Hay personas que cuando escuchan hablar de 'la nube' piensan en el cielo. En parte por la metáfora que este concepto de marketing hace de la infraestructura que sostiene Internet, pero también por la parte satelital que interviene en esta red de telecomunicaciones. La realidad es que solo un 1% del tráfico de Internet sube a las capas más altas de la atmósfera. El otro 99% va por cables, enterrados y submarinos, que se conectan en los data centers, edificios de varias plantas que por dentro son básicamente un ordenador gigante. La verdadera 'nube' está aquí abajo.
Al igual que la parte digital e intangible de la red, concentrada en cada vez menos manos, la parte de Internet que se puede tocar también está muy centralizada. Los data centers son un buen negocio y cada vez lo serán más: la tendencia de los servicios digitales de pensar en 'la nube' en vez de en el dispositivo del usuario (traducción: llevar sus procesos de computación al ordenador gigante del data center para multiplicar su potencia), el 5G, el aumento de los servicios de streaming... solo significa más negocio. En Europa, ese negocio está dominado por el grupo conocido como FLAP (Fráncfort, Londres, Ámsterdam y París).
Madrid quiere meterse ahí y quedarse con una parte del pastel. Según la industria, la oportunidad para hacerlo es aquí y ahora. Pero implicará una serie de cambios y tendrá consecuencias. Sobre todo en materia de energía.
“El callejón del silicio”
Los data centers son indispensables en el Internet actual. Pero montar uno de ellos no es sencillo ni pueden ubicarse en cualquier lugar, por lo que tienden a agruparse en determinadas áreas. Requieren que la zona tenga una conectividad de red excelente y estar lo más cerca posible del usuario final para disminuir la latencia (el tiempo que tarda en cargar un contenido), lo que les condena a meterse en las ciudades. No obstante, para levantar uno hace falta hacerse con una parcela considerable, por lo que no cualquier parte de la ciudad es adecuada.
Por último, necesitan acceso a energía. Acceso a una cantidad salvaje de energía. Para hacerse una idea: “Nosotros tenemos una capacidad de generación equivalente al consumo de Toledo o Guadalajara. Son 16,8 megavatios, una cantidad muy importante”, explica en conversación con eldiario.es Markel Gruber, director general de Global Switch, uno de las empresas de data centers más importantes del sector. Porque esa es otra: para asegurarse de que el ordenador gigante nunca se apaga ni se queda sin refrigeración aunque haya un apagón, los data centers deben asegurarse que tienen un plan B y son capaces de generar su propia energía. Ese plan B suele resumirse en generadores diésel del tamaño de motores de barco.
En Madrid, esa serie de condiciones se dan en el distrito de San Blas-Canillejas, barrio obrero y antigua zona industrial al este de la capital. A lo largo de los años los data centers se han concentrado allí de forma natural, tanto los denominados “neutrales” (como Global Switch, que prestan servicio a todas las empresas y operadores) como los que no lo son, por pertenecer a un determinado fabricante u operador (como un data center de Telefónica, por ejemplo). La creciente presencia de centros de datos produjo un efecto llamada para el resto de empresas tecnológicas, concentrando en San Blas a compañías de ciberseguridad, teleoperadores, desarrolladores de software. “Por una parte la conectividad y por otra las compañías ubicadas en ese área hicieron que se nos ocurriera llamarlo Silicon Alley [el callejón del silicio] y hacerlo un estandarte de la zona”, cuenta Gruber.
Se calcula que hay unas 200 empresas de tecnología en San Blas, lo que ha convertido el barrio en uno de los mayores polos tecnológicos de España . El sobrenombre no es un juego de palabras con Silicon Valley, conocido por sus empresas de software, sino un homenaje al Silicon Alley original, ubicado en el distrito de Flatiron, en Manhattan (Nueva York). A finales de los 90, este área de la Gran Manzana vio nacer un “hub digital” alrededor de los data centers, los operadores de comunicaciones y las start-ups nacidas a su alrededor, gran parte de las cuales se llevó por delante la burbuja de las .com.
De los FLAP a los FLAPS
En 2014 Robert Assink fundó Silicon Alley Madrid, una organización sin ánimo de lucro para promocionar San Blas-Canillejas como polo tecnológico. Assink es el director general en España de Interxion, otra de las empresas de data centers neutrales más importantes del mundo, con tres centros de datos en San Blas. En noviembre, un informe encargado por esta compañía a la consultora Delfos puso sobre el papel por primera vez el plan para que “el callejón del silicio” particular de Madrid no fuera solo una referencia nacional, sino también europea.
“El sur de Europa necesita un hub digital; hay un vacío de liderazgo tecnológico y Madrid es una firme candidata para ocupar ese espacio. En términos de conectividad, es uno de los nodos principales de interconexión y distribución de datos dentro de la península ibérica. Además, cuenta con importantes puntos neutros y con la proximidad a grandes sistemas de cableado submarino que la conectan con África y América”, detalla el informe.
La infraestructura de los cables submarinos ha sido uno de los mejores ejemplos de la centralización de la infraestructura física de Internet. Durante años la inmensa mayoría de los cables se tendieron entre una de las costas de EEUU y sus socios al otro lado de los océanos Pacífico y Atlántico, siendo la autopista digital submarina entre su costa este y el Reino Unido una de los carriles de datos más importantes del mundo. La entrada en servicio del cable MAREA (propiedad de Facebook, Microsoft y Telxius) en mayo de 2018 para unir la costa de Virginia y Bilbao, además de la próxima finalización de cables que unirán la península ibérica con África y América Latina, suponen un pequeño cambio de tendencia.
