Ante las crisis energética, climática o las recurrentes crisis financieras y económicas, se van alzando distintos sectores que quieren dar un impulso al aprovechamiento energético de diferentes tipos de materia orgánica (agrocombustibles, biomasa para producción de calor o electricidad, etc.). Pero se corre el riesgo de seguir las mismas lógicas que nos han traído a la situación actual: maximizar el beneficio en el corto plazo, modelos de explotación intensivos de ecosistemas, apuesta por complejas tecnologías y grandes escalas industriales, o desatención a los límites materiales del planeta. Una apuesta que intenta alargar el modelo fósil actual sustituyendo el petróleo por materiales de origen biológico, sin considerar los impactos en materia climática y alimentaria.
Históricamente la biomasa ha sido clave para la alimentación humana y animal, en las labores agrarias, como combustible para hogares y pequeñas industrias; y aportando material para la construcción o la fabricación de herramientas. Durante milenios la producción de residuos orgánicos era anecdótica, ya que los subproductos agrícolas eran también alimento y cama para el ganado, fertilizantes naturales para los cultivos, dentro de un ciclo cerrado de materia alimentado por la energía del sol. Estos ciclos se rompieron con la industrialización de la agricultura y ganadería, cuya consecuencia ha sido la degradación de los ecosistemas y el calentamiento global. A modo de ejemplo, mientras ha crecido el riesgo de incendios por, entre otros motivos, el menor pastoreo de una menguante ganadería extensiva, la acumulación de residuos de la ganadería industrial contamina cauces de agua e inutiliza acuíferos.
En los últimos años, la industrialización agrícola ha añadido la capacidad de transformar muchos aceites, cereales o biomasa forestal/leñosa en combustibles sólidos y líquidos. Estas aplicaciones han sido defendidas por muchos sectores como neutras en términos climáticos. Sin embargo, este planteamiento –que obviaba todas las emisiones asociadas a la forma de producción de estos recursos– se ha demostrado falso. Un impacto que se ve aumentando en los principales países de origen de estas materias primas, donde una gran cantidad de los nuevos territorios dedicados a la producción de la palma aceitera y soja han sido arrebatados a la selva o a las turberas, y en muchos casos a través de grandes incendios forestales. Este cambio de la selva a las plantaciones disminuye la cantidad de CO2 que el territorio es capaz de fijar, además de sumar anualmente las emisiones resultantes de la roturación y el manejo de las explotaciones de agrocombustibles.
A la deforestación directamente atribuible a nuevas plantaciones energéticas hay que sumarle, además, la que se produce para cultivar alimentos que han sido desplazados de zonas tradicionales agrícolas, dedicadas de manera creciente a cultivos destinados a la producción de energía.
Falsa neutralidad climática
Esta falsamente auto-atribuida neutralidad climática, constituyó el principal argumento para que se considerasen dentro de los objetivos de reducción de las emisiones de GEI de la UE. A pesar de una reciente reducción de su posible contribución al mix energético renovable europeo, se estima que de cumplir con el objetivo previsto para 2020 las emisiones del transporte europeo aumenten en un 4%, el equivalente a 12 millones de vehículos adicionales en nuestras carreteras, únicamente por la inclusión de los denominados biocarburantes/agrocombustibles de primera generación dentro de los objetivos.
Son muchas las limitaciones que tienen estas formas de energía, pero es cierto que pueden suponer alternativas sostenibles dentro de un mix energético renovable y descentralizado. La aplicación de una lógica basada en los límites planeta al uso energético de la materia orgánica puede definir claves que ayuden a avanzar hacia otro modelo energético.
Integrar la materia orgánica en modelos sostenibles
Frente a subastas energéticas que premian modelos de concentración bajo criterios economicistas se debe orientar la transición energética hacia modelos de pequeña escala basados en la extracción de biomasa bajo criterios ecológicos y ecosistémicos. En el caso de las masas forestales, ya existen ejemplos en marcha como los de las comarcas catalanas de El Llucanés o la Cerdanya, donde han apostado por el uso de biomasa local para calentar domicilios, negocios y equipamientos públicos de la comarca. Una apuesta que surge del rechazo del modelo fósil que proyectaba centrales térmicas de biomasa, por, entre otros motivos, ofrecer peores condiciones de compra de la biomasa a los propietarios forestales; mostrando con ello las sinergias positivas entre sostenibilidad, cadenas cortas de producción-consumo y desarrollo rural.
Integrar los diferentes usos de la biomasa (alimentario, energético, material), siguiendo el principio de uso en cascada de residuos, es una pieza fundamental para reducir el impacto propio de los grandes sectores económicos. Por ejemplo, la utilización de subproductos como la poda para usos térmicos o el compostaje de los alperujos en la Cooperativa Olivarera de Los Pedroches (Córdoba) consigue reducir no solo la cantidad de residuos que generan sino ahorros directos a los cooperativistas.
También existen modelos de gestión ganadera como el de la cooperativa de vacuno lácteo Crica en Megeces (Valladolid) cuyo modelo de explotación ecológica no solo evita el sobrepastoreo o mejora la calidad de los suelos aprovechados, sino que además reactiva una economía local y evita la importación de soja y piensos para la alimentación animal. Son muchos más los ejemplos como estos que recogen el cuadernillo buenas prácticas para el clima en el aprovechamiento de diferentes tipos de biomasa de Ecologistas en Acción.
Aun integrando estos criterios de sostenibilidad no podemos obviar la necesidad de reducir el consumo energético, la producción de energía de origen biológico no puede cubrir la demanda fósil actual. En este sentido debemos de abordar qué usos son viables y cuáles otros ahondan todavía más en la huida hacia delante de un modelo caduco.
Mientras sabemos que los agrocombustibles pueden ser fundamentales para adaptar sectores de difícil sustitución tecnológica, como el de la aviación y el tráfico marítimo internacional, el destino mayoritario de los agrocombustibles es el del vehículo privado. De esta manera se está masificando un agrodiésel con un potencial de calentamiento global 2,5 veces mayor que el gasoil fósil. Un debate que se complica más al reflexionar sobre el papel clave de la materia orgánica en un futuro para la sustitución de derivados del petróleo como plásticos o disolventes, material de construcción,….
La biomasa no es ni ángel ni demonio, es un ejemplo más de cómo debemos de cambiar la lógica de la explotación de los recursos a una visión más holística que trate la materia orgánica de una forma integrada y circular, y no como una mero recurso agrícola o material o energético. Muchas de las respuestas están ya sobre la mesa, y parte de la biomasa entra en esa respuesta. No necesitamos inventar nada nuevo sino apostar por anteponer la preservación de los ecosistemas y los equilibrios que permiten la vida a los caprichos del metabolismo de una humanidad petroadicta, única forma de garantizar la existencia de un futuro.