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La violencia contra las personas LGTBI que destapó el crimen de Samuel: “Me dolieron más los escupitajos que la pedrada”

Abraham Mesa y Ana Murillo, en el madrileño barrio de Lavapiés

Marta Borraz

10 de julio de 2021 10:17 h

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Ha sido una conmoción, un detonante, una catarsis colectiva. Aún no ha acabado la investigación de la paliza mortal que acabó con la vida de Samuel Luiz en A Coruña, pero el crimen ya ha hecho romper el silencio en la comunidad LGTBI sobre la violencia cotidiana que aún vive frente a la idea generalizada de que es cosa del pasado. En una especie de 'MeToo' de la LGTBIfobia son muchos los testimonios que estos días salen a la luz. Historias que hablan de insultos, de miradas, de agresiones, de ocultar la 'pluma', desenredar las manos, cambiar de acera o estar alerta, y que tienen ecos en aquellos primeros “maricón” o “marimacho” de la infancia, cuando aprendieron, sin saber lo que significaba, que ser así, como eran, suponía un castigo.

Maribel Torregrosa (63), Ana Murillo (44), Abraham Mesa (33) y Ander Prol (28) casi no piensan en otra cosa estos días. El caso de Samuel ha revuelto y conmovido al colectivo. Tras el caso y ante la acumulación de agresiones homófobas de las últimas semanas, comparten esa sensación de alerta la calle, pero no es nueva. Los cuatro acumulan experiencias que de alguna forma condicionan su manera de estar en el espacio público. A Maribel, mujer trans, la agredieron hace cinco años en Madrid al grito de “tú eres un maricón”; el mismo insulto, repetido varias veces, le lanzaron a Abraham cuando caminaba solo vestido con un abrigo rosa; a Ana le siguen dando “pánico” los grupos de chicos en la calle “por mujer y por bollera” y Ander fue atacado con una piedra en su pueblo.

“La homofobia es real, tu estás viendo que hay agresiones y piensas que te puede pasar a ti”, dice Abraham. Cuenta que en los últimos años ha “exacerbado” su 'pluma'; de vez en cuando sale con las uñas pintadas, se maquilla o viste con falda. Por eso son “bastante constantes” las miradas, que haya personas que se den la vuelta o que le señalen a su paso. “Yo me he ido empoderando también al mismo tiempo, pero es verdad que tu vulnerabilidad aumenta. Si salgo de mi barrio me cuido de ponerme determinada ropa. Mi pluma es mi forma de permitirme ser y existir, le doy rienda suelta a algo que he escondido mucho tiempo, pero es penalizado porque se sale de la norma”, cree.

Ander también explica algo similar. Modificar la forma de estar por la calle o en determinados espacios no es algo ajeno para la mayor parte de personas LGTBI. Depende, eso sí, del contexto y el lugar en el que esté, señala este joven de Ermua (Bizkaia). “No es lo mismo cuando estoy con mis amigos en mi bar de referencia que cuando no. Considero mi pueblo un entorno seguro en general, pero igual si de repente estoy solo, es de noche y tengo que pasar por el medio de un grupo de tíos, el cuerpo cambia. Te pones más recto, sacas pecho, gesticulas menos o intentas andar de una forma que se perciba más masculina”. Es muy común que este ocultamiento ocurra en lugares desconocidos, que se escapan del control.

El joven ha contado en el blog 1 de cada 10 la agresión que sufrió cuando tenía 18 años. Iba en el tren hablando con dos conocidas, cuando un chico entró al vagón con una piedra en las manos. Con frases intimidatorias le dijo: “Tranquilo que esta piedra no es para ti, es para otro maricón, porque tú eres maricón ¿verdad? ¿Te gusta comer pollas? ¿Te gusta que te den por culo?”. Ander se quedó “congelado, sin saber qué hacer” hasta que llegó su parada y las chicas le tiraron del brazo para que bajaran. Antes de que el tren abandonara la estación, la piedra salió disparada “y sí que fue para este maricón”, cuenta, seguida de escupitajos. “Para mí fue mucho más doloroso esto que la pedrada, tiene como un componente de humillación muy grande”.

La punta del iceberg

Ander no denunció, no quería “de ninguna de las maneras” que se enteraran sus padres “por el sufrimiento que podía causar en ellos”. Sí lo hizo Maribel, que en 2016 atendió a unos chicos que le pidieron tabaco en la madrileña plaza de Lavapiés y al abrir el bolso, tras insultarla, le propinaron varios golpes que la dejaron inconsciente. Según un reciente sondeo de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales (FRA), solo un 16% de las víctimas en España de algún ataque físico o sexual por motivo de su orientación sexual o identidad de género dan traslado del mismo. Entre las causas, la desconfianza en las instituciones, la vergüenza o el miedo a exponer quiénes son si aún no han salido del armario en su entorno.

