Las personas sin hogar reclaman ser visibles: “No nos iremos sin compromiso político, no tenemos dónde ir”
Joaquina lleva desde el 16 de abril viviendo en una tienda Quechua frente al Ministerio de Sanidad, en Madrid. Está con su marido, que sufre una cardiopatía, y con su hijo, Alejandro, que tiene Síndrome de Asperger y un 45% de discapacidad reconocida. Los tres llevan un año viviendo en la calle tras quedarse ambos sin trabajo, en el barrio de la Ventilla. Pero frente al Ministerio están acompañados de unas 30 ó 40 personas (“la gente va y viene y cada día llega alguien nuevo”) junto a las que piden “una vivienda, la necesitamos. Nos sirve incluso una para compartir entre todos, aunque esté vieja: nosotras la pintamos y la arreglamos”.
Manuel, de 29 años, lleva desde diciembre sin hogar por una deuda, es el “hijo adoptivo” de Joaquina y avisa de que “de aquí no nos vamos a ir hasta que tengamos un compromiso político firmado de alguien. No nos valen promesas. ¿Qué van a hacer, echarnos? Si no tenemos dónde ir, no tenemos casa, y llega el verano. Nos iremos al césped de más allá. Aquí al menos estamos calientes y unidos. No les interesa otro 15M, que vengan más gente”.
“Para el mundo somos invisibles”, lamenta Joaquina. En España, según la Fundación Rais –que no tiene que ver con la organización de la acampada–, hay 31.000 personas sin hogar. José Manuel Caballol, director general de la organizacón, explica que la principal traba para cuantificar la magnitud de lo que él pide llamar “fenómeno estructural, no pensarlos como personas individuales que han tomado malas decisiones” es que “no hay datos. No sabemos cuándo hay más y menos”.
Ellos citan la Estrategia Nacional Integral para Personas Sin Hogar, aprobada en 2015 y que marca unos objetivos para 2020 en materia de prevención, sensibilización, seguridad y reparación. Las cifras que recoge, las más oficiales, hablan de 23.000 personas sin hogar en centros más 8.000 que no están institucionalizadas. No están actualizados ni son muy claros: “¿A quién consideras sin hogar? ¿a alguien que duerme en la calle un día, un mes, un año…? ¿cómo se les localiza? ¿cómo les hacemos un seguimiento? Es muy complicado, aunque en pleno siglo XXI y en Europa, cosas más difíciles hacemos. Se necesita voluntad”, reflexiona Caballol.
Además de la importancia de recabar los números, desde Rais presionan para políticas públicas que pongan en el centro la vivienda,“con medidas específicas que sigan la metodología de housing first, la vivienda como derecho humano y con un apoyo flexible. En Finlandia así se ha conseguido sacar a alrededor del 35% de las personas que estaban en la calle”.
“Ser pobre te imposibilita dejar de serlo”
Manuel, que hizo la carrera militar y tiene un hijo de cuatro años que vive con su madre, ha pasado por albergues en los que “tenía que estar a las 8 de la tarde, si encuentro un trabajo lo tengo que adaptar a ese horario”. Dormir en la calle y un empleo no es una opción realista: “Me ha salido trabajo estos días, pero no puedo ir, volver aquí a dormir, y luego trabajar al día siguiente. El cuerpo no lo aguanta, es imposible”.
Lo que Manuel describe en primera persona es a lo que Caballol se refiere como que “el ser pobre te imposibilita dejar se serlo. Vives con normas de las instituciones, tienes citas con los trabajadores… es muy difícil coger otra dinámica. Y hay un asunto fundamental: para estar bien y tener dignidad todos necesitamos un espacio de seguridad, descanso e intimidad. Eso se llama casa”.
Caballol también cree que los albergues, “que los hay de muchos tipos y unos funcionan mejor y otros peor” no son los que dan la solución: “Son instituciones colectivas, y nunca hemos sido capaces de solucionar un problema social en base a ellos:: ni las ‘granjas’ libres de droga de los 80, ni los manicomios, ni las inclusas para huérfanos”.
