No es optimista sobre el futuro aunque reconoce que el ser humano es el único que puede salvarse a sí mismo. Para Amber Case (1987, Portland-EEUU) no hay vuelta atrás: “La revolución de los robots ha ganado”, dice en un momento de la entrevista cuando se le recuerdan alguna de las lapidarias frases de Elon Musk acerca del apocalipsis robot que vendrá y extinguirá a los humanos.
Case está licenciada en Sociología y especializada en ciberantropología. También es una de las máximas exponentes de las calm technologies (tecnologías tranquilas). A primera vista puede parecer un concepto difícil, casi inventado, pero nada más lejos de la realidad: “Dejando a un lado los problemas, la idea es que todos somos cíborgs”, dice sin dudar. La corriente en la que se enmarca la estadounidense estudia “las relaciones entre humanos y tecnología y cómo serán los efectos de esa tecnología”.
La ciberantropóloga está en Madrid porque es la portada del último número de TELOS, la revista bianual que edita la Fundación Telefónica. Está acostumbrada a la promoción, pero no tanto: “Solo una más”, dice cerrando los ojos. Se refiere a la última entrevista que concederá el martes por la tarde; después dará una ponencia en el mismo edificio de la Gran Vía madrileña y finalmente, el descanso.
Quizá la primera idea que viene a la cabeza al oír la palabra “cíborg” sea la de un ente mitad máquina mitad humano programado para cumplir una misión. Case no desecha la idea aunque la configura a su manera: “Nosotros somos cíborgs con unas normas sociales, que tienen teléfonos móviles y están disponibles casi siempre”, dice. “No tienes que ser Terminator o Robocop para ser un cíborg ni tener ninguna pieza de tecnología en tu cuerpo”.
Los cíborgs y los implantes
El cíborg británico Neil Harbisson lleva una antena implantada en su cabeza para escuchar los colores. Se la instaló en 2003, como parte de un proyecto conjunto con un estudiante del Darlington College of Arts. “Sí, pero igualmente creo que es mejor llevar un brazalete que te puedas poner y quitar”, dice Case. La socióloga pone el ejemplo de los chips que se implantan bajo la piel con el pretexto de convertirse en poco menos que identificadores personales. “Puede que un día vayas a un sitio al que hace frío y tu cuerpo no reaccione muy bien y lo rechace”, continúa.
Solo cree en la utilidad de implantarse algo en el cuerpo de forma permanente en el caso de que la persona esté enferma: “No sé, quizá un audífono o la bomba de insulina adecuada... Pero si estás usando algo tan inestable en algo que es tan estable (un cuerpo humano puede durar hasta 80 años), más te vale no necesitar actualizaciones”. Y al final no se trata de actualizar, sino de mantener. “¿Acaso vas a tener que estar instalando y desinstalando un marcapasos cada cinco años?”, pregunta entre risas.
Sobre el futuro de los robots
Case comparte con Elon Musk su afición a hablar sobre el futuro e imaginar cómo serán las relaciones entre humanos y máquinas para entonces. Sin embargo, ella no es optimista aunque guarda ciertas reservas: “Los humanos se usan los unos a los otros. Se domestican unos a otros. Y ahora están usando la tecnología para domesticar a más humanos a través de Facebook”, dice Case, lacónica.
Cavamos nuestra propia tumba y como un círculo vicioso caemos una y otra vez en la trampa: “Las redes sociales creando el contenido con el que los anunciantes trabajan, así que ya está. La revolución de los robots ha ganado”, afirma Case sin titubeos. Termina la frase y sus ojos brillan un poco, debe de notar cierto recelo en la mirada del periodista, por lo que se apresura a añadir que “los robots no ganan si no estamos vivos, así que tenemos que seguir vivos para alimentarlos, mantenerlos y construirlos”.
Los recursos y las máquinas
¿Hablamos entonces de crear una declaración de derechos humanos robótica? “No, los DDHH son para los humanos”, dice Case, que ofrece una explicación simple pero consecuente acerca de por qué necesitamos robots: “Necesitamos centrarnos en la calidad de vida de la gente y tenemos menos niños de los que tuvimos en la generación anterior”.
A diferencia de lo que podría parecer, la ciberantropóloga no aboga por “automatizar todo”, algo con lo que “perderíamos el propósito de la sociedad”. Y habla sobre esos futuros que a veces aparecen en las películas donde todo es clónico: “Si todo el mundo en nuestra cultura parece igual, hace lo mismo, y consume los mismos productos, entonces, ¿qué nos queda? La siguiente revolución será humana. Ya hemos vivido la revolución de los robots, fue la misma revolución industrial que hizo que las máquinas se hicieran cargo de todo”, dice Case.
Tampoco duda en seguir dando tirones de las orejas a los seres humanos: “Tenemos que darnos cuenta de que los ecosistemas son algo a lo que nos enfrentamos y que si trabajamos con ellos es más fácil. Si no lo hacemos, usaremos demasiados recursos humanos y no podremos producir la próxima generación de teléfonos o coches. En el futuro será rentable ser ecológicamente inteligente”.
El futuro del ser humano
¿Inteligente como un robot autónomo? “Los pilotos que controlan esos drones en remoto usan la información acumulada por un algoritmo o por otra persona. Para ellos, nosotros también somos robots”, explica Case.
Pero la ciberantropóloga confía en los humanos, de quienes dice “son muy buenos tratando de salvarse de los desastres. Tenemos que tener esperanza y una mentalidad positiva, a pesar de que nos encante todo este rollo post-apocalíptico. Sería precioso seguir vivos más de 40 años”, continúa.
En ese futuro en el que los robots ocupen los trabajos de fuerza manual (en EEUU se conocen como “de cuello azul”), aparece una idea ya explorada con anterioridad por el recientemente fallecido Zygmunt Bauman o el pensador Rutger Bregman, la renta básica universal. “Cómo devolvernos nuestro tiempo, esa es la gran pregunta. Cómo podemos trabajar menos y tener más calidad de vida. Pienso que deberíamos trabajar menos días, porque cada pequeño momento cuenta”, dice Case. A mayor número de robots, más tiempo para los humanos.
“No sé si eso [la renta básica universal] llegará a ocurrir. Los robots están en todo, no son simplemente ovejitas como los humanos, son manifestaciones de código. Ahora mismo ellos tienen tus datos, tu localización [GPS] depende de ellos. Los robots son los que se aseguran que el like de tu amigo se convierta en contenido patrocinado”, dice Case.
Para terminar, la ciberantropóloga explica que en el futuro serán los humanos quienes tengan que velar por seguir manteniendo sus derechos frente a las grandes multinacionales. “Tenemos que protegernos de nosotros mismos, no de los robots que vienen, sino de otros humanos. No se trata de la amenaza de las máquinas, sino de la amenaza de las personas usando programas para forzarnos a comportarnos de una determinada manera o a obtener nuestros datos sin nuestro consentimiento”, sentencia Case.