Según se acerca el 11 de febrero, las agendas de universidades y centros de investigación se llenan de mesas redondas copadas por mujeres. En esta fecha se celebra el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia y ellas son las estrellas, mientras que el resto del año la presencia femenina en los saraos divulgativos y científicos es más limitada y aún se siguen celebrando esos all male panels que nos dan tanta risa, aunque no tengan ninguna gracia.
Desde hace ya años, los all male panels —eventos en los que solo hablan hombres— son objeto de queja y burla en redes sociales. En ciencia nos dejan imágenes como esta, ya mítica, de un congreso de mujeres en matemáticas.
Otras nos divierten menos, como cada vez que se otorgan premios o reconocimientos y aquello parece un txoko de los de antes. Recuerdo esto en Cambridge, pero también pasa en la España de 2024.
En los saraos de divulgación, hace diez años había pocas mujeres protagonistas y a muchos no parecía importarles o aducían que era culpa de ellas, que no querían estar; ahora las señoras están, pero casi nunca en proporción mayor a un tercio. Esto sucede a pesar de que hay divulgadoras llenando teatros, como Las que cuentan la ciencia, un espectáculo que se celebra en Córdoba.
Afortunadamente, cada vez más, las organizaciones se autoimponen una cuota mínima femenina en sus eventos para no olvidarse de la mitad del mundo. Está bien que así sea. El problema es que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, y un mensaje de invitación habitual se parece a esto: “Queremos contar contigo, compartirás mesa de debate con Fulanito y Menganito y, si no puedes, te agradeceremos que nos aconsejes a otra mujer”. ¡Vaya! Otra mujer, la que sea. La cuota de un tercio. La Pitufina.
Me han llamado diciéndome ‘queremos aumentar la presencia de mujeres para este evento’. No me lo digas, por favor
Quizá se podría reformular, llámenme soñadora, con algo de este estilo: “Estamos buscando profesionales relevantes en este gremio y hemos pensado que, por tu trayectoria, tu participación sería perfecta”. Chimpún.
Hace poco bromeábamos entre colegas, todas profesionales de la comunicación científica, con ponernos como bio de la red social antes llamada Twitter “soy la cuota que quieres en tu mesa redonda”. Fuera de bromas, para este artículo he hablado con varias divulgadoras que coinciden en que la práctica es frecuente, torpe y dañina. Gemma del Caño (@farmagemma), lo ha vivido así: “Me han llamado diciéndome ‘queremos aumentar la presencia de mujeres para este evento’. No me lo digas, por favor. Dudo de mí cuando me lo dicen y dudo de mí cuando no me lo dicen porque me imagino que no me lo han dicho”, explica.
Yo siento que no vas solo en representación tuya o de tu empresa, sino de todo el género femenino en su conjunto. ¿Cómo se puede manejar eso? Te aplasta la responsabilidad
Para Rocío Benavente, periodista científica en Maldita y habitual en eventos profesionales de su sector, el problema está en recibir una invitación “con el mensaje ‘estamos buscando a una periodista científica o divulgadora’, especificando el género y sin añadir nada más, como si el único requisito fuera ese”. A ella le ha pasado: “He dicho que sí y he puesto todo de mi parte para que el resultado fuera ‘la llamamos como cuota y qué maravilla haberlo hecho’, pero es agotador. En esos casos, yo siento que no vas solo en representación tuya o de tu empresa, sino de todo el género femenino en su conjunto. ¿Cómo se puede manejar eso? Te aplasta la responsabilidad”.
“Por eso —añade Del Caño, experta en seguridad alimentaria— el espacio más seguro para mí es Las que cuentan la ciencia porque ahí sí sé que me llaman por ser mujer, pero sin la presión de tener que demostrar más de lo que soy”.
Esta es una preocupación del sector, tanto como para que la Asociación Española de Comunicación Científica (AEC2) decidiera en 2018 no participar en ningún evento donde no haya paridad. ¿Por qué? “Porque creímos que así contribuiríamos al cambio social que necesita un sector muy masculinizado como es la divulgación”, responde Elena Lázaro, expresidenta de la AEC2 y coordinadora de la Unidad de Cultura Científica de la Universidad de Córdoba.
“Aparte de reivindicar una mayor visibilidad para las mujeres que hacen comunicación científica, creo que esta apuesta nos ayuda a mejorar en nuestras prácticas profesionales —añade Marcos Pérez, actual presidente de la asociación y, por si no se habían dado cuenta, cuota masculina de este artículo—. En periodismo, por ejemplo, evidenciando la necesidad de que más científicas participen como fuentes cualificadas. Y, en general, incorporando a la agenda pública temas y enfoques que hasta ahora quedaban ocultos por la lógica del masculino genérico”.
