El sentido de la vida en un mundo sin trabajo
Muchos de los trabajos actuales podrían desaparecer en las próximas décadas. La inteligencia artificial irá superando a los humanos y los reemplazará en más y más trabajos. Es probable que surjan nuevas profesiones; por ejemplo, diseñadores de realidad virtual.
Sin embargo, estas profesiones exigirán una mayor creatividad y flexibilidad, y no parece que los conductores de taxi de 40 años que pierdan sus trabajos o los agentes de seguros puedan reinventarse y convertirse en diseñadores de realidad virtual (¡intenta imaginarte un mundo virtual diseñado por un agente de seguros!). En el supuesto de que el agente de seguros sea capaz de hacer esta transición y convertirse en un diseñador de realidad virtual, la velocidad de los cambios es tan vertiginosa que una década más tarde tendría que volver a reinventarse.
El problema clave no es la creación de nuevos trabajos sino crear nuevos trabajos que los humanos puedan hacer mejor que un algoritmo. Y es por este motivo que en 2050 podría aflorar una nueva clase de personas: la clase inútil. Personas que no solo están desempleadas sino que son inempleables.
Es probable que los mismos avances tecnológicos que conviertan a muchos humanos en inútiles tengan la capacidad de mantener a esta masa de personas inempleables a través de un sistema de salario básico universal. En este caso, el siguiente problema sería conseguir que estas masas estuvieran distraídas y contentas. Las personas necesitan llevar a cabo alguna actividad que tenga una finalidad, de lo contrario enloquecen. ¿Qué hará esta clase inútil durante todo el día?
Una posible respuesta son los juegos de ordenador. Estas personas que son innecesarias para la economía podrían pasar muchas horas en mundos virtuales en tres dimensiones, que les proporcionarían muchos más estímulos que el mundo real. De hecho, esta solución no es nueva. Durante miles de años, miles de millones de personas han buscado sentido a sus vidas a través de juegos de realidad virtual. En el pasado, estos juegos de realidad virtual se llamaban religiones.
¿Qué es la religión sino un gran juego de realidad virtual en el que participan millones de personas al unísono? Religiones como el islam y el cristianismo se inventaron leyes que prohibían, por ejemplo, comer cerdo o que establecían que debían repetirse unas determinadas plegarias un número concreto de veces, o que prohibían tener relaciones sexuales con personas de tu mismo sexo.
Si rezas todo el día, ganas puntos
Estas leyes son producto de la imaginación humana. Ninguna ley natural obliga a repetir fórmulas mágicas y ninguna ley natural prohíbe comer cerdo o la homosexualidad. A lo largo de sus vidas, los musulmanes y los cristianos intentan ganar puntos en el que es su juego de realidad virtual preferido. Si rezas todos los días, ganas puntos, si te olvidas de hacerlo, los pierdes. Si al final de tu vida has conseguido los puntos suficientes, pasas al siguiente nivel al morir (cielo).
Como nos muestran las religiones, la realidad virtual no necesita permanecer en una caja cerrada sino que puede coexistir con la realidad física. En el pasado, ha sido posible gracias a la imaginación humana y a los libros sagrados. En el siglo XXI solo necesitamos un teléfono móvil.
Hace algún tiempo fui con mi sobrino Matan, de seis años, a “cazar” Pokémon. Matan miraba su teléfono mientras caminábamos calle abajo y esto le permitió localizar a todos los Pokémon que teníamos cerca. Yo no vi ni a un solo Pokémon porque no llevaba un teléfono móvil. Nos cruzamos con dos chicos que estaban intentando localizar al mismo Pokémon y estuvimos a punto de discutir con ellos. Me sorprendió la similitud entre esta situación y el conflicto palestino-israelí en torno a la Ciudad Santa de Jerusalén. Cuando echas un vistazo a la realidad objetiva de Jerusalén, solo ves piedras y edificios. No hay ningún elemento de santidad. Sin embargo, si analizas la realidad a través de determinados textos (como la Biblia y el Corán), los lugares sagrados son omnipresentes.
La noción de encontrar sentido a la vida a través de juegos de realidad virtual se extiende no solo a la religión sino a estilos de vida y creencias laicas. El consumismo también es un juego de realidad virtual. Ganas puntos cuando compras un coche nuevo o productos de marca, o te vas de vacaciones al extranjero. Si tienes más puntos que los demás, te dices a ti mismo que has ganado la partida.
