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“No puedo ver pero espero que mi voz al cantar sea suficiente para mostrar la belleza de nuestra cultura palestina”

Duha Hmedan

Cisjordania —

“Cuando me paro en el escenario y empiezo a cantar, siento una especie de gran luz sale de mi voz y me ilumina el lugar. Sé que soy ciega y no veo a otras personas pero espero que mi voz sea suficiente para mostrarle a la gente la belleza de las palabras que reflejan nuestra cultura palestina”. 

No es solo la belleza de la voz, sino la sinceridad del discurso de lo cantado lo que hace que una interpretación sea distinta de las demás, y esto es lo que hizo que Yara Qawariq, de 21 años, destacara desde muy pequeña. La familia materna de Yara provenía del pueblo de Beit Natif, y más tarde buscó refugio en el pueblo de Beit Jala en Belén. La madre de Yara fue la principal impulsora del desarrollo artístico de su hija tras descubrir que a la temprana edad tres años la pequeña demostraba un talento innato.  

Yara nació con una discapacidad visual total y creció amando la música tradicional. Se formó participando en bandas y orquestas populares de su escuela, pasó por el Instituto de Música Al Kamandjati, y hoy en día, domina tres instrumentos: el laúd, el piano y la percusión con la tabla. 

“Me apasiona el arte. Incluso mis colegas y profesores de la universidad de Birzeit me dicen que nací para la música. Aunque sé tocar 3 instrumentos, el laúd es mi preferido, ya que es una enciclopedia de instrumentos orientales. Puedo tocar todos los maqams musicales orientales y occidentales. Además, la mayoría de las melodías de las canciones palestinas están relacionadas con el laúd. Siempre digo que el laúd es lo más cercano a la voz humana y que puede imitar nuestro idioma y transmitir sentimientos con precisión, y lo ves en todos los lugares, desde entornos beduinos y hasta urbanos”. 

Los niños y niñas palestinas siempre han crecido con las canciones de sus abuelas que surgen de las cosas que les ocurren en su día a día. Son canciones que han sido capaces de reflejar la situación en la que vive el palestino y la palestina. Durante la temporada de cosecha, los agricultores cantaban la canción ‘Oh, macetas de sésamo’, una de tantas que reflejan el apego del palestino y la palestina a sus tierras, cultivos y árboles: ‘Te plantaré en la casa, oh almendra verde, y regaré la tierra con mi sangre hasta que se vuelva clara y verde’. La agricultura y los olivos, además de ser una fuente de ingresos importante para las familias palestinas, también representa el símbolo de sus raíces. En muchas ocasiones dichas tierras son confiscadas y atacadas por fuerzas y colonos israelíes y poder contar estas situaciones a través de la música, con historias personales, es una forma de acercar esta realidad más allá de sus fronteras.  

“Cada una de las canciones tradicionales contiene los detalles de una historia y transmite significados. Por ejemplo, hay una canción que es la historia de un apuesto joven que apareció como un extraño en una de las aldeas palestinas, trabajaba como carpintero, y era conocido por sus buenos modales. La novela cuenta que grupos israelíes atacaron el pueblo y mataron a 3 jóvenes. Cuando buscaron al joven, éste no apareció y la gente del pueblo pensó que resistió. Pero nunca más apareció. Y le cantan: ‘en el corazón de nuestro país, las heridas se saturan’”. 

Yara cree que las canciones palestinas y sus melodías pueden transmitir el mensaje palestino al mundo de forma sencilla y sin complicaciones. La joven cuenta siempre la anécdota en la que ella interpretaba una actuación musical frente a la comunidad alemana. Allí delante de decenas de alemanes y alemanas interpretó canciones tradicionales relacionadas con las bodas y las temporadas agrícolas. “Sentí que podía transmitir a esta comunidad la historia del pueblo palestino con canciones que tienen más de 70 años, es decir, antes incluso de que Israel estuviera en la tierra de Palestina. Así es como veo que la música introduce a Palestina en el mundo, su legado y lo que ha experimentado de una manera más tolerante”. 

“Me gusta que el sonido de las canciones tradicionales llegue a todas partes del mundo. Esta es la historia de un pueblo antiguo y un patrimonio que merece ser contado y conocido por todo el mundo, a través del arte palestino y su folklore”.  

“Cuando me paro en el escenario y empiezo a cantar, siento una especie de gran luz sale de mi voz y me ilumina el lugar. Sé que soy ciega y no veo a otras personas pero espero que mi voz sea suficiente para mostrarle a la gente la belleza de las palabras que reflejan nuestra cultura palestina”. 

No es solo la belleza de la voz, sino la sinceridad del discurso de lo cantado lo que hace que una interpretación sea distinta de las demás, y esto es lo que hizo que Yara Qawariq, de 21 años, destacara desde muy pequeña. La familia materna de Yara provenía del pueblo de Beit Natif, y más tarde buscó refugio en el pueblo de Beit Jala en Belén. La madre de Yara fue la principal impulsora del desarrollo artístico de su hija tras descubrir que a la temprana edad tres años la pequeña demostraba un talento innato.