Con todo, al igual que sucede con la violencia machista, la homofobia, bifobia y transfobia tiene su expresión más brutal en las agresiones físicas, pero hay otras violencias y discriminaciones cotidianas que las sustentan. Ana Murillo, cofundadora de Mary Read, una nueva librería LGTBQ+ transfeminista que acaba de abrir sus puertas en Madrid, se refiere a un miedo “muy interiorizado desde la adolescencia” y que aún brota cuando se acerca a un baño o vestuario público: “Sigo entrando como lo hacía entonces, mirando al suelo, intentando adoptar conductas que no me hagan sospechosa de nada, porque también me han dicho allí: 'eres un señor, no puedes estar aquí'. Miradas y cuchicheos me han hecho saber que no soy bienvenida”.

Una parte de lo que relatan las entrevistadas resuena en los testimonios de mujeres sobre el miedo ante las agresiones, miradas, comentarios o tocamientos, algo que también ha salido a la luz en los últimos años. Sobre el colectivo LGTBI, Ana ha pensado mucho estos días “en lo interiorizado que tenemos que en cualquier momento podemos ser objeto de violencias”, lo que hace que “vivamos en un estado constante de alerta”, explica. Ocurre, a su juicio, en casi cualquier ámbito, también en los puestos de trabajo, los centros educativos o los entornos familiares. “El cuerpo y la mente siempre en alerta, por si tienes que responder, si te tienes que callar, echar a correr...”. A ella le ha pasado estando sola, pero también con otra chica. Y eso es algo que temen muchas personas LGTBI: según revela la encuesta de la FRA, la mitad de quienes tienen pareja evita en algún momento darse la mano en público por miedo.

Una de las primeras cosas que nombra Maribel son las miradas. “Repercute mucho en la autoestima, en no sentirte segura y tranquila en la calle, de forma que se convierte a veces en un enemigo para ti”, cuenta. Y diferencia la intención de esas miradas dependiendo “del grado de passing de la persona” – se nombra así cuando una persona es trans, pero no se le nota–. Maribel explica que para algunas mujeres trans ante las que nadie se plantea que lo son “estas miradas tienen que ver más con el machismo”, pero “en mi caso, que soy muy visible, no; a mí no me miran con deseo, me miran con asco. En general, no solo hombres, también mujeres que expresan rechazo con sus gestos”.

El insulto como “disciplina”

Si algo ha retumbado también estos días entre las personas LGTBI han sido los insultos con los que las amigas de Samuel Luiz aseguran que fue agredido. “Para de grabarnos si no quieres que te mate, maricón”, han contado que le dijeron. Al joven de 24 años solo le dio tiempo a decir “maricón de qué”. Es un insulto que ha marcado la vida de muchos chicos gays o bisexuales. Y también el de “bollera” o “marimacho” la de muchas chicas. “La primera vez que me insultaron llamándomelo era una cría. Ahí ya te das cuenta de que estás en peligro. Luego han llegado otros: lesbiana hija de puta, qué asco das, lo que te hace falta es una buena polla...Los insultos son usados como disciplina”, asegura Ana.

Porque en ese momento, el de los primeros insultos, casi nadie se ha planteado lo que es. No se lo llaman por qué sexo les atrae, sino por lo que son. Con Abraham se metían en el colegio por estar siempre con chicas ya desde muy pequeño, y al ir creciendo, el “maricón” se fue generalizando. “No sabíamos lo que significaba la primera vez que nos lo dijeron, pero ya sabes que hay algo mal, que igual has corrido de una manera que no es la típica de un hombre, gesticulas demasiado con las manos... Años más tarde te das cuenta de que todo eso es lo que autocensuras, ocultas quién eres de verdad porque el armario no es solo 'me gustan los chicos y se lo cuento a mis amigas y familia'. El armario es diario”, reflexiona Ander, que ha perdido la cuenta de las veces que se lo han llamado, sobre todo, en ambientes festivos.

Todos, sin embargo, se resisten a quedarse en el miedo o el ocultamiento. Saben bien lo que es negarse a ser. El precio de la visibilidad no es bajo, pero es el de esconderse es muy alto. Lo explica Maribel: “Cuando salgo a la calle pongo y expongo mi cuerpo, me trago los temores y la inseguridad y las pequeñas muestras de odio cotidiano porque en el fondo hay algo de orgullo dentro por el hecho de ser visible. No hacerlo acabaría con mi ser”. La mujer se resiste incluso a llamar “miedo” a lo que siente. Prefiere, dice, calificarlo de “temor” o “precaución”; porque considerarlo miedo “me encerraría en casa”. Coincide Abraham, que intenta “huir del miedo” y transformarlo en “movilización”, algo que cree que “se hizo palpable” en la oleada de protestas por el crimen de Samuel.

Las movilizaciones han servido para unir a miles de personas contra la LGTBIfobia, en un momento en el que se da a nivel global una ofensiva antiderechos, pero también mayor visibilidad del colectivo LGTBI que nunca. Para avanzar, todas las voces consultadas coinciden en lo mismo: pedagogía en los centros educativos y que la comunidad LGTBI se una. “No vamos a volver a los armarios, no vamos a callarnos ni a escondernos”, zanja Ana.

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