Este año 2020, que estará marcado por la acción climática en las distintas escalas de la sociedad, empezó fuerte tras las polémicas declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quien aun recuperándose de la resaca del fraude de#MadridGreenCapital, la huelga de la EMT y un desgobierno atroz no vaciló en afirmar que “nadie ha muerto de esto”, al referirse a la contaminación ambiental, rematando con un“no se va a morir la gente. Creo que no es real”.
Las cifras de muertes anuales relacionadas directamente con la contaminación en Europa y particularmente en España hablan por sí solas. En la misma línea, la respuesta inmediata del CSIC debería enorgullecernos de una comunidad científica consciente y alineada con los grandes desafíos de la ecología política.
Pero esto no se trata de abrir un debate sobre la veracidad o no de un problema que sabemos es real, sino de una estrategia comunicativa orientada a generar desinformación, vaciar de contenido el sentido de urgencia de la situación ambiental e implantar una especie de negacionismo moderado que no se desentiende del problema, pero que sí lo minimiza y ridiculiza hasta el extremo. Este negacionismo estratégico es el punto sobre el que se articulan los discursos de la extrema derecha, y que tiene mucho de planificación y manual, y muy poco de ignorancia.
En España todo empezó con el primo de Rajoy, presunto catedrático que según contaba el expresidente en su estilo más afable le decía que si era imposible saber la temperatura que iba a hacer mañana en Sevilla, cómo íbamos a poder predecir las alteraciones que se vienen denunciando desde hace décadas desde el movimiento ecologista, y mucho menos determinar que existía algo llamado cambio climático y que este fuese causado por la acción humana.
Entre risas, apareció Vox con un discurso más apegado al trumpismo, desconociendo absolutamente la realidad y rechazando hablar de la problemática ambiental en cualquier contexto, hasta que la disputa electoral apareció en su horizonte.
En el penúltimo debate para las elecciones del 10N, Iván Espinosa de los Monteros dio un giro notorio en la aproximación de la ultraderecha hacia el cambio climático, separándose de la retórica agresiva de Abascal y Ortega Smith para acercarse a la línea del negacionismo estratégico. Lejos de desconocer la coyuntura, el diputado se refirió a la cuestión como un problema de conservación, aludiendo a que quienes saben verdaderamente de conservar y cuidar el medio ambiente son, precisamente, los conservadores, en un claro guiño a su electorado, pero también al mundo rural donde el progresismo y el ecologismo de base no terminan de encontrarse del todo.
Durante la COP25, la cuenta de Twitter de Vox también lanzó algunos mensajes bien focalizados hacia este planteamiento. Espinosa de los Monteros aparecía nuevamente en un vídeo señalando a las “elites globalistas” que demonizaban nuestro sector pesquero, ganadero e industrial, y reivindicando una “conservación sensata” del medio ambiente. Otra vez, vemos un encuadre que de negacionista, en el sentido estricto de la palabra, tiene poco, y que más bien pretende polarizar y generar posiciones contrapuestas tocando aspectos gravitantes en clave nacional.
A esta batalla por el discurso se sumó el Partido Popular de Díaz Ayuso, acumulando una serie de episodios que culminan con la negación intencional de algo tan entendido como asumido, que la contaminación ambiental es causa de muertes, y muchas. Ya desde la campaña para las elecciones municipales y autonómicas de mayo 2019 el discurso del PP se centraba en eliminar todas las políticas públicas y avances que se habían dado en materia ecológica, especialmente con la implantación de Madrid Central.
Poco queda por decir del fiasco de #MadridGreenCapital, que refleja un oportunismo sin precedentes y visibiliza la ausencia de un proyecto político por parte de la derecha más allá del neoliberalismo desenfrenado y el business as usual. Lo curioso es que solo unos días después, poco antes de finalizar la COP25, la presidenta de la Comunidad de Madrid se plegara al discurso de Vox dictaminando que “la izquierda siempre está detrás de las modas” que surgen repentinamente (como si el movimiento ecologista no viniera dando la turra desde los años 70) y que algún día sabríamos cuales son “los lobbys que están detrás de las emergencias climáticas”.
Dicho esto, es necesario aclarar algunos elementos para no dejarnos llevar por la necedad y tener herramientas para contener y neutralizar esta ofensiva dialéctica:
En primer lugar, saber que todas estas afirmaciones, más o menos negacionistas, con mayor o menor rigor intelectual, o directamente fake news no son en ningún caso producto de la ignorancia, desconocimiento o tonterías de quien las dice, sino dispositivos comunicacionales diseñados meticulosamente para romper las tendencias hegemónicas que se están fraguando desde el ecologismo y el feminismo tanto a nivel de movimientos sociales como a nivel político y cultural.
En la misma línea, que esta estrategia responde al manual de Steve Bannon, repartido por el mundo de la derecha y ultraderecha desde la llegada de Trump al poder, con todo lo que ello ha significado en el auge del neo-fascismo en el mundo. Un neo-fascismo que, más que negacionista, se irá acercando paulatinamente a una idea que va cobrando más fuerza, el ecofascismo. Esta tesis se refuerza si tomamos en cuenta que grandes multinacionales como Exxon Mobil y Shell saben desde hace décadas las consecuencias del cambio climático y el rol que han jugado en el mismo, como se puede ver en documentos filtrados en la web Climate Files
En ese sentido, podríamos resumir en dos las mejores tácticas para contraargumentar. Por un lado, no caer en el juego ni dejarse llevar por la respuesta fácil de la descalificación en términos de ignorancia, sobre todo partiendo desde el conocimiento de que se trata de algo premeditado. Confrontar directamente con argumentos sólidos una idea tergiversada o una afirmación falsa siempre será más efectivo que descalificar, especialmente a la ultraderecha, en cuyo manual la victimización frente a la “dictadura progre” es prioritaria y se ha mostrado efectiva.
Por otro lado, que a la hora de hablar de emergencia climática, transición ecológica y políticas públicas ecologistas la construcción discursiva y el relato que les acompañe sea lo más claro posible en términos de concreción de propuestas, viabilidad y su relación con los principales dolores y afectos de la ciudadanía.
Una combinación idónea entre el sentido de urgencia de la emergencia climática y la esperanza de transformación sustantiva que engloba la transición ecológica puede ser el mejor antídoto contra la ofensiva del negacionismo estratégico. El reto no es menor, y en vísperas de la conformación del nuevo gobierno progresista (con sus virtudes y limitaciones), la ofensiva que se avecina será importante y debemos estar preparados para no retroceder ni ceder ni un milímetro a los mercaderes de la duda.