Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

Tratando de enfangar a las personas más honestas

El pasado 30 de abril El País “acusaba” a Yayo Herrero, destacada militante ecologista, de ser parte de una supuesta red de clientelismo en el Ayuntamiento de Madrid. Su “delito” (que ha sido contestado detalladamente por ella en este artículo ) era ser simpatizante de los partidos políticos que gobiernan en la alcaldía y haber trabajado hace 6 años para una empresa que ahora ha sido contratada por el Ayuntamiento. ¿Cuántas personas puede haber en estos momentos en la ciudad de Madrid que cumplan esas dos condiciones? ¿cientos? ¿miles? Hay que echar mucha imaginación para ver en ello una trama de corrupción.

Esto me recuerda a un artículo publicado en El Mundo hace años sobre otro líder ecologista: Ladislao Martínez, de quien decía que, pese a ser anticapitalista, era un “terrateniente” que poseía 4 hectáreas de secano en un pueblo de Cuenca y un piso en Madrid. En este caso, la acusación fue tan ridícula, que a El Mundo le salió el tiro por la culata. Hasta los lectores menos avispados se dieron cuenta de la absurda manipulación.

Las que conocemos a Yayo sabemos que es una de las personas más trabajadoras y honestas que nos rodean. También lo era Ladislao Martínez. Y quienes conocen a las empresas de la Economía Social y Solidaria saben que son empresas honestas y solventes, que no sólo cumplen con todos los criterios exigidos por la legalidad, sino que intentan ir más allá, extendiendo la ética y el cuidado de las personas a la actividad económica. ¿No encontraron El Mundo y El País personas más deshonestas en este país a las que acusar de corrupción?

Estas acusaciones tan enormemente traídas por los pelos contra personalidades destacadas del ecologismo social no son gratuitas. Ladislao Martínez fue uno de los primeros en denunciar la corrupción del Canal de Isabel II. Yayo es una gran pensadora y una auténtica líder como demuestran todas sus intervenciones públicas, llenas de lucidez, honestidad, corazón y sensibilidad. Las empresas a las que El País acusa de formar parte de “una red de clientelismo” forman parte de la Economía Social y Solidaria, un movimiento que intentan introducir criterios éticos y de sostenibilidad en el mundo de la empresa.

En los últimos años, la honestidad está penalizada en España. Las personas honestas estorban. Hay mucho interés en hacernos creer que “todos son iguales” para que, en medio del fango, no se vea quiénes son los más corruptos.

Pero no es cierto que todos sean iguales. Si todas las empresas, los políticos y las personas fueran tan corruptas como algunas que conocemos bien, ahora mismo este país sería algo muy parecido a un estado fallido y estaríamos sumidos en la inmundicia más absoluta. Si esta sociedad no se hunde es porque la corrupción de unas se ve compensada por la honestidad e incluso el altruismo de muchas otras. Frente a la irresponsabilidad del gobierno en el desastre del Prestige surgió la ciudadanía que dedicó días y días de trabajo no remunerado para limpiar las playas. Frente a la insensibilidad y torpeza del gobierno con la burbuja inmobiliaria, surgieron las Plataformas de Afectados por la Hipoteca atenuando el drama de los desahucios. Frente a las empresas corruptoras, sigue habiendo millones de autónomos y pequeñas empresas pagando religiosamente sus impuestos en una economía que les es cada vez más hostil.

A menos que el sistema económico y político cambie radicalmente de la noche a la mañana, no podemos organizarnos sin políticos ni podemos alimentarnos y producir sin empresas. Necesitamos empresas y necesitamos representantes políticos, pero también necesitamos imperiosamente que sean políticos más honestos y empresas menos tóxicas. Por eso es muy importante que vayamos más allá de la crítica general a la clase política o al capitalismo para empezar a discernir quiénes, dentro de este mismo sistema, son las personas y las empresas que representan un motor de cambio, aquellas que –dentro de sus humanas limitaciones– avanzan hacía una sociedad más sana, más sostenible, más justa.

Las empresas de la Economía Social y Solidaria son ya parte de ese, modesto, pero valioso motor de cambio. Muchas de ellas llevan décadas sobreviviendo sin ayudas estatales y en competencia con las demás, demostrando que otra forma de hacer las cosas es posible. No es muy sensato emprender esta campaña de acoso y derribo a estas empresas en un momento en que necesitamos tan acuciantemente modelos alternativos.

Me pregunto por qué hay quienes están invirtiendo tanto esfuerzo en enfangarlo todo ¿no sería mucho más sencillo empezar a limpiar un poco? Sinceramente, creo que, incluso desde un punto de vista meramente egoísta, saldría mucho más a cuenta empezar a limpiar la corrupción que gastar los enormes esfuerzos que se están invirtiendo en enfangarlo todo para hacernos creer que no hay alternativas.

El pasado 30 de abril El País “acusaba” a Yayo Herrero, destacada militante ecologista, de ser parte de una supuesta red de clientelismo en el Ayuntamiento de Madrid. Su “delito” (que ha sido contestado detalladamente por ella en este artículo ) era ser simpatizante de los partidos políticos que gobiernan en la alcaldía y haber trabajado hace 6 años para una empresa que ahora ha sido contratada por el Ayuntamiento. ¿Cuántas personas puede haber en estos momentos en la ciudad de Madrid que cumplan esas dos condiciones? ¿cientos? ¿miles? Hay que echar mucha imaginación para ver en ello una trama de corrupción.

Esto me recuerda a un artículo publicado en El Mundo hace años sobre otro líder ecologista: Ladislao Martínez, de quien decía que, pese a ser anticapitalista, era un “terrateniente” que poseía 4 hectáreas de secano en un pueblo de Cuenca y un piso en Madrid. En este caso, la acusación fue tan ridícula, que a El Mundo le salió el tiro por la culata. Hasta los lectores menos avispados se dieron cuenta de la absurda manipulación.