Podrías alegar que algunas personas disfrutan comprando automóviles o cuando se van de vacaciones. Sin duda, esto es así. Como también lo es que las personas creyentes disfrutan con sus plegarias y rituales, y a mi sobrino le encanta cazar Pokémon. Al final, la acción que cuenta es la que tiene lugar dentro de nuestro cerebro. ¿Importa que nuestras neuronas se estimulen al ver los píxeles de la pantalla del ordenador, o lo hagan con el paisaje que se ve desde la ventana de un complejo hotelero en el Caribe o pensando en el cielo? En todos estos casos, es nuestra mente la que da un significado a lo que vemos. En realidad, “no está allí”. La ciencia no ha podido constatar que la vida humana tenga un sentido. De hecho, los humanos nos hemos inventado una narrativa para darle sentido.
En 1973, el antropólogo Clifford Geertz escribió el ensayo revolucionario Deep Play: Notes on the Balinese Cockfight (Juego profundo: notas sobre la pelea de gallos en Bali) en el que describe cómo los habitantes de la isla de Bali invierten tiempo y dinero en las peleas de gallos. Las apuestas en torno a estas peleas implican rituales muy elaborados y el desenlace de la riña tiene un impacto social, económico y político tanto para los jugadores como para el público.
La vida en forma de entretenimientos
Las peleas de gallos son tan importantes para los balineses que cuando el gobierno indonesio las ilegalizó, los ciudadanos optaron por ignorar esta ley y las siguieron organizando, asumiendo el riesgo de ser detenidos o multados. Para los balineses, estas peleas eran un “juego profundo”; un juego que se habían inventado y que viven con tanta intensidad que se convierte en su realidad. Un antropólogo balinés podría escribir ensayos parecidos al de Geertz en torno al fútbol en Argentina o el judaísmo en Israel.
De hecho, un sector específico de la sociedad israelí nos permitiría analizar cómo vivir una vida agradable en un mundo post-laboral. En Israel, un porcentaje significativo de hombres que son judíos ultra ortodoxos no han trabajado en su vida. Consagran sus vidas al estudio de las sagradas escrituras y llevan a cabo rituales religiosos. Ellos y sus familias no se mueren de hambre en parte porque el gobierno les proporciona una generosa subvención. Aunque suelen vivir en la pobreza, el gobierno les proporciona una ayuda para que tengan las necesidades básicas cubiertas.
Esto no es más que poner en práctica el concepto de salario básico universal. Aunque son pobres y no trabajan, todas las encuestas que se han hecho reflejan que estos hombres ultra ortodoxos tienen unos niveles de satisfacción mucho más elevados que los otros sectores de la sociedad israelí. En encuestas mundiales sobre satisfacción vital, los israelíes suelen figurar entre las primeras posiciones, en parte gracias a estos “jugadores profundos” desempleados.
No necesitas ir hasta Israel para entender cómo sería un mundo post-laboral. Si tienes un hijo adolescente que le gustan los juegos de ordenador, puedes hacer el siguiente experimento.
Proporciónale una pequeña “subvención” de Coca Cola y pizza y no le exijas que haga ninguna labor ni lo controles. Lo más probable es que se quede pegado frente a la pantalla de su ordenador y que no salga de su habitación en bastantes días. No hará deberes ni ayudará en las tareas domésticas, no irá a la escuela, se saltará las comidas y es probable que tampoco se duche ni duerma. En cambio, es poco probable que se aburra o tenga la sensación de que lo que hace no tiene sentido. Eso no pasará a corto plazo.
Por lo tanto, todo parece indicar que las realidades virtuales serán un elemento clave para proporcionar un significado a la clase inútil del mundo post-laboral. Tal vez estas realidades virtuales sean generadas por ordenadores, aunque también podría darse la circunstancia de que sean generadas al margen de los ordenadores y tomen la forma de nuevas religiones o ideologías. También podríamos ver una combinación de estas dos posibilidades. De hecho, las posibilidades son infinitas y nadie sabe a ciencia cierta qué tipo de juegos profundos se impondrán en 2050.
En cualquier caso, que termine el trabajo no significa que la vida no tenga sentido, ya que es la imaginación la que le da sentido, no el hecho de trabajar en sí. Trabajar solo tiene sentido para ciertos estilos de vida y formas de pensar. Los terratenientes ingleses del siglo XVIII, los judíos ultraortodoxos de la actualidad y los niños de todas las culturas y momentos históricos le han encontrado sentido a la vida sin necesidad de trabajar. En 2050 muchas personas podrán entretenerse con juegos mucho más profundos y mundos virtuales mucho más complejos que en ningún otro momento de la historia.
¿Y qué hay de la verdad? ¿Y de la realidad? ¿Queremos vivir en una sociedad en la que miles de millones de personas viven en un mundo de fantasía e intentan alcanzar metas ficticias y obedecen a leyes imaginarias? Nos guste o no, este es el mundo en que ya hemos vivido durante miles de años.
Traducido por Emma Reverter