Un desmayo de emoción y muerte prematura: la vida del padre de los jeroglíficos egipcios

El 4 de marzo de 1832 moría con tan solo 41 años, Jean-François Champollion, el erudito que había sido considerado el padre de los jeroglíficos egipcios al ser el primero en descifrar este lenguaje gracias al estudio de la Piedra Rosetta, el descubrimiento que cambió el rumbo del conocimiento sobre el Antiguo Egipto y que había tenido lugar de forma casual en la campaña militar de Napoleón en el país a finales del siglo XVIII.
La muerte prematura de este historiador francés por un ataque al corazón hizo que su carrera no evolucionara a más, aunque sí que pudo cumplir el deseo de viajar a Egipto, pero su legado en el desciframiento de los jeroglíficos dejaría huella y ha llegado a nuestros días como uno de los responsables de dar palabra al Antiguo Egipto.
Una complicada educación y un amor familiar por la historia antigua
Jean-François Champollion nació el 23 de diciembre de 1790 en Figeac, Francia, hijo de un librero ambulante. A pesar de la profesión de su padre, el haber nacido en plena Revolución Francesa hizo que no tuviera una educación formal al haber cerrado los colegios religiosos, y fue enseñado por su hermano mayor, que lo cuidaba mientras su madre estaba enferma y su padre estaba ausente por trabajo.
Su hermano, autodidacta y apasionado de la historia antigua, le inculcó el amor por el estudio de esta época, y desde un principio demostró tener un don para la lingüística. Esto le hizo proponerse ser la persona que podría descifrar la misteriosa escritura egipcia, y eso era en parte porque pensaba tener claro lo que era la clave para conseguirlo tras estudiar diferentes textos griegos.
La piedra Rosetta, clave en descifrar el jeroglífico egipcio
Hasta entonces, se creía que los jeroglíficos que acompañaban las tumbas de los faraones egipcios eran pictogramas, que no correspondían a palabras, sino a ideas o conceptos. Todo cambiaría con el descubrimiento de la piedra de Rosetta, en 1799, por los soldados del ejército de Napoleón, a orillas del río Nilo.
La piedra, que recibió este nombre al ser descubierta en la localidad de Rosetta, era un decreto promulgado por Ptolomeo V en el año 196 a.C y estaba dividido en tres registros, uno de ellos en jeroglífico y demótico y otro en griego, que sí era entonces un idioma conocido por los historiadores de la época.
Esto hizo que despertara interés de varios eruditos, y entre ellos se coló Jean-François Champollion, que consideró que podría lograr descifrarlo tras haber logrado ya descubrir algunos nombres de textos de época tardía. En 1821, el francés comenzó el estudio de la piedra Rosetta, y una larga correspondencia con el británico Thomas Young, que pasó de amigo y ayudarle a avanzar a ser uno de sus mayores rivales.
Champollion y su desmayo de emooción
En septiembre de 1822 es cuando tuvo lugar su gran descubrimiento. Jean-François Champollion había logrado un gran avance al ver que los nombres propios se enmarcaban en un “cartucho”, lo que hizo que hallara el nombramiento de faraones Ramsés o Tutmosis en la piedra de Rosetta. De ahí, arrancaría para que se diera el descifre completo.
Tanto fue el impacto que tuvo en el erudito francés que salió corriendo de su oficina hasta el Instituto de Francia, donde trabajaba su hermano, para ir a gritar un “¡Lo tengo!” y desmayarse antes de poderle contar su descubrimiento, que presentaría pocos días después de forma pública. Y de ahí, Champollion llegó a la conclusión de describir los jeroglíficos egipcios como una escritura pictórica, simbólica y fonética al mismo tiempo, y que cambiaría los estudios posteriores de esta civilización antigua.
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