Los centros, sigue, “pueden aspirar a gestionar el problema, pero no lo solucionan. Más allá de que sean edificios más o menos modernos, de que haya habitaciones dobles o incluso individuales, y buenos trabajadores. Las personas nos integramos cuando vivimos en comunidad, cuando tenemos nuestro centro de salud, nuestra biblioteca y nuestros vecinos. Cuando tenemos autonomía”.
“Estar en la calle mucho tiempo te vuelve loco”
La segunda mujer fija en la acampada frente al Ministerio es Yaumara. Es de La Habana (Cuba), pero lleva 17 años en España, desde 2010 con problemas intermitentes de alquiler: “Me han echado de algún piso, de otro me robaron, perdí el trabajo…”. Era profesora de baile y ahora lleva desde verano sin trabajar tras varios años cuidando ancianos. Hace un par de semanas le agredieron, hace unos años fue a juicio porque un hombre le dio una paliza cuando ella le llamó la atención por mirarle mientras se cambiaba de ropa. Para una mujer sola y racializada es aún más difícil estar en la calle, cree: “En España hay mucho racismo, más desde que ha surgido Vox. Siempre ha habido quien me mandaba a mi país, pero ahora la gente se atreve mucho más”.
José Manuel Caballol explica que no hay un perfil claro de personas que acaban sin hogar, tanto por la falta de datos también en ese sentido como porque “las circunstancias son múltiples, es lo que hay que entender. Una pensión no contributiva para alguien que está enfermo en este país son 400 euros, ¿dónde vives en Madrid así?”. Tampoco sobre adicciones o salud mental: “Responde mucho menos de lo que dicen los estereotipos. Llevo 20 años en esto y no puedo asegurar si el alcoholismo o los problemas psicológicos son causa o consecuencia de la calle. Estar en la calle mucho tiempo te vuelve loco”.
Sí se repite como patrón un alrededor de 80% hombres y 20% mujeres, “y eso solo quiere decir que ellas sufren otro tipo de discriminación, y que hay mucho sinhogarismo oculto. ¿Las mujeres que ejercen la prostitución de manera ilegal tienen alojamiento estable? ¿las internas a las que despiden cuando se ponen enfermas? También que hay más protección en el ámbito residencial a los niños, que ellas en ocasiones reciben como madres”.
Ellas están expuestas de manera mucho más brutal a las agresiones sexuales, “con datos terroríficos”. En la acampada frente al Ministerio, una pancarta –que pintaron el primer día entre los primeros participantes– denuncia una muerte de una persona sin hogar en España cada 20 días. “Es algo así, sí”, confirma Caballol, “aunque de nuevo no hay datos. Nosotros desagregamos de un estudio del Centro de Acogida Assis de Barcelona esa frecuencia, basada en noticias que aparecían en prensa sobre asesinatos. Hay muertes por otras causas: deshidratación, falta de atención médica o soledad, que te pase algo y nadie pueda avisar”.
Yaumara no puede votar el 28A porque todavía no tiene papeles. Joaquina, su hijo Alejandro y Manuel se van a abstener: “Por aquí no ha venido nadie. Ningún político de ningún partido se ha interesado ni se ha acercado por aquí”. En Rais hicieron una comparativa de programas electorales para el 28A sobre quién promovía aspectos como la regulación del mercado del alquiler o políticas para erradicar la infravivienda: “Esta legislatura nos reunimos con Pedro Sánchez en la Moncloa y una serie de medidas estaban incluidas en los Presupuestos. Ningún partido hace lo suficiente pero desde luego, hemos incidido”.
Frente al Ministerio de Sanidad, Joaquina, que se define como “la madre de todos”, guarda una tienda de campaña a “cualquier político que se quiera acercar. Y si la ocupan, yo le presto la mía y me voy a otra”. Las tiendas, al menos dos docenas, las consiguieron en Decathlon porque se las regalaron clientes. Mientras atiende a la prensa, un señor le da en mano una manta: “Me han traído muchas porque me han visto por la tele diciendo que nos hacen falta. La gente de Madrid, sencilla, los que menos tienen, sí nos cuida. Aquí puede venir quien quiera, a ayudar o a unirse si no tienen casa. Que se vea que hay gente, que no somos invisibles”.