La AEC2 ha asumido que dejará de participar en foros no paritarios, aunque, señala Lázaro, “la mayoría de las veces los organizadores han cambiado programa. Digamos que les hemos puesto las gafas violetas”.
Marcos Pérez, que además de presidir la AEC2 es el director de los Museos Científicos coruñeses, donde también aplican el criterio de paridad, explica que “si llega —y todavía ocurre con alguna frecuencia— alguna propuesta que no cumple unos mínimos de paridad, lo comentamos con la organización y nos ofrecemos a proponer a personas que ayuden a equilibrar la presencia de hombres y mujeres. Y aunque no se haga desde la Junta Directiva, es una cuestión que va a surgir espontáneamente en los foros de la Asociación”.
A mí esto me llena de satisfacción porque no hace tanto tiempo que la frase “la paridad es una parida” resultaba jocosa en nuestro ámbito profesional. Por suerte, han pasado muchas cosas en la última década y ahora ese “jojojo” ya no resuena porque, como dice Pérez, “la gente que podía tener menos sensibilidad se da cuenta que la paridad es hoy una demanda social”.
La mala comprensión de las cuotas paritarias también genera tensiones dentro del mundo académico. A Conchi Lillo, neurobióloga de la visión en la Universidad de Salamanca, autora del libro ¡Abre los ojos! (Next Door Publishers, 2023), se le viralizó este tuit en 2020.
“Me pedían que formara parte de una comisión de evaluación para una plaza porque les habían tirado de las orejas al ver que el grupo estaba formado por solo hombres”, me explica Lillo. “Acepté, dejando claro que lo hacía porque estoy cualificada, y que sus formas habían sido ofensivas. Quien me escribió el mensaje vino a mi despacho para decirme que soy muy susceptible”.
Lo que le pasó a Lillo no es un caso aislado, sino que ha formado parte de la rutina de toda una generación de académicas. Hablo con una catedrática de universidad española que prefiere no dar su nombre. “Yo he vivido la época en la que todos los tribunales de tesis, titularidades y cátedras solo estaban formados por hombres, y cuando se sacaban plazas siempre las ocupaban varones. Al aprobarse planes de igualdad, las académicas nos alegramos, pero el problema para muchas de nosotras, en disciplinas con pocas mujeres, fue que al montar tribunales siempre nos llamaban por la cuota”.
Ahora me da igual porque soy mayor y tengo una trayectoria, pero fue una losa. Alguien me llegó a decir ‘en este tribunal hay que meter alguna mujer que le dé un poquito de color’, como si fuera una figurita de Lladró
Por un lado, esto implicaba una cantidad de trabajo extra difícilmente asumible y, por otro, “los compañeros lo verbalizaban así de claro, no me decían ‘queremos contar contigo porque tienes un currículo fantástico y eres una persona relevante en tu ámbito’, sino ‘te llamamos porque nos falta una mujer para este panel’. Ahora me da igual porque soy mayor y tengo una trayectoria, pero fue una losa. Alguien me llegó a decir ‘en este tribunal hay que meter alguna mujer que le dé un poquito de color’, como si fuera una figurita de Lladró”.
Cada vez que a una mujer se le comunica que ha sido elegida porque hay detrás una política de cuotas, se le está revelando que, de no ser por esas políticas, su mundo profesional seguiría siendo un club masculino. No olvidemos por qué las organizaciones se autoimponen normas paritarias. Porque, si no, seguirían la inercia de la norma no escrita que han adoptado toda la vida: la cuota masculina del 100%. Y después, además, a esa mujer se le exige que se sienta segura, que mire de frente y demuestre que puede hacerlo tan bien y con el mismo aplomo del hombre que habría recibido la oferta sin dudar que se lo merece. ¿No es un triple salto mortal con tirabuzón?
“Me parece sobre todo una falta de profesionalidad. Incorporar a alguien a un proyecto haciéndole saber que se hace por obligación me parece, cuando menos, poco inteligente —insiste Marcos Pérez—. Me temo que estamos en una fase un poco adolescente con este tema, y mientras no se normalice todavía vamos a vivir unas cuantas situaciones incómodas. Cuanto más se hable de ello antes se nos pasará”. Por su parte, la catedrática que ha pasado por diferentes fases de la universidad española cree que “afortunadamente, con el tiempo está todo más naturalizado y en las comisiones en las que participo ahora se tiene en cuenta la paridad de manera interiorizada”.
No las llamen “cuota”. No les hagan sentir que están ocupando un espacio que se les ha reservado por ser mujeres. Están ahí ocupando un espacio que les corresponde. Si necesitan este tipo de normas, díganse a sí mismos y díganles a ellas: “Claro que tenemos política de cuotas, es que, si no, se nos puede olvidar hacer las cosas bien, ampliar nuestra agenda e incorporar talento femenino”.