“Madrid está recogiendo la mayor parte del tráfico de datos de rutas submarinas como EllaLink (2020), que une Brasil, Portugal y España; Orval (2020), Main One, ACE y WACS, que conectan diferentes ciudades de la costa africana con nodos ibéricos, o MAREA o BREXIT-1, cables que unen Estados Unidos con Europa”, explica a este medio Ignacio Velilla , director general en España de Equinix, la principal empresa de data centers a nivel mundial. Los costes de cada cable no son públicos, pero varias fuentes exponen que se mueven en el entorno de los “miles de millones” cada uno.
En el plan de meter a Madrid en los FLAP también se contempla la posibilidad de que España se haga con una parte de la cuota de mercado que ahora se queda en el Reino Unido. “El Brexit supone un nuevo reto para España”, confirma Velilla: “ La situación actual provoca que sea necesario buscar nuevas rutas alternativas”. “Muchas ciudades europeas buscarán situarse como lugares de destino de empresas que quieran escalar sus negocios más allá de Reino Unido y España y su capitales deben estar preparadas para facilitar el desembarco de ese capital y talento”, añade.
¿De los FLAP... a los FAMP? “No creo que sea lo correcto quitar de las siglas a Londres”, afirma Markel Gruber, de Global Switch. “Siguen estado en territorio europeo, aunque vayan a dejar la UE. Pero es verdad que en el sector se está empezando a hablar de FLAPS, incorporando Spain, España, a ese grupo de grandes”.
Todo el sector coincide en el potencial de la capital, pero también en que harán falta cambios. Sobre todo un acceso más sencillo a la energía. “ Madrid tiene claras ventajas, pero también retos que va a tener que superar, particularmente a la hora de agilizar los trámites y el suministro energético”, avisa el informe de Delfos para Interxion. “La ventana de oportunidad está abierta. Para materializarla no va a ser suficiente con resolver problemas particulares, hace falta una estrategia coordinada que abarque a todos los actores implicados”.
El informe señala tanto a las compañías eléctricas como a la administración como colaboradores necesarios en esa estrategia y asegura que si se invirtieran 500 millones de euros en el sector, estos tendrían un retorno en el PIB nacional de más de 6.000 millones.
La huella de carbono de Internet
El gigantesco consumo de los data centers es un secreto a voces. En el 2018, la revista Nature situaba su consumo energético en el 2% de toda la energía mundial, previendo que escalará hasta el 8% en 2030. Si la energía que gastan no proviene de fuentes limpias, algo tan sencillo como viralizar un vídeo en YouTube puede generar una huella de carbono gigantesca: en 2018, la huella de carbono de las reproducciones de la canción Despacito en la plataforma de vídeo ya era equivalente al consumo de 100.000 taxis en un año.
El mismo estudio avisaba que pese a lo significativo de la cifra, “un solo día de uso global de Netflix la triplica”. Un informe de Greenpeace señalaba que esta plataforma de streaming es una de las más sucias, puesto que emplea centros de datos ubicados en puntos sin acceso a energías renovables. En su análisis, la ONG trazaba una línea clara entre los data centers que podían atestiguar el uso de energías limpias y los que no. “La continua falta de transparencia de muchas empresas con respecto a su demanda de energía y el suministro de electricidad que alimenta sus centros de datos sigue siendo una amenaza significativa para el sector a largo plazo”, avisaba.
Todas las fuentes del sector de los data centers en España consultadas para la elaboración de esta información aseguran que la energía con la que nutren sus instalaciones proviene de fuentes limpias. “En nuestro caso compramos a un comercializador que el 100% de la energía que vende es renovable y con garantía de origen por parte de la Comisión Nacional de la Energía”, dice Markel Gruber, de Global Switch.
“Una de las máximas de los data centers es buscar la eficiencia energética, precisamente porque consumimos muchísima energía. Es el equivalente a lo que consume la industria aeronáutica”, continúa Gruber: “Continuamente estamos buscando la eficiencia, tanto por la huella de carbono como también por el coste. Cuanto más eficientes seamos, más barata será la computación. Más barato será mandar un megabyte de un sitio a otro, o hacer una búsqueda en Internet. No para el usuario final sino para la fábrica de Internet, que son los data centers”.
Aunque los expertos aconsejan el autoconsumo mediante placas solares o invirtiendo en plantas generadoras cernadas para disminuir al máximo la huella de carbono, asegurarse por contrato de que la energía que se consume es limpia es la segunda mejor opción. “Es un proceso muy tasado y que no se puede falsificar”, explica en conversación con el eldiario.es Rodrigo Irurzun, especialista en energía de Ecologistas en Acción. “Los electrones que entran en tu casa serán los mismos que los de tu vecino, pero si tú tienes este tipo de contratos te garantizas que alguien ha producido la electricidad que tú consumes a partir de renovables. Si todas las grandes empresas, hospitales y otros grandes consumidores los exigieran, estimularían mucho la entrada de renovables en el sistema eléctrico”.