La semana pasada se estrenaba el nuevo documental de Al Gore: Una verdad muy incómoda: ahora o nunca. La película idolatra exageradamente la figura del exvicepresidente de EE UU y se atasca en que las energías limpias son la única solución al cambio climático. El documental acaba con una frase: #SéIncómodo, convence a tu pueblo o ciudad o empresa para que transite hacia las renovables. Pero, ¿qué significa realmente ser incómodo? El siguiente artículo contiene spoilers.
Ser incómodo es invertir en renovables
Tormentas, deshielo, aumento del nivel del mar, sequías, calentamiento de la atmósfera… Incluso se llega a decir al principio del documental que los que más responsabilidad tienen en estos fenómenos son los que toman las decisiones. Sin embargo, no se llega a la verdadera causa y ya empieza a hablar de las soluciones. ¿Cuáles son? Invertir en energía solar y fotovoltaica… ¡Ah! y el lanzamiento de un satélite cuya misión es proporcionar información sobre posibles tormentas solares y fotografías del globo terráqueo -una imagen que, según explica Al Gore, nos ayuda a conectar con la Tierra y nos invita a la reflexión y su cuidado-.
Con el gran y variado abanico de alternativas que existe hoy en día en prácticamente todos los sectores económicos para crear modelos sostenibles de desarrollo, una se pregunta porqué Al Gore los deja fuera de la narrativa de la cinta. Insisto: Al Gore, que ganó un Óscar al Mejor Documental en 2006 con “Una verdad incómoda”, por el que recibió el Nobel de la Paz, y cuyo estreno supuso un antes y un después en la cobertura mediática del cambio climático pues logró ponerlo en el foco informativo por primera vez en la historia de los medios de comunicación masivos, como muestra el gráfico de esta investigación.
Podría tener su lógica: nunca ha existido un fenómeno tan complejo de comunicar como el cambio climático. Complejo hasta para Al Gore. Es difícil de etiquetar: Se podría cubrir desde cualquier sección de un periódico (economía, sociedad, política, local, internacional, etc.) y esta fragmentación informativa no ayuda a hacernos una idea de la magnitud del problema. Es difícil no ser pesimista: el colapso está a la vuelta de la esquina y, entonces, el mensaje acaba tiñéndose de moralista y señalando la responsabilidad del lector o lectora que ya bastantes problemas tiene. Y es difícil quitarle el sesgo ecologista: esto supone una resistencia de cara al público y de cara a algunos medios de comunicación masivos que no consideran como fuente al movimiento ambientalista porque está a mitad de camino entre el afectado y el experto.
Total, que para salvar todos esos escollos, a nivel narrativo, la solución es centrarse en la figura del héroe -Al Gore- que se enfrenta a un problema -el cambio climático- al que el protagonista le da una solución, no muy compleja, pero que funciona y cierra el relato sin demasiada complejidad.
Seguimos analizando el largometraje.
El incómodo bloqueo de India al Acuerdo de París
Una de las tramas que más peso tiene en el documental es la negociación entre el político estadounidense y las autoridades indias en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático en 2015 (COP 21). Mientras que Al Gore argumenta que India debe dejar de quemar carbón para generar energía, el ministro de medioambiente indio le contesta que cuando tenga las mismas infraestructuras, cuando la renta de la población india aumente al nivel de los estadounidenses, entonces se planteará abandonar las energías fósiles.
“¿Por qué renunciar a la energía barata cuando ustedes la han utilizado durante 150 años?”, le dice el ministro indio perplejo. Al Gore responde: “Porque todos queremos un cielo azul”. Bien. Después del profundo debate, nuestro héroe encuentra la solución: facilitar crédito a este país para que apuesten por la instalación de placas solares proveídas por una empresa amiga: SolarCity. Unas cuantas llamadas a medianoche y solucionado. No sin señalar reiteradamente que el verdadero problema son los principales emisores de CO2 de hoy: Los países en vías de desarrollo. India es aquí el villano de la historia. Ni hablar de la relocalización de empresas estadounidenses en países empobrecidos, ni de la responsabilidad de las emisiones del consumo occidental ni, por supuesto, de un decrecimiento en los países del norte global para que el sur global crezca.
En el preestreno del documental, organizado por Ecoembes, Juan Luis Cano, periodista y humorista español, dio paso a la cinta después de una frase que resume bien el espíritu de la película: “Si no actuamos, si no nos ponemos en marcha la gente de los países ricos, pues imaginaos los desheredados que no tienen ni dónde reciclar”. Una presentación en la misma línea de “los villanos indios” con un toque paternalista y sin señalar la cuestión de fondo: la responsabilidad de nuestro modelo socioeconómico y el estilo de vida de nuestras sociedades.
Pero, aún hay más.
Sé incomodo, no incómoda
Lo que empezó siendo una mera sospecha fue cogiendo forma a lo largo del largometraje al contabilizar los testimonios de hombres y mujeres que aparecen en pantalla. Desde el inicio de la cinta, Al Gore va viajando alrededor del mundo viendo los desastres del calentamiento global. Primero, en Groenlandia, vemos unas imágenes espectaculares de glaciares “explosionando” (literalmente, como dice su propia locución). Luego, en Miami Beach -Florida-, las inundaciones de las carreteras por la subida del nivel del mar. Y, después, en la Cumbre de París. En todos esos momentos, Al Gore va entrevistando o bien al científico suizo, o al alcalde de tal pueblo o al directivo de una empresa… Todos ellos, hombres. Las voces masculinas que asientan la verdad. Una verdad -ahora sí- muy incómoda: la nula presencia de mujeres.
En total, una veintena de testimonios son de ellos, mientras que solo se escuchan las voces de unas siete mujeres contadas, entre las que se encuentran dos periodistas (que le entrevistan a él; no él a ellas), dos alcaldesas (la de París y la de Tacloban, en Filipinas; aunque a esta última la refuerza el exalcalde del mismo pueblo, no se sabe muy bien porqué), Karenna Gore (su hija), y Christiana Figueres, la Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio climático. Este último testimonio, el de una mujer con autoridad en la temática de la película, podría dar un respiro a esta sospecha, pero las esperanzas desaparecen cuando la locución la presenta como la perfecta alumna, ya que Figueres recibió una de las formaciones de oratoria que imparte el propio Al Gore. Es más, en el encuentro entre los dos personajes ella le da un abrazo diciendo: “There he is: The boss!” (traducido al castellano: Aquí está: ¡El jefe!)
Total, que si ser incómodo consiste en instalarse una placa solar, reciclar y mirar una foto del globo terráqueo, ¿qué adjetivo utilizar para aquellas personas que buscan soluciones atacando la raíz del problema? ¿Radicales? Son personajes mucho más incómodos, como la ciudadanía organizada que, por ejemplo, se hizo escuchar durante la COP21 y que no tienen cabida en el documental nada más que para dar cierta nota de color con imágenes de alguna manifestación en las calles de París.
Esta decisión podría justificarse pensando que el objetivo del documental no es destacar las reivindicaciones populares o las soluciones y alternativas que se proponen desde abajo, sino que la finalidad es mostrar cómo se mueven los hilos políticos en las altas esferas. Pero, aun así, el documental tampoco cumple esa función por la falta de honestidad en narrar esos momentos de negociación política, donde hay un héroe y unos villanos que llegan a un acuerdo feliz y no se enseña nada más allá de esa forzada ficción.
Al final, una piensa que este tipo de productos audiovisuales solo sirve para poner en el foco mediático esta problemática ambiental, como se explicaba más arriba. Pero, al final, si el cambio climático se pone de moda por una razón independiente del verdadero fenómeno, lo que ocurre es que seguimos informando sin señalar la verdadera causa del problema: el estilo de vida de las sociedades occidentalizadas modernas y las corporaciones que lo promueven. Ni siquiera dos horas de documental con un buen presupuesto y un inmenso equipo detrás son capaces de abordarla… Seguro que la financiación de la película podría dar alguna pista acerca del verdadero objetivo de la cinta y los intereses de quién emite el mensaje.
En definitiva, en la comunicación del cambio climático, tenemos mucho que hacer. Aunque Al Gore abrió cierto campo hace diez años gracias a su imagen pública, desde otros espacios más incómodos deberíamos avanzar conectando hechos, contextualizando mejor, señalando las verdaderas causas sin dejar de explorar nuevas narrativas y, sobre todo, no dejando las soluciones para el final.
Una recomendación: No veáis Una verdad muy incómoda. Si queréis ver algo que mueve y conmueve, que informa y entretiene a la vez, una buena apuesta es Demain, un documental francés, que aunque no es perfecto, hay cierta dosis de incomodidad que se transforma en acción colectiva porque la solución está bien atada a la causa del problema.