Frente a la idea tan extendida entre las personas adultas sobre el pasotismo de los y las adolescentes, estas muestran disposición e interés por participar en las iniciativas que promueven hábitos saludables, según evidencia un reciente estudio que identifica, evalúa y analiza las percepciones que tienen escolares de 12 a 14 años sobre alimentación y hábitos de vida saludables. Adolescentes que, por cierto, se quejan de la falta de escucha del sector adulto.
Este Estudio cualitativo sobre las percepciones en alimentación, prácticas alimentarias y hábitos de vida saludables en población adolescente, ha sido realizado por la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) del Ministerio de Consumo con alumnado de cuatro Institutos de Educación Secundaria de Cádiz, Málaga, Palma de Mallorca y Rivas Vaciamadrid. El informe publicado recoge los principales resultados y conclusiones de este estudio participativo, así como una serie de recomendaciones. Nos detenemos en algunas de ellas.
En primer lugar, en la percepción mayoritaria de alimentación saludable que tiene la juventud, el énfasis se pone en la variedad de alimentos, más que en su calidad nutricional. El discurso de la industria alimentaria y las cadenas de distribución a favor de una alimentación variada ha calado en la juventud. Las empresas que llenan los lineales de supermercados de alimentos procesados y ultraprocesados, de baja o pésima calidad nutricional, cuentan con la complicidad de medios de comunicación y redes influenciadas por sus inversiones en publicidad. En este contexto alimentario, altamente industrializado y muy alejado de la Dieta Mediterránea, una dieta variada corre elevado riesgo de ser poco saludable (y nada sostenible, por cierto). La alimentación “variada, equilibrada y moderada” que recomiendan las autoridades sanitarias no es la de la industria, sino aquella en la que “predomina el consumo de productos frescos y de temporada, especialmente frutas, hortalizas y legumbres, y se reduce la ingesta de alimentos procesados y ultra procesados con alto contenido en sal, azúcares añadidos y grasas saturadas.” Más mercado (o cooperativa de consumo), y menos supermercado.
Los y las jóvenes participantes afirman elegir sus alimentos principalmente según su apariencia y sabor, y sus comidas favoritas y las que más ingieren están principalmente compuestas de carbohidratos simples, como pan, pasta o patatas. Aquí, de nuevo, las recomendaciones van por otro lado: priorizar carbohidratos complejos, abundantes en cereales integrales (¡con los que también se pueden hacer panes o pasta!), legumbres, vegetales frescos, etc.
Tenemos trabajo las organizaciones y profesionales que promovemos culturas alimentarias saludables y sostenibles, visto lo visto. Frente a la potencia comunicativa y política de los actores hegemónicos de la (mala) alimentación, y a su irresistible abuso de endulzantes, grasas, sal y potenciadores, una primera idea consiste en facilitar a peques y jóvenes experiencias satisfactorias con alimentos saludables, que son muy diversos en número, sabores, colores o texturas; e infinitos en combinaciones. Funciona, ¡créanme!: la respuesta de niños, niñas y jóvenes que pueden elegir entre variedad de alimentos saludables, en cuya elección o elaboración han participado (detalle no menor), probablemente supere las expectativas de familias o profesorado.
En segundo lugar, la juventud consultada considera la familia como el factor más influyente para una vida saludable, seguida de profesionales (de la salud o actividad física) y medios de comunicación. También identifican la salud mental entre dichos factores. Además, sólo las jóvenes participantes consideraron el factor socioeconómico como la principal barrera para una alimentación saludable, valoración acorde a otro resultado del estudio: es en los barrios más vulnerables donde aumenta la frecuencia de no desayuno y disminuye el consumo de fruta, legumbres y verdura.
Debemos trabajar con las familias, pero a menudo encontramos la dificultad de que precisamente en esos barrios donde peor se come, muchas familias tienen muy pocas posibilidades (en forma de tiempo o energía que no tengan que dedicar a sobrevivir) de participar en escuelas de familias u otras actividades que por muy bien diseñadas que estén, difícilmente les llegan. Frente a la dificultad de lograr impactos significativos en el plano familiar, el estudio de AECOSAN incluye entre sus recomendaciones principales trabajar en la construcción de entornos que promuevan y favorezcan opciones de consumo de alimentos saludables y sostenibles. Entornos en los que además de la escala familiar y educativa, se incide en el plano comunitario, involucrando una diversidad de agentes en los territorios, generando y fortaleciendo redes que tengan un efecto multiplicador, y dando un papel activo y protagonista a la propia población destinataria, incluida la juventud. En definitiva, crear alianzas que favorezcan estilos de vida más saludables, protegiendo a la infancia y adolescencia de la precariedad y la presión cultural que lleva a consumir alimentos no saludables.
Parte de la creación de dichos entornos consistirá en generar actividades de prevención y promoción de la salud, como aquellas que los propios participantes en el estudio sugieren: charlas, juegos y dinámicas sobre la temática, talleres, campañas informativas sobre hábitos de vida saludable, promoción en redes sociales o promoción del deporte. Actividades para las que existen múltiples recursos creados, como los del programa Alimentar el Cambio (programa desde el que promovemos una alimentación más saludable y sostenible en el ámbito escolar y comunitario), entre muchos otros, a disposición de institutos, colectivos o recursos juveniles de las administraciones.
En tercer lugar, la mayoría de jóvenes participantes consideran aspectos vinculados a la sostenibilidad como indicadores de que los alimentos son más saludables, por ejemplo, la producción ecológica o la utilización de menos plástico al empaquetarlos. Muestran así una visión más sistémica que la de muchos profesionales de la alimentación, reacios a considerar el producto ecológico más saludable (que su equivalente convencional). Y es que más allá de los perfiles nutricionales, los plásticos o los agrotóxicos utilizados masivamente en un sistema alimentario industrial también afectan la salud de los ecosistemas, y por ende, la nuestra. Baste pensar en los microplásticos presentes en el agua que bebemos o en los alimentos que ingerimos, y permanecen en nuestro propio organismo. Además, los y las participantes en el estudio destacan algunos efectos positivos de los productos de cercanía, como el apoyo a la economía local o una mayor frescura.
Por último, el estudio destaca que las y los adolescentes quieren ser escuchados, involucrarse y elegir opciones relativas a su bienestar. Así, recomienda adoptar un enfoque de participación en el proceso de toma de decisiones, diseño e implementación de las acciones de promoción de hábitos saludables entre adolescentes, que de esta manera podrán tener una marcada aceptación y atracción para este grupo de población.
Un buen ámbito de experimentación de este enfoque participativo sería mejorar la oferta alimentaria de los institutos, que el estudio identifica dentro de las principales barreras. Nada que le extrañe a quien se haya asomado a la cafetería de cualquier instituto. Necesitamos desarrollar y divulgar experiencias, lideradas por el alumnado, de mejora de dicha oferta, inaceptable en demasiados casos por tratarse de centros educativos, pero no sorprendente ante el abandono de la red pública educativa por parte de muchas consejerías de educación.
El estudio analiza en detalle otros aspectos no recogidos en este artículo, así que recomendamos su lectura a los y las profesionales comprometidas con la población adolescente y su salud. Aprovechemos el momento y los diferentes materiales y campañas de sensibilización que desde AECOSAN y el Ministerio de Consumo están desarrollando en los últimos años, muy valiosos para el cuidado de la salud y los ecosistemas.
A la población adulta nos cuesta escuchar a las generaciones más jóvenes. Ahora que han hablado nos toca reflexionar sobre lo que han dicho y pasar a la acción. La juventud, vanguardia de otras luchas como la respuesta a la crisis climática, merece nuestra ayuda.
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