Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
ANÁLISIS

Apple entierra iTunes, la tienda que le salvó la vida

El primer lema de iTunes: roba, mezcla y quema

Marta Peirano

Apple presentó iTunes en enero de 2001 como “la mejor y más sencilla manera de usar software tocadiscos que permite a los usuarios crear y gestionar su propia biblioteca musical en su Mac®”, pero la plataforma no debutó hasta abril de 2003. Entre el primer anuncio y el lanzamiento real, Steve Jobs obró tres milagros: salvó a Apple de la quiebra, convenció a las discográficas de que le dieran las llaves del reino y recuperó su liderazgo al frente de la empresa que había fundado junto con Steve Wozniak y Ron Wayne en 1976. Su varita mágica fue una sencilla aplicación que habían creado dos adolescentes en junio de 1999 y que había puesto la industria de la música del revés: Napster.

La vida de Napster fue corta e intensa, antes de que una juez la cerrara definitivamente en septiembre de 2002. Pero en ese breve tiempo se convirtió en la primera red social masiva de la historia, con más de 70 millones de usuarios. Sin dinero, sin padrinos y sin anuncios, Napster consiguió la misma cuota de mercado que tiene ahora Facebook; un tercio de la Red. El tercio que se dedicaba a descargar, compartir, comentar y recomendar música sin pasar por caja. Cuando Jobs presentó iTunes por primera vez, la RIAA (Recording Industry Association of America) trataba desesperadamente de contener la herida por la que se le escapaba el negocio con amenazas, demandas, sistemas anticopia y grupos de presión. La presentación era para Paul Vidich, vicepresidente de Warner. Steve Jobs iba a hacerle una propuesta que no querrían rechazar: iba a resolverles el problema técnico si ellos se ocupaban del problema legal. Dicho de otra manera: Apple les ponía la tienda que replicara la experiencia de Napster pero cobrando por las canciones. La RIAA solo tenía que aterrorizar a padres, empresas e instituciones para que obligaran a sus hijos, estudiantes y trabajadores a que compraran allí.

“Rip, Mix, Burn”

“Rip, Mix, Burn”Las discográficas habían montado sus propias tiendas, sin demasiado éxito. También lo habían hecho grandes superficies como Wallmart. El plan de Jobs era mucho más sofisticado. Holístico, diría él. En octubre de 2001, desde el Apple Town Hall de Cupertino, presentó un dispositivo con el que podías llevar “1.000 canciones en el bolsillo”.

El iPod no fue el primer reproductor de mp3 del mercado. Tampoco era el mejor. Pero fue el que definió la era porque Jobs entendió una cosa que no pillaron los fabricantes del Rio 100 y que la Sony que hizo el walkman no podía explotar. Entendió que compartir música en las redes P2P era mucho más que un robo masivo e incontenible de propiedad intelectual; era el primer movimiento civil de Internet. También era el principal argumento de venta del iPod porque iTunes aún no existía. Los piratas necesitaban un dispositivo para escuchar sus canciones ilegales y el iPod tenía que convertirse en ese dispositivo, antes de arrastrar a los usuarios a su tienda legal.

Cuando iTunes abrió, lo hizo a un precio ridículo: 10 dólares por disco y 99 céntimos por canción. No es la clase de dinero que te puedes dejar en el asiento trasero de un taxi, sin sumar el precio del propio iPod: 399 dólares. La tercera generación tenía ocho veces más capacidad y costaba cien dólares más pero todo el mundo tenía uno. Apple vendió 400 millones de iPods gracias a los programas de intercambio de archivos pero estaban fuera de culpa, porque regentaban una tienda de música legal. La empresa absorbió la cultura reivindicativa de la lucha contra los abusos del copyright y la escena de nuevos músicos, DJs y productores que nació de ella mientras conspiraba para destruirla. El icono más flagrante de la época es el anuncio de iTunes donde celebran la misma cultura del bootleg que perseguían sus socios en los tribunales: Rip, Mix, Burn (copia, mezcla, graba).

Mientras tanto, las discográficas hacían su parte. Cinco meses después del estreno de iTunes, la RIAA empezó a demandar a los usuarios por compartir canciones de su catálogo en plataformas de intercambio de pares. Tenían donde elegir. De la cabeza cortada de Napster habían salido docenas de cabezas nuevas, incluyendo triunfos evolutivos como Gnutella, Kazaa y Audiogalaxy. En octubre de 2003 tenían 261 demandas abiertas; cinco años más tarde, eran más de 30.000.

LaRIAA contra Internet

Los periódicos cubrían los casos más dramáticos: adolescentes, abuelitas, madres solteras en el paro y, sobre todo, gente que se descargaba música donde tenía conexión a la red: el campus. Con los abogados de la industria del disco y las gestoras de derechos acosando a los estudiantes de las universidades norteamericanas, Jobs se acercó a la Ivy League con una solución elegante: no tendrían que preocuparse de lo que hacen sus estudiantes online si la matrícula incluyera una suscripción a iTunes. En el primer medio año, Apple ya hacía el 2% de su caja con el iPod. En 2006, antes de que el iPhone lo destronara, era el 40%. Si ya tenías un iPod, iTunes funcionaba como la seda. De hecho, era lo único en lo que funcionaba realmente bien.

Sólo había que enchufarlo para sincronizar el catálogo, sin engorros ni importaciones. Todo lo demás era posible pero lento, engorroso, ineficiente. Peor aún, era feo. En los años que siguieron, Apple consolidó su imperio con un ecosistema de circuito cerrado en el que no tenía sentido usar nada que no fuera de Apple, especialmente si te dedicabas a la música. En 2002 compraron la empresa alemana de producción musical Emagic para comercializar Logic Studio, hoy Logic Pro X. Durante la década siguiente, no había músico, productor o DJ que no subiera al escenario con un portátil con manzanita. Todo integrado en el ecosistema perfecto, una caja negra envuelta en una lámina blanca y delgada que no facilitaba la portabilidad a otras plataformas. Y una campaña que irradiaba libertad creativa para promocionar una plataforma basada en las patentes de software y el copyright.

Napster había revolucionado el mundo de la música y iTunes lo había reconducido, pero en realidad en muchos aspectos era una tienda convencional. Los usuarios de iTunes compraban discos y canciones como si fueran objetos, pero sin que llegaran a ser suyos para regalarlos o llevarlos a otra parte del mundo o a otro reproductor. La empresa se reservaba el derecho de eliminar canciones de su discoteca y hasta de meter discos sin permiso. En 2014, le coló el último disco de U2 a 500 millones de usuarios, que le dieron de todo menos las gracias. “Tuve esta idea maravillosa y me dejé llevar un poco –se disculpó Bono más tarde–. Los artistas somos propensos a esta clase de cosas”. Con la proliferación del ancho de banda y las tarifas planas, llegaron las radios por demanda como Pandora, Rdio y Rhapsody y, finalmente, Spotify.

El streaming mató a la estrella del mp3

Es de justicia poética que fuera precisamente Sean Parker, cofundador de Napster, quien le comiera la tostada a Steve Jobs. En su descargo, Jobs llevaba unos pocos meses muerto cuando llegó a los EEUU con su tarifa plana de música ilimitada por streaming. La nueva “alternativa viable de la piratería” también llegaba llena de música ilegal. Spotify no mató iTunes, de la misma manera que iTunes no mató BitTorrent, pero hace años que no era más que una molesta ventana emergente que se abría cuando enchufabas el iPhone al ordenador. Le suceden tres hijos en edad de crecer: Apple Music, Podcasts y Apple TV. Empieza una nueva era para la empresa más valorada del mercado, dejando atrás el legado del hombre que la resucitó.

Etiquetas
stats