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Una clínica social en Grecia atiende a los pacientes que pierden la cobertura gratuita

Cinco personas esperan en recepción mientras los administrativos abren fichas y conciertan las próximas visitas. Ninguno de ellos tiene cobertura médica gratuita. En el sistema de salud pública de Grecia, a diferencia de España, uno pierde su cobertura cuando lleva más de un año en el paro. Por si no fuera suficiente con el drama del desempleo en el país, los principales sindicatos de médicos calculan que cerca de un millón y medio de personas no tienen actualmente acceso a los servicios del Sistema Nacional de Salud. Sin ningún tipo de seguro y a menudo sin los recursos económicos para pagarse una visita, medicamentos para un tratamiento o incluso una operación, algunos de estos ciudadanos se ven acorralados y su salud se ve amenazada.

Giorgos Vichas, un veterano cardiólogo del EOPYY - el mayor proveedor de servicios médicos públicos en Grecia-, se empezó a dar cuenta de ello. “Algunos de mis pacientes dejaron de visitarme porque habían perdido su cobertura y no podían pagarse las consultas o los medicamentos que yo les recetaba”, explica. Con la vocación sobre sus hombros decidió encontrar una manera de ayudarles así como a otras personas que también se habían quedado sin seguro. Así fue como le surgió la idea de montar una clínica social, donde él y otros profesionales del mundo sanitario trabajarían como voluntarios. Dos años después, esta idea es una realidad. La Clínica Social Metropolitana de Helliniko, ubicada en una antigua base militar americana en esta municipalidad, atiende una media de 70 personas al día. “La mayoría de ellos - afirma Vichas- son gente de clase media que hace un año tenían una vida muy digna pero que se quedaron sin trabajo”.

El doctor llama a uno de los cinco pacientes que esperan en la recepción de la clínica. Govostis Stamatis, camarero de profesión y desempleado desde hace cinco años, entra en la consulta. Padece diabetes y necesita tratamiento a diario así como realizar chequeos médicos de forma regular. “Sin la ayuda de la clínica ahora mismo estaría muerto” explica, tras recordar el día en que, “avergonzado, decidí acudir a la Clínica Social en Helliniko”. Sus niveles de azúcar estaban disparados, podían producirle un coma, y le derivaron urgentemente al hospital público Sotiria. Allí le trataron pero cuando la persona del departamento de finanzas apareció para preguntarle cómo iba a pagar por la medicación se sintió atrapado. “No tenía trabajo ni dinero y el doctor Vichas se involucró personalmente para solucionar la situación”, dice Govostis. En ocasiones son los mismos doctores y voluntarios quienes ejercen de mediadores entre los pacientes y las oficinas de gestión de finanzas de los hospitales. En casos extremos, han llegado a acompañar a sus pacientes a la farmacia y pagar de sus bolsillos los medicamentos.

El espacio donde ahora el doctor atiende a Govostis es propiedad del estado. Estaba “en venta” y se había especulado sobre la construcción de un casino, pero después de que Giorgos Vichas hablara con el alcalde de Helliniko, el futuro de la base ha sido otro. La clínica es hoy ampliamente conocida en el municipio y el ayuntamiento cubre los gastos de los distintos suministros de ésta. Por otro lado, el material, desde muebles hasta equipo técnico sanitario, lo han conseguido gracias a las donaciones de otros profesionales del sector privado que les han cedido tras jubilarse.

Por turnos y con un horario que se adapta a su disponibilidad, unos 230 voluntarios -90 de ellos personal médico- se han volcado a esta iniciativa. Cualquier ayuda es bien recibida, desde atención de llamadas, clasificación de medicamentos o gestión de la página web, hasta transporte de material. Uno de estos voluntarios, Eleni Gerakari, estudió económicas y en su tiempo libre acude a la clínica para ayudar con los servicios de comunicación y visitas de la prensa. Hablando un inglés perfecto explica como “el número de pacientes se ha incrementado de forma dramática en los últimos meses, por este motivo también se han multiplicado el número de donaciones y han llegado aún más voluntarios”.

Otro de ellos, Panos Papadopoulos, se encarga de gestionar los fármacos que les llegan. Se asegura que no estén caducados, los clasifica y los borra de la lista que desde la web van actualizando sobre el material que necesitan. “La sala donde guardamos los medicamentos es el orgullo de nuestra clínica, al principio tan solo contábamos con un armario, y ahora, la habitación está llena”, dice Panos. Mientras, Eleni observa con satisfacción cómo llega una nueva tanda de medicamentos dentro de bolsas de plástico, en las que sobretodo hay productos alimenticios para bebés. “Proveemos ayuda a recién nacidos de cien familias. Se ha llegado a dar el caso en que un hospital público se quedara con un recién nacido hasta que la madre que dio a luz les proveyera con el dinero”, comenta Eleni mientras las bolsas se van acumulando en el suelo.

Estos casos no han pasado desapercibidos por el Consejo de Europa, que ha dado la voz de alarma sobre los peligros de la austeridad, especialmente cuando el derecho al acceso a la salud pública está de por medio. En el informe hacen referencia a una “crisis sanitaria y hasta humanitaria que afecta cada vez a más gente, principalmente desempleados, inmigrantes, refugiados, mujeres y niños” y remarcan la situación “especialmente preocupante de las mujeres embarazadas que no tienen cobertura médica y no pueden afrontar los gastos de entre 800 y 1200 euros que reclaman los hospitales tras dar a luz.”

El ritmo no cesa en la clínica. Si bien todos están contentos con el trabajo que han hecho y hacen cada día, confían en que la clínica no exista para siempre. “Esperemos que este centro no sea un proyecto a largo plazo, que no sea un sistema de salud paralelo”, dice el doctor Vichas. Ahora en la sala de espera sólo quedan cuatro personas, desde la consulta del dentista llaman al paciente siguiente.