En 2017, la Comisión Europea ha puesto en marcha un paquete de medidas para hacer que la economía de sus Estados miembro sea circular y España se ha sumado con un Pacto por la Economía Circular, presentado el pasado 18 de septiembre. Esta iniciativa tiene un fundamento propagandístico, enmarcado en los históricos esfuerzos de la UE por pintarse de verde. Pero también parte de una necesidad, no en vano la UE es fuertemente dependiente de la importación de distintos elementos para intentar sostener su privilegiada posición en el orden global (ver figura 1).
Pero, más allá de los intereses de la Comisión Europea o del Gobierno español, que las economías funcionen realmente de forma circular es un imperativo de nuestro tiempo, pues nuestras principales fuentes materiales (distintos tipos de minerales) y energéticas (combustibles fósiles) están empezando a ser cada vez más difíciles de obtener, además de causando fortísimas desestabilizaciones ecosistémicas (cambio climático, pérdida de biodiversidad).
Pero, ¿es posible realmente la economía circular en el capitalismo imperante en la UE? Para ello, se deberían poder sustituir los elementos menos abundantes y/o más difíciles de reciclar por otros con iguales prestaciones que pudiesen ser reusados indefinidamente. Esto no es un problema menor, sino probablemente irresoluble dentro del sistema actual. Valga como ejemplo el caso de un ordenador personal (instrumento central en de la economía contemporánea) que requiere de casi todos los elementos de la tabla periódica para su funcionamiento (figura 2).
De manera más profunda, una economía circular es incompatible con en el capitalismo. Si se observan los flujos materiales de la economía mundial (figura 3) aparecen dos usos fundamentales: el energético y el de construcción. Ambos hacen que la economía sea marcadamente lineal.
El sistema energético se basa en combustibles fósiles que, una vez quemados, se convierten en distintas sustancias (CO principalmente) cuya conversión de nuevo en recursos energéticos como los de partida (petróleo, carbón, gas) requeriría millones de años, algo a todas luces imposible para el turbo-capitalismo. Además, como existe una correlación lineal entre el consumo energético y el crecimiento económico, este primero no puede cejar. Y, por si todo esto fuese poco problema, no hay posibilidad de un capitalismo globalizado e hipertecnificado basado en renovables.
El segundo gran sumidero es la construcción. La edificación de viviendas y todo tipo de infraestructuras cumple también un papel determinante en el capitalismo contemporáneo e histórico. Es uno de los principales nichos de reproducción del capital. Sin él, simplemente, sería imposible sostener las tasas de beneficios que requiere nuestro sistema socioeconómico.
El pequeño porcentaje de los flujos materiales que se reciclan en la economía mundial podría aumentar ciertamente y es deseable que así ocurra, pero si queremos que esto sea realmente sustancial, si queremos una economía verdaderamente circular, es imprescindible trascender el capitalismo hacia otro sistema económico.
¿Cómo sería una economía realmente circular? Como su propio nombre indica, la esencia de la economía circular es el cierre de los ciclos de la materia. Conseguirlo implica varios requerimientos de base.
El primero es que las sociedades humanas son incapaces de cerrar los ciclos en solitario (realmente cualquier ser vivo). Requieren trabajar en interrelación con el resto de los ecosistemas. Al igual de la economía humana necesita tomar recursos de los biomas, también necesita verter a ellos residuos para su reciclaje. Esto supone que el paradigma de la economía circular no es un parque industrial cerrado sobre sí mismo en el que los residuos de unas plantas se usan como fuentes de otras, lo que indudablemente es un avance, sino un espacio de producción abierto e integrado con su ecosistema.
Para que sea posible que los ecosistemas cierren los ciclos hacen falta, al menos, dos características de esos residuos. Una es que deben ser totalmente biodegradables, lo que implica que la economía debe dejar de fabricar cientos de miles de productos tóxicos y/o no biodegradables (en plazos ecosistémicos razonables). La otra es que su ritmo de producción debe ser lento, acoplado con las capacidades de reciclar de los ecosistemas. Por ejemplo, aunque una granja industrial de cerdos produce residuos biodegradables (purines), lo hace a tal velocidad que generan un desequilibrio en los ecosistemas impidiendo el cierre de ciclos. Que se produzcan residuos a velocidades ecosistémicas implica necesariamente que se consuman recursos a esas mismas velocidades. Dicho de otra forma, una economía circular es necesariamente una economía que utiliza pocos recursos, genera residuos que se integran en el medio y hace todo esto de forma lenta, acoplándose a los ritmos circadianos, estacionales, vitales y geológicos.
La segunda clave para el cierre de ciclos es que esto solo es posible con un aporte externo de energía continuado. Como resulta evidente, en nuestro planeta este aporte proviene del Sol. Los combustibles fósiles no solo no se están usando para cerrar los ciclos, sino que están desestabilizando uno básico para la vida, el del carbono.
En la medida que las energías que provienen del Sol permiten transportar un volumen pequeño de mercancías a largas distancias (esta ha sido la norma a lo largo de la historia de la humanidad hasta la Revolución Industrial y no hay avances tecnológicos no dependientes de los combustibles fósiles que puedan evitarlo en el futuro), una economía que cierre los ciclos tiene que estructurarse alrededor de los circuitos cortos. En realidad, este es un imperativo que hunde también sus raíces en las necesidades de una economía circular. Los ecosistemas han desarrollado una inmensa diversidad para adaptarse al máximo a distintas condiciones, lo que les ha permitido cerrar los ciclos. Esta diversidad se puede ver desestabilizada con la introducción de especies lejanas (como es el caso de las especies invasoras) y de materiales extraños (como serían altas concentraciones de metales pesados).
Si la economía tiene que ser local, también tendrá que ser diversa. Solo así podrá satisfacer las múltiples necesidades de las personas. El éxito de dichas economías estará en que sus integrantes no estén hiperespecializados/as y en una fuerte cooperación de las distintas unidades productivas para conseguir la satisfacción universal de las necesidades. El capitalismo ha demostrado que una sociedad de mercado no es una forma adecuada de organizar esta cooperación en pro de la autosuficiencia con criterios de justicia social. Las economías solidarias, feministas o ecológicas tienen propuestas y prácticas más interesantes.
Estos no son cambios menores, sino que implican la necesidad de organizar el conjunto de la economía no hacia el crecimiento, sino hacia el cierre de ciclos para poder así perdurar en el tiempo y satisfacer las necesidades de todos sus integrantes. Es decir, que el grueso de su actividad y energía se centre en esa actividad. Medidas como el “puerta a puerta” o el “sistema de depósito, devolución y retorno” son solo una muestra muy menor de todos los cambios que implica una economía diseñada para reciclar. Serían necesarias muchas otras medidas, cómo la primacía de los derechos de uso sobre las propiedades privadas (de vehículos, herramientas, electrodomésticos, casas, etc.), lo que permitiría un cierre de ciclos mucho más sencillo, pues sería más fácil organizar e incentivar la reutilización y la reparación. Una reconversión de tal calibre requeriría de una intensa labor investigadora sobre cómo funcionan los ecosistemas y cómo integrarse en ellos. Pero, en realidad no habría que reinventar la rueda, sino redescubrirla y mejorarla, al menos con un enfoque de clase y de género, pues la economía circular es la norma de la mayoría de las sociedades agrarias presentes y, sobre todo, lo fue de las pasadas. En ellas están muchas de las claves prácticas de cómo hacerlo y no en los documentos de la UE y del Gobierno español.