan a no repetir sus mismos errores.

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