Uno de los rasgos fundamentales del capitalismo es la obsesión por el crecimiento económico. Así, el modelo productivo está diseñado para que nunca se detenga la producción de bienes y servicios, que es lo que mide el PIB, el indicador que todo el mundo quiere ver aumentar y que provoca pánico en gobiernos y sectores económicos si disminuye.
Pero este paradigma tiene muchos efectos secundarios, siendo uno de los más importantes la constante generación de residuos. Los productos, cuando no están hechos con materiales de poca calidad, directamente están programados para dejar de funcionar en una fecha determinada, lo que se conoce como obsolescencia programada. De una forma u otra el resultado es un trasto que nadie se atreve a reparar porque el coste en tiempo y dinero a menudo es superior a comprar un producto nuevo.
El sistema se basa pues en un modelo lineal de extracción de materia prima – fabricación – venta – consumo – residuo.
El residuo debe tratarse
Pero el residuo debe tratarse, y paradójicamente el coste de este tratamiento no recae en productores o distribuidores sino que lo asumen contribuyentes y administraciones públicas. Es decir, los máximos responsables de la generación del residuo no pagan nada por su tratamiento y, en cambio, reciben los beneficios derivados de una más que probable compra nueva. Negocio redondo.
Aparte del coste económico, hay que tener en cuenta el problema logístico que representa y, mucho más importante, el impacto ecológico.
Básicamente, existen tres formas de tratar un residuo: recuperación o reciclaje, incineración y vertido. En las dos últimas, el impacto ecológico es obvio, pero no lo es tanto en la primera. Y aquí es donde el capitalismo nos marca otro gol por la escuadra cuando promociona el reciclaje. Nos han bombardeado a campañas con los beneficios de poner cada residuo en el contenedor adecuado, con un código de colores simple de entender para facilitar la tarea. Y nos han convencido de que con este sencillo gesto (pero que tanto le cuesta a tanta gente) ya hemos cumplido nuestra parte y contribuimos a salvar el planeta.
Con este sencillo truco garantizan que casi nadie cuestione el modelo imperante. ¿Dónde está el problema de comprar y comprar si podemos reciclarlo casi todo?
En este vídeo de l’Agència de Residus de Catalunya se puede ver cuál es el proceso de reciclaje del vidrio: recoger, transportar, separar, desmenuzar, volver a transportar y fundir a miles de grados de temperatura para acabar… con el mismo producto que al inicio: una botella. Todo muy lógico y ecológico.
¿Sorprendidos? ¿Verdad que el hecho de hacer uso del contenedor verde ya no será tan satisfactorio? Pues el tratamiento de envases de plástico (que no todos los plásticos) y del papel no es muy distinto.
Otro modelo es posible
Como contrapunto al modelo de producción lineal, existe el circular, que tiene como característica fundamental el aprovechamiento de todos los materiales para darles otro uso. Nada muy distinto, a otra escala obviamente, de lo que hacían nuestros abuelos o padres años atrás: aprovechar todo lo aprovechable, reduciendo así costes, residuos y cuidando el entorno.
Puesto que cambiar el paradigma a nivel mundial es una tarea extremadamente complicada, ya que implica medidas legislativas, compromiso de los productores, redefinición de los procesos de producción, etc. la única solución que tienen las administraciones (sobre todo las locales, responsables de la recogida de los residuos) es implementar estrategias de reducción del volumen de residuos a tratar, lo que ahora se conoce como Residuo Cero.
Estas estrategias son una serie de medidas políticas para concienciar a todos los sectores, promover la reducción de residuos y el reaprovechamiento de materiales, aumentar la recogida selectiva de cada una de las fracciones, mitigar el impacto ambiental y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y de partículas contaminantes.
Estos planes son absolutamente necesarios pero claramente insuficientes, ya que muchas de las medidas drásticas que deberían tomarse van contra la filosofía del libre mercado y serían rápidamente impugnadas y paradas.
El caso de Barcelona
La gestión de residuos es algo especialmente complicado en ciudades densamente pobladas como Barcelona. La ciudad condal genera unas 800.000 toneladas de residuos anuales, de las que solo unas 300.000 se reciclan. Es decir, el medio millón de toneladas restantes o se incineran o se vierten.
Reducir al máximo este volumen, a base de generar menos residuos y de reaprovechar lo máximo posible, es el gran reto del ayuntamiento de la ciudad.
Pero, como administración local, tiene unos límites competenciales que dificultan esta labor. Por ejemplo, no puede limitar el volumen de residuos que genera cada negocio o unidad familiar, ni puede crear impuestos para gravar la generación de residuos. Solo puede jugar con las tasas para dar servicios, en este caso, la tasa metropolitana de residuos, gestionada por el AMB, o con incentivos fiscales ligados a la reducción de residuos.
Por tanto, a menudo las estrategias de residuo cero se ven reducidas a acciones de promoción, divulgación, concienciación y cambios en el modelo de gestión, como el Puerta a Puerta, donde el aumento de los porcentajes de recogida selectiva allí donde se lleva a cabo aumentan espectacularmente.
Estos cambios ni son fáciles ni son a menudo bien recibidos, pero son indispensables para alcanzar los objetivos y los compromisos con la legislación europea.
El Ayuntamiento de Barcelona acaba de presentar por ejemplo el Compromiso Barcelona Plástico Cero, con una serie de medidas para reducir los plásticos de un solo uso.
Entre ellas destacan las medidas dirigidas al uso de elementos reutilizables en comercios y restaurantes, al consumo de agua sin envasar y el uso de envases retornables. También se anuncia una bonificación del 10% a los establecimientos que colaboren con estas iniciativas .
El Consistorio debe dar ejemplo si quiere que la ciudadanía y el tejido económico responda, y Barcelona, como miembro de la red C40 de ciudades por el clima, con la alcaldesa en el comité ejecutivo, es una de las ciudades pioneras en el mundo en la lucha contra la emergencia climática.
Reducir el volumen de residuos es una pieza clave y este Compromiso es un paso en la dirección correcta, aunque insuficiente. Esperamos atentos el Plan de Residuo Cero que están preparando.
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