Gripe tardía, más sarampión, un brote inusual de viruela del mono fuera de África, un aumento de hepatitis graves en niños de origen desconocido en Reino Unido, un caso de polio en Mozambique tras tres décadas... Los virus están de vuelta tras una pandemia mundial que ha alterado el equilibrio de los patógenos. ¿Se están comportando diferente o hemos cambiado nosotros? ¿Hay más o les prestamos más atención? ¿Es esperable un nuevo equilibrio postpandémico?
Un poco de todo. La situación, dicen los expertos, responde a una suma de fenómenos de “corto recorrido”, como la COVID-19, y otros de más largo, como el cambio climático, la globalización o la deforestación que “ofrecen más oportunidades a los virus para prosperar”, explica Miguel Ángel Jiménez Clavero, doctor en Biología e investigador del Centro de Investigación en Sanidad Animal del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA). “Que los virus cambien y aparezcan nuevos es normal. Que puedan prosperar mejor –agrega– eso es lo que estamos observando más”.
“Los patógenos se comportan como siempre. Los que probablemente hemos cambiado somos nosotros”, sostiene Rafael Toledo, catedrático en Parasitología de la Universidad de Valencia. Por un lado porque las medidas “artificiales” de los dos últimos años, como el confinamiento y la limitación del tránsito de viajeros entre países, han evitado la transmisión de todo tipo de patógenos: la biocenosis se ha alterado y debe reestablecerse.
Esto se ha notado sobre todo en los virus respiratorios, los que se transmiten de la misma manera que el coronavirus. La gripe es el ejemplo más paradigmático de cómo la pandemia ha mareado a los patógenos estacionales. Tras dos años apaciguada por un virus dominante –el SARS-CoV-2, que le hacía la competencia– ha reaparecido casi en primavera, atípicamente, cuando la temporada debía estar terminando.
La atención médica se ha centrado en los pacientes con coronavirus y eso “la ha discontinuado para otras patologías, que se han desatendido”, suma Jiménez Clavero. No solo las consultas con el especialista, las operaciones o la Atención Primaria, que están en los peores picos de listas de espera. También las campañas de vacunación ordinarias. “No se pueden descuidar porque tiene consecuencias”, advierte María del Mar Tomás, microbióloga del hospital de A Coruña y portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC).
En los dos primeros meses de 2022 se han notificado un 79% más de casos de sarampión en el mundo que un año anterior, según la OMS
En los dos primeros meses de 2022 se han notificado un 79% más de casos de sarampión en el mundo que un año anterior, según han informado la Organización Mundial de la Salud y Unicef, que vinculan este incremento en los brotes con una reducción en los niveles de vacunación en países con sistemas sanitarios débiles que han tenido que desviar todos los recursos a tratar el coronavirus. Los organismos internacionales temen que el ascenso de esta enfermedad “pueda ser un aviso de brotes de otras patologías que no se propagan tan rápidamente” en un contexto de relajación del distanciamiento social y, a la vez, de desplazamientos forzados de personas por la guerra de Ucrania y otros conflictos en el mundo. También en Etiopía, Somalia o Afganistán, cita la OMS.
La capacidad de los países para vigilar las enfermedades infecciosas es otra de las claves. Tras muchos años olvidadas, la pandemia ha demostrado que estas estructuras de salud pública, habitualmente ninguneadas e infradotadas, son fundamentales para prevenir nuevas pandemias y tener a raya a los patógenos que circulan habitualmente por el mundo. Estamos rodeados de virus.
La viruela del mono es un ejemplo de cómo funciona y para qué sirve una alerta internacional: Reino Unido detectó una serie de casos y lanzó el aviso. En pocos días muchos países se pusieron a buscar si lo que habían estado viendo y quizá no habían identificado –porque la viruela es una enfermedad erradicada y la del mono es endémica solo en África– podía corresponder con esta infección. La OMS sospecha, por la expansión geográfica tan amplia, que los casos pasaron por debajo del radar de los sistemas de vigilancia y el virus lleva un tiempo circulando fuera del continente africano. El riesgo para la salud pública es “moderado” aunque podría ser elevado si el virus aprovecha para establecerse como patógeno humano.
Ahora estamos hipersensibilizados ante cualquier información que nos alerte. Es un efecto de la pandemia y puede estar dándonos una impresión que no es correcta de que parece que está pasando algo más allá de los cambios normales
“Con el tiempo lo veremos, pero me inclino a pensar que ha sido un accidente y ya está”, señala Toledo. “Esto demuestra por qué es tan importante mantener buenos sistemas de vigilancia. ¿La pandemia ha podido ayudar a que el brote este sea inusualmente grande? A lo mejor, aunque ya este virus había hecho incursiones fuera de su nicho ecológico en los últimos años”, indica Jiménez Clavero, que considera que, de no haber pasado la sociedad mundial por una pandemia como esta, la preocupación por los virus sería mucho menor. “La misma viruela del mono habría pasado mucho más desapercibida. Ahora estamos hipersensibilizados ante cualquier información que nos alerte. Es un efecto de la pandemia y puede estar dándonos una impresión que no es correcta de que parece que está pasando algo más allá de los cambios normales”.
La percepción puede engañarnos
Opinan lo mismo Rafael Toledo y María del Mar Tomás. “Que haya alertas sanitaria es perfectamente normal, pero estamos en un entorno muy sensible donde la COVID-19 se ha convertido en referencia y enseguida la población se alarma y piensa que estamos empezando de nuevo”, asegura el catedrático de Parasitología. “Hay y habrá alertas, pero eso no significa que sean alarmas. Tenemos que estar tranquilos siempre que haya medidas de prevención, tratamiento y detección, siempre lo más homogéneos posibles”, agrega la microbióloga.
Ahora bien, ¿somos más susceptibles a enfermar por haber tenido menos contacto con determinados patógenos con las medidas de prevención de la COVID? No está claro. “Es una posibilidad, que tengamos una mayor susceptibilidad frente a determinados patógenos después de estar dos años sin contactar con ellos. Al final no desaparecen, siempre quedan reservorios”, afirma Toledo.
Este debate se ha planteado a raíz de las hepatitis graves en niños con origen desconocido. Según los últimos datos de la OMS, se han notificado 650 casos en 33 países pero los epidemiólogos no dan con un vínculo entre ellos. Nueve niños han fallecido desde abril, cuando saltó la alerta internacional por una acumulación de diagnósticos en Reino Unido, y 38 necesitaron un trasplante.
Las hepatitis en niños sin un motivo claro han existido siempre, lo excepcional de estos casos es que sean tan graves. La hipótesis más plausible para explicar estos cuadros es el adenovirus, un virus que causa cuadros gastrointestinales leves, asociado a un coronavirus o a otro factor no identificado. “Los niños pequeños han estado menos expuestos por las restricciones a virus que circulaban más frecuentemente antes”, aseguraba hace unas semanas a elDiario.es la hepatóloga María Buti.
Intentar explicar una “explosión de patógenos en variedad e intensidad” es “complicado con un solo factor” y los expertos consultados se muestran escépticos con que se esté produciendo algo así. Las sensaciones, advierten, nos pueden engañar. “Salvo puntuales situaciones, casi todo puede ser esperable”, concluye